CRÓNICAS BIEN CORTAS: El helado que te toque

Ya sabemos que las bolas de helado de Coppelia nunca son bolas, sino medias bolas (y a veces ni eso). Ya sabemos que las sirven en vasijas de plástico (que es uno de los materiales menos indicados para servir helado). Nos consta que el agua casi siempre viene caliente (cuando ponen agua, que no es siempre). El personal que te atiende no suele caracterizarse precisamente por su amabilidad (esto es matando y salando, me dice la señora que se me sienta al lado). Ya sabemos que no hay que hacerle mucho caso a las pizarras donde anuncian los sabores, porque una cosa es lo que dice allí y otra (a veces completamente diferente) puede ser la que te digan dentro…

Tantas veces se ha hablado de Coppelia, tantos reportajes y tantas quejas sin respuesta, que ya parecería que todo está dicho. ¡Al menos los helados siguen siendo baratos! Algo es algo.

Pero resulta que ya ni siquiera puedes darte el lujo de escoger, al menos en las canchas. Llegas y el empleado te dice dónde te tienes que sentar. Y cuando estás sentado, es cuando te enteras de los sabores que tienes a tu disposición. Puede que en tu cancha haya vainilla y caramelo; puede que en la de al lado (a poquísimos metros) haya platanito y almendra. Si no te gusta el caramelo, si te gusta el platanito, no hay opción, tendrás que resignarte… O hacer la cola otra vez y rezar porque te toque la cancha del platanito, si es que no se acabó.

Una señora le pidió humildemente al camarero que le trajera una ensalada de almendra, que era el helado que a ella le gustaba de toda la vida.

—No tenemos ese sabor, mi tía.

—Pero si ahí al lado hay. ¿Qué le cuesta dar dos pasos e ir a la otra cancha a que me lo sirvan?

—Ya lo dijo, allá al lado. Mi tía, aquí hay un orden. Esto no es lo que usted quiera, es lo que le toque.

Y la palabra del camarero es la ley.