Felicidad en Cuba: Bailando bajo el diluvio

Felicidad en Cuba: Bailando bajo el diluvio
Fecha de publicación: 
6 Junio 2018
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Ha ido cayendo la tarde, pero al parque todavía no llegan los habituales de cada día. Él está solo en uno de los bancos más alejados y pareciera no percatarse de nada a su alrededor, salvo de los pájaros que lo rodean comiendo las migas que les lanza.

El nailon con los pedacitos de pan reposa junto al bastón que le acompaña desde los 76 años, cuando sus piernas decidieron no ayudarle más en las habituales caminatas por el barrio.

Como nada distrae su atención, salvo los pájaros, no percibe que he llegado junto a él. Pero apenas muestra sobresalto al saludarlo, y tampoco al contarle que soy periodista e intento preparar un trabajo sobre qué es la felicidad para los cubanos.

Cual si fuéramos conocidos de toda la vida, de esos vecinos de los años que cada mañana comparten el buchito de café, el anciano me sonríe, posa su mano sobre mi brazo impidiéndome grabarle, y deja la frase retumbando en medio del atardecer, entre el picoteo de los pájaros: «Ser feliz no es escapar de la tormenta, sino saber bailar bajo el diluvio».

En el Facebook de CubaSí, en comentarios a trabajos anteriores relacionados con este tema, y en declaraciones recogidas cara a cara, casi una treintena de personas compartió con este portal sus puntos de vista y alguna que otra vivencia sobre lo que era la felicidad.

De todas formas, la cantidad de opiniones no importa demasiado porque, aunque hubiera sido un centenar, un millar o un millón, no hubiera podido extraerse una definición concluyente. Doña Felicidad nunca se dejará realmente atrapar entre palabras o números.

Sin embargo, resultan interesantísimas las opiniones recogidas, como aquella de quien se identifica como Gisela Luna, quien asegura que «La felicidad es estar llenos. Ustedes escojan llenos de qué… de amor, pasión, sueños, ideas, valores humanos, trabajo, de amigos, de dinero, de llaves (del carro, de la casa), de chocolate…»

Por su parte, L. García apunta que: «La felicidad existe y está al alcance de la mano. A veces quien más la busca, menos la encuentra. Hay quien no sabe ser feliz, cambia de prioridades, intereses o sueños tan rápido, que vive sufriendo por lo que le falta, en lugar de disfrutar lo que tiene. La felicidad es una esencia».

Además de definirla y acotarla, algunos hasta han intentado medirla. De ahí que hasta exista un Informe Mundial de la Felicidad, que anualmente elabora la Red de Soluciones para un Desarrollo Sostenible de la ONU.

Aunque resultan más que cuestionables los indicadores que toman en cuenta, valga apuntar que en la edición de este año aparece con la población más feliz del mundo Finlandia. Le siguen en esa nórdica vanguardia Noruega, Dinamarca y Nueva Zelanda. Parecería que las bajas temperaturas andan de mediadoras en asuntos de felicidad.

Lo cierto es que algunos países hasta han creado Ministerios para la Felicidad, como es el caso de Bután, un pequeño país asiático que ha reemplazado el concepto de Producto Interno Bruto por el de Felicidad Nacional Bruta.

Tanta prioridad confieren al asunto, que el artículo nueve de su Constitución recoge que el propósito de ese gobierno es lograr que cada uno de sus ciudadanos sea feliz. Para concretar tal meta es que fundaron el Ministerio de la Felicidad en ese país, donde está prohibido talar árboles y cazar animales —de ahí que la mayoría de sus habitantes sean vegetarianos.

Al ser Bután una reserva natural de flora y fauna, obtienen abundantes ingresos del turismo y también de la investigación científica. Allí, en medio del desarrollo sostenible y del respeto a la naturaleza, solo el 8,8% de sus habitantes declara no sentirse feliz.

No hay que llorar

De cuán felices se sienten los cubanos no parece existir, al menos públicamente, ninguna encuesta o investigación que arroje luz al respecto.

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Pero al menos más de un estudioso del patio ha intentado entregarnos una definición de felicidad. Es el caso, por ejemplo, del conocido psicólogo y profesor Manuel Calviño, quien, según reporte de IPS, declaró en septiembre pasado que la felicidad no puede ser analizada desde una perspectiva unidireccional, pues depende de las experiencias, valores humanos, sentimientos; «es episódica, no es de naturaleza racional», dijo.

El también conductor y guionista del conocido programa televisivo Vale la pena, luego de comentar sobre lo riguroso de la vida del cubano, acotó que según «múltiples vocaciones religiosas y filosóficas, la felicidad está en el ejercicio de la superación de los rigores de la vida».

Para Kati, una habanera de 24 años, «la felicidad es una actitud». Desde su apreciación, no tiene que ver con cuestiones de dinero. Sin embargo, abundan quienes piensan que pueden comprar la felicidad con una billetera bien abultada.

Decir que el dinero no importa sería absurdo; pero votar por aquello de «Tanto tienes, tanto vales» resultaría aún más absurdo. De ahí que alguien con el nick Antonio dejara anotado en un comentario para CubaSí: «Nuestra felicidad depende de nosotros mismos, de la fortaleza de nuestro espíritu, de lo capaces que seamos de saber apreciar los pequeños detalles de la vida. El dinero es necesario, pero no necesariamente hay que ser rico para ser feliz. Vive la vida junto a los tuyos, junto a los que amas, porque venimos a este mundo prestados solo por un momento».

