El Floridita, como beberse un mar de aguas someras

El Floridita, como beberse un mar de aguas someras
Fecha de publicación: 
23 Junio 2012
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«Este daiquirí helado, batido tan bien como está, parece el mar allí donde la ola se aleja de la proa de una nave y se rompe cuando la nave se desplaza a 30 nudos. ¿Cómo crees que sabrían los daiquirís helados si fuesen fosforescentes?».

Tal descripción del producto estrella del habanero bar restaurante El Floridita, la hizo Ernest Hemingway, Premio Nobel de Literatura 1954, en su libro Islas en la corriente, donde define con su sabor y color exactos, lo que para él era un «trago de aguas someras».

De El Floridita el Dios de Bronce de la literatura norteamericana refiere en la citada Islas en la corriente que «…La bebida no podía ser mejor, ni siquiera parecida, en ninguna otra parte del mundo… Hudson estaba bebiendo otro daiquirí helado y al levantarlo, pesado y con la copa bordeada de escarcha, miró la parte clara debajo de la cima frappé y le recordó el mar».

Cualquier lector puede también hacer un enlace casi directo entre ese cóctel y la teoría literaria hemingwayana del iceberg que prescribe que el narrador solo debe mostrar la décima parte de su relato y las nueve restantes han de estar elípticas, como la gran masa de hielo oculta bajo el agua.

Este año El Floridita programa sus festejos por los 195 años de su fundación, en 1817, con el nombre de La piña de plata, y los 113 del nacimiento del autor de El viejo y el mar, el 21 de julio, con un coloquio y la elaboración del daiquirí más grande del mundo en una copa de 250 litros de capacidad.

 

 
Hemingway y El Floridita son hoy una leyenda cada vez más fascinante, nacida en los años 30 del siglo XX, cuando el gran escritor descubrió el cóctel que el catalán Constantino Ribailagua (Constante) preparaba con inigualable maestría.
 
Tan cercanos se hicieron, que Constante creó para él un Papa Special, con doble ron, sin azúcar, unas gotas de marrasquino y jugo de toronja, que Hemingway bautizó de Daiquirí Salvaje.

Buena parte de Islas en la corriente transcurre en El Floridita, donde deambulaba el personaje de Liliana la honesta, una prostituta cubana, llamada realmente Leopoldina y de quien muchos afirman fue el gran amor cubano del novelista norteamericano.

En lo que sí no hay dudas es en que la escuela de daiquirí fundada por Constante hoy goza de plena salud y creciente creatividad, porque por estos días nuevos cócteles nacieron, como el vegetariano, a base de aguacate y pepino; el maridado, con los puros cubanos con toques de miel de abeja y chocolate, y el tropical, que armoniza el melón y la guayaba.
  
En la larga barra de maderas preciosas, en una de sus esquinas estratégicas, una estatua a tamaño natural de Hemingway creada por el escultor José Villa Soberón, espera sonriente a la clientela, casi siempre con un daiquirí a su vera, costumbre que se va haciendo ya tradición.

 

 
En la estantería del bar también escolta a los visitantes un busto del escultor Fernando Boada, realizado a petición de los trabajadores de El Floridita, cuando en 1954 ganó el Nobel de Literatura.

El templo del daiquirí sigue con todo su encanto y atracción, ideal para degustar ese refrescante trago, que en pleno canicular trópico, remite a traslúcidos mares someros, de espumosas estelas cuando las quillas de las embarcaciones lo surcan sin prisas y con rumbo cierto.

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