ARCHIVOS PARLANCHINES: «A ojo de buen cubero»

ARCHIVOS PARLANCHINES: «A ojo de buen cubero»
Fecha de publicación: 
25 Mayo 2018
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Dichos populares en Cuba hay a montones. Para comprobarlo, basta con recordar expresiones como «Hombre… ¡eso no lo consigue ni Mazzantini el torero!» o «a ese no lo cura ni el médico chino». Sin embargo, nadie me puede negar que durante los años cuarenta y cincuenta hubo tres frases que marcaron época en el anecdotario popular y hoy nos llenan de evocaciones: «ñámpiti gorrión», «hay moros en la costa» y «a ojo de buen cubero». Estas se parecen un poco a las ancianas postalitas intercambiadas con nuestros amiguitos y que, al menos para nosotros, eran verdaderos aguinaldos.
 

El refrán «ñampiti gorrión» tiene su origen en un sujeto entrado en años residente en La Habana de los años treinta que jamás se perdía un velorio, aunque, en la mayoría de los casos, no conocía al difunto. El asunto llega a tales extremos, que nadie se imaginaba una buena funeraria sin él. Llegaba temprano, vestido rigurosamente con saco y sombrero negro, saludaba a los dolientes y les daba el pésame. Luego, y esto es lo paradójico, se acercaba a la caja y se paraba delante de ella para despedirse del muerto de turno con gestos de dolor y cara de gente amargada. Después, y siempre rayando las diez de la noche, se despedía de todos y se iba.

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Cualquier muerto le venía bien a nuestro fúnebre personaje.

 

Poco a poco, los chistosos lo vincularon de manera inexorable con la «pelona» y los recintos fúnebres, por lo que empezaron a llamarlo «ñámpiti gorrión». La voz ñámpiti, derivada del verbo ñampiar, es de origen africano, y tiene el significado de matar para los habitantes de ciertas zonas de Nigeria. Se usa bastante en los barrios marginales de nuestro país, pero no necesariamente es vulgar ni refleja una actitud antisocial. La  palabra gorrión, por su parte, parece asociarse con la soledad y la tristeza arrabalera («Socio, qué clase de gorrión tengo hoy»).
 

Cuentan que el día de la muerte del también agorero anciano nadie fue a su enterramiento. No obstante, es imposible quitarle el protagonismo de un enunciado capaz de ponerle la carne de lechuza al más pinto: «A ese hay que darle ñámpiti gorrión…». O sea: hay que mandarlo para el otro mundo o quitarlo del medio de alguna forma.
 

La frase «hay moros en la costa», que nos advierte sobre la necesidad de hablar bajito o callarnos la boca, pues no conviene decir ciertas cosas en presencia de alguien cercano, se remonta a la fecha de 1492, año en que Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, los llamados Reyes Católicos, terminan la Reconquista española tras ocupar el reino de Granada, el último reducto de los musulmanes en la península.
 

A partir de la rendición de Boabdil en el sur de España, los árabes o moros, como se les llamaba entonces, comenzaron a saquear los pueblos situados en las costas mediterráneas de Valencia y Murcia, donde tomaban prisioneros para esclavizarlos o pedir rescates por ellos. Ante estos hechos, los caballeros castellanos levantan torres defensivas o atalayas que les sirven a los guardianes para divisar a los barcos de los malhechores y gritar presurosos: ¡Moros en la costa!… ¡Moros en la costa!… Además, hacían sonar unas campanas y encendían grandes hogueras que alertaban al gentío sobre el peligro inminente.
 

Es bueno apuntar que estas incursiones de los moros en España están ligadas a un sinnúmero de leyendas sobre tesoros escondidos, los cuales siempre están protegidos por un mágico hechizo o un talismán y custodiados por monstruos extraños, fieros dragones o gigantes que aparecen inmóviles como estatuas, montando una insomne guardia durante siglos.
 

Otra expresión heredada de los españoles con la etiqueta de una exacta unidad de medida es «a ojo de buen cubero», la cual se pronuncia cuando alguien hace algo sin tener en cuenta medidas, pesos u otras consideraciones esquemáticas o doctorales. Esta tiene igualmente origen feudal y se deriva del oficio de los llamados cuberos, fabricantes de las cubas o barriles donde se envasaban líquidos de manera rústica y artesanal. ¡Sobre todo de vino y buena cerveza!
 

Como en esos calendarios no existían reglamentos que indicaran la capacidad de las cubas, los artesanos vertían los líquidos «a buen ojo», una locución extendida a otras actividades productivas del hombre para subrayar cierta pereza e improvisación no ajena a una sorprendente precisión, hija, casi siempre, del talento y las habilidades innatas del operario. En la actualidad, el dicho «a ojo de buen cubero» es empleado mucho por los trabajadores que juegan a diario a ser diablos y tratan de medir solamente con la vista, sin equivocarse. Se creen los amos y señores del oficio e ignoran que el entusiasmo y «el invento» no siempre dan en el clavo.

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