Quien se hace llamar ISA anotó a continuación de Antonio: «El dinero no compra la felicidad. Es mejor vivir en paz, armonía, amor, y tener salud ante todas las cosas. Prefiero ayudar al prójimo». Por su parte, la internauta Vilma, citando palabras bíblicas, agregó: «Hay más felicidad en dar que en recibir; si no sirves para servir a los demás, entonces, ¿para qué sirves?».

Hay quien está metido en la felicidad hasta el cuello y no se da cuenta porque sus expectativas son muy altas o muy diferentes a lo que le rodea, por eso anda pidiendo el agua por señas mientras flota en cristalino estanque.

Quizás fue eso lo que le sucedió a cierto individuo que prefirió mantenerse en el anonimato, pero, al mismo tiempo, desembolsar nada menos que 1,5 millones de dólares por una parte y 240 mil por la otra, para comprar dos notas que supuestamente contenían el secreto de la felicidad.

Su autor no era otro que Albert Einstein, autor de la Teoría de la Relatividad, que le hiciera merecer el Premio Nobel de Física.

Hace 96 años, Einstein había anotado en un papel timbrado con el logotipo del hotel japonés Imperial de Tokio y de 13 por 21 centímetros: «La calma y una vida modesta traen más felicidad que la persecución del éxito con la constante inquietud que se combina».

En el otro folio, aún más pequeño, de 14 por 18 centímetros, el alemán de entonces 43 años escribió: «Cuando hay voluntad, hay un camino». Ambos apuntes los ofreció al mejor postor una casa de subastas en Jerusalén, en octubre pasado.

No habría que acuñarlas como lo máximo, aunque, como ya quedó escrito aquí, hubo quien abonó la desconcertante suma de más de millón y medio de dólares por tales revelaciones.

Más se han pegado otras frases del cancionero nacional e internacional que aconsejan cómo conquistar la felicidad; entre ellas, aquella que canta Issac Delgado: «No hay que llorar, que la vida es un carnaval, y las penas se van cantando», o la del trovador que subraya «soy feliz porque soy gigante» y más adelante concluye: «Soy un hombre feliz, y quiero que me perdonen por este día los muertos de mi felicidad».

Tristemente, en no pocas oportunidades, el paradigma de la felicidad viene asociado con tener más, con comprar más, con llevar «lo último», en coherencia con modelos consumistas bastante distanciados del modelo de ciudadano que se aspira a formar en esta Isla.

Y ello es extensivo, al menos en Cuba, al tema de las nuevas tecnologías. Conozco de un joven que nunca puede darte un abrazo ni la mano porque siempre lleva en ella un grandísimo y dorado teléfono celular. Lo muestra orgulloso como pretexto cada vez que alguien intenta darle un apretón de manos. Lo que no enseña es que casi nunca tiene saldo.

Tal vez en Cuba se asocia todavía el uso de las nuevas tecnologías a la felicidad porque hemos llegado a ellas algo tarde. En contraste a nuestra realidad, el estudio «Monitoreando el futuro», realizado el año pasado por la Universidad Estatal de San Diego (California, EE.UU.), reveló, luego de encuestar a más de un millón de jóvenes de ese país entre 15 y 18 años, que los adolescentes que pasaban más tiempo frente a los dispositivos de pantalla eran «notablemente» más infelices que aquellos que invertían más tiempo en actividades como deportes, lectura e interacción social cara a cara.

Vale aclarar, en este sentido, que abstenerse totalmente del contacto con la tecnología no es tampoco sinónimo de felicidad. Según la investigación citada, los adolescentes más felices usaban soportes digitales poco menos de una hora por día. En cuestiones de pantallas y pantallitas, el punto medio parece estar en una hora. A partir de ese período, el nivel de infelicidad empieza a crecer proporcionalmente con el tiempo dedicado al aparato digital.

Hace dos años, la Comisión parlamentaria cubana de Atención a la Juventud, la Niñez y la Igualdad de Derechos de la Mujer conoció de los resultados de una investigación desplegada por el Centro de Estudios sobre la Juventud. Dicha indagación sociológica evidenció, reportaba el periódico Granma, «que la mayoría de los adolescentes cubanos se consideran felices, y manifiestan su orgullo por vivir en la Isla».

La jefa del Departamento de Política y Sociedad del Centro de Estudios sobre la Juventud, Keyla Rosa Estévez, informaba entonces que se sentían así de felices porque «en gran medida, se consideran personas con derechos, fundamentalmente los relacionados con la salud, la educación y la seguridad».

En aquel momento, un 70% de los entrevistados tenía acceso a las tecnologías, fundamentalmente a teléfonos móviles y computadoras. Poseerlas, precisaba Estévez, crea en ellos sentimientos de felicidad, pues significa una manera de estar «actualizados», «a la moda»; aunque, en algunos casos, se detectaron sentimientos de superioridad respecto a otros.

Sin dudas, la felicidad no puede encasillarse en una única definición. Tampoco pueden considerarse números definitorios los revelados por una u otra encuesta. El profesor Calviño recordaba el año pasado que «La felicidad es su búsqueda. El llegar está en el andar. Creo que hay un don primario en todo ser humano: nacimos para construir la felicidad, para ser felices, porque el único modo de triunfar en la vida es sentir que vivir vale la pena».

                      

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