De la vida cotidiana: Mientras llueve…

De la vida cotidiana: Mientras llueve…
Fecha de publicación: 
1 Junio 2018
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Mientras las gotas de agua caen en su ventana, Nely apenas consigue conciliar el sueño. Es una costumbre que le ha acompañado de por vida, y a sus 80 y tantos años poco podrá cambiar.

Si no hay truenos, ni relámpagos, es feliz. “Hay muchas cosas que ordenar en casa”, dice siempre en franco contrapunteo con quienes simplemente no hacen nada porque “la lluvia no deja”.  

Aun cuando prefiere no encender la luz del comedor, “porque hay que ahorrar y la corriente está muy cara”, ella ordena la gaveta de las medicinas, bota las que están vencidas y las otras las coloca de manera meticulosa según un orden de prioridad, que es lo mismo según sus dolencias.

También aprovecha esos momentos para “actualizar” los apuntes personales y rememorar si en tal año, y en tal día, falleció su tío Juan, o le nacieron los perritos a su querida Negrita, muerta por la enfermedad de Moquillo hace unos años.

Esa es una historia de las tantas que he escuchado por estos días donde la lluvia —sobre todo a los pobladores de las zonas occidental y central del país— nos ha jugado una mala pasada.

Mercedes, en cambio, tiene otro modus operandi. De raíz campesina y criolla, aseguró que aprovecha el mal tiempo para revisar los escaparates y las gavetas, donde ya ni se acuerda de lo que tiene guardado.

“Miré y encontré que unas cuantas sábanas, de las que casi nunca utilizo, estaban amarillas, entonces las metí en una palangana con agua de lluvia y ahí las dejé al sereno, porque de sol no podemos hablar en estos días. En el batey donde vivía siendo niña, las sábanas se dejaban a la intemperie, y mientras más agua de lluvia les caía, más blanquitas estaban cuando las recogíamos”.

A Irene, en cambio, la lluvia le da por tejer y coser. Sentada en el balancín de su casa, sin apenas moverse porque le duele la columna, la anciana solo piensa en los llamados “puntos” que va a hacer para que el mantel le quede lindo y luego poder ofertarlos en CUC al primer comprador que pase por su puerta.

Pero también cose lo que cualquiera le lleve, lo mismo pone un zíper, que hace un dobladillo, un cojín, que le hace ojales a una blusa. Lo de ella es escuchar el zumbido de la máquina Singer que cada día le recuerda más a su madre por aquello que un buen día le dijo: “Hija, si aprendes a hacer costuras, jamás te sentirás sola y sin un peso en el bolsillo”. Proféticas palabras que todavía siente tan cercanas como el primer día.

Cuando hay lluvia incesante y no me queda más remedio que continuar resistiendo la humedad y el dolor en los huesos. Lo mío no es revisar gavetas, ni ordenar medicinas, ni blanquear las sábanas con agua de lluvia, ni siquiera hacerle unas puntadas al descosido que tiene la bata de casa. Escribo —al menos trato de hacerlo—, y aquí van estas líneas mientras la lluvia golpea también mi ventana.

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