Cuba: Que el trapeador no desbarate lo que la ciencia hace

Cuba: Que el trapeador no desbarate lo que la ciencia hace
Fecha de publicación: 
7 Junio 2018
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Al salir de la operación, nadie le extendió el papelito que durante unos meses se estuvo entregando en dependencias del Minsap para recordar cuánto costaba al Estado este o aquel servicio médico, aun cuando resultara gratuito para la población.

Sin embargo, ella sabía que en otra latitud aquella cirugía mayor le hubiera costado muchísima plata; pero en esta islita del Caribe no tuvo que abonar ni un centavo a cambio de salvar su vida.

Un par de meses después de su exitosa operación, y luego de sistemáticas consultas postoperatorias, regresó al hospital para entrevistarse una última vez con la cirujana y recoger su alta médica.

A la hora exacta en que usualmente está programada la consulta, la doctora entró por el pasillo. Ante la puerta aguardaba una veintena de pacientes ansiosos y estresados por el calor, la falta de iluminación, de ventilación y de asientos.

Además de esta experimentada galena —también profesora—, atenderían pacientes en el mismo local un par de doctores más y varias enfermeras.

Pero nada pudo empezar.

Al abrir la puerta, la doctora constató tanta suciedad en el local, que no sería posible dar allí ningún servicio hasta que el personal de limpieza del hospital lo higienizara.

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Con cuidada cortesía, la cirujana explicó la contingencia a quienes aguardaban, les ofreció disculpas y la garantía de que todos serían atendidos con independencia del horario.

Cerca de una hora después, todo pareció volver a la normalidad. Todo, o casi todo. Porque un grupo de profesionales y técnicos de la salud había acomodado sus planes para cumplir con los pacientes, con sus deberes laborales. Un numeroso grupo de pacientes, algunos sintiéndose mal, se había levantado bien temprano y no pocos hasta madrugado, para estar entre los primeros.

No les importaba ese esfuerzo, perder un día de trabajo, ajustar un bulto de detalles, fajarse con guaguas o pagar almendrones, con tal de recibir esa atención médica de calidad en la que confiaban.

Y era una confianza bien fundada porque años de estudio y de superación postgraduada, de entrenamiento y experiencia, de exigencia y de profesionalidad, avalaban el quehacer de esos trabajadores de la salud en cuyas manos ponían su bienestar y hasta sus vidas.

Pero no hicieron falta años de estudio ni madrugones ni desembolsos para echarlo todo por tierra en un segundo que, a la vez, abrió la puerta al descontento, al malhumor, al estrés, y también al comentario mal intencionado, al que rebasaba el hecho en sí.

Mientras la señora limpiaba el local, me le acerqué discreta y le pregunté muy delicadamente por qué se había quedado así, sucio. Me explicó con gran familiaridad, como si hubiéramos sido amigas de toda la vida, que nadie quería limpiar por el salario que pagaban, y que a ella la habían tenido que ir a buscar a Cuidados Intensivos para que resolviera el problema de aquella consulta.

Evidentemente, la responsabilidad no era de esa señora bonachona y responsable. Pero algo supuestamente pequeño y sencillo como limpiar un local estaba echando por tierra la grandeza de la salud pública, su obra salvadora de vidas.

Otro tanto sucedía allí —y acontece en muchos otros lugares— con los turnos para reconsulta. La paciente protagonista de esta historia, absolutamente verídica, había tenido que esperar más en una inmensa cola delante del archivo, para sacar mensualmente cada turno de reconsulta, que el tiempo que demoró su propia operación.

Por qué no hay personal para la limpieza en un hospital donde se acometen complicados y costosos procederes quirúrgicos es algo que no puede responder este texto. Las soluciones a estas y otras paradojas similares que se repiten en nuestro escenario económico y social corresponde ofrecerlas a directivos; también a científicos, académicos y pensadores de diversas disciplinas.

Estas líneas solo buscan llamar la atención sobre el asunto y testimoniar cuánto dolor se siente al constatar cómo a veces propiciamos que los ratones cacen al gato, a ese que con tanto amor y esmero cuidamos.

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