La solidez a prueba de crisis de Bruce Springsteen

La solidez a prueba de crisis de Bruce Springsteen
Fecha de publicación: 
18 Junio 2012
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Un concierto de rock de estadio no necesita de luces, lásers y zarandajas tecnológicas para ser un gran espectáculo. Es aún más difícil: necesitas a un Bruce Springsteen pletórico y a una E Street Band a tope, y de cada uno de ellos sólo hay uno. Podría decir, citando a Jon Landau, el mánager de Springsteen cuando aún era crítico musical, que anoche vi el futuro del rock & roll, pero eso sólo sería media verdad: al estadounidense le queda cuerda para rato (¿un par de giras más?), pero ya tiene 63 años, edad similar a la de sus compañeros de grupo.

No quiero hacer demasiado hincapié en el tema de la edad, pero es que es increíble que unos tipos con esos años hagan conciertos de más de tres horas y media sin parar ni un segundo. El año pasado vi a los Foo Fighters y pensaba que en la actualidad eran los únicos que podían mantener esa intensidad durante dos horas y 45 minutos que duró la actuación. Pero no.

Los conciertos de Bruce Springsteen se plantean como multitudinarias comuniones rockeras, largas fiestas en las que, en un momento como el actual, no se puede olvidar lo que pasa fuera, pero al menos se afronta con más esperanza, con esa sensación de “no estoy solo”. Ya en la tercera canción, Wrecking Ball, pareció que se insistió especialmente en el estribillo (“hard times come and hard times go). Y en Jack of All Trades, otro de los temas del muy político último disco, leyó en español las siguientes frases: “En mi país estamos pasando por malos tiempos, y sé que aquí los malos tiempos son peores. Queremos dedicar esta canción a todos los que están luchando en España”.

Son momentos como ese los que hacen de un concierto de Springsteen algo especial. Y también cuando se bajó del escenario, se fue al lateral y se puso a bailar con un operario de los que desmontan el escenario, con su chaleco reflectante y su casco; o cuando sacó a un niño con una camiseta extragrande de Born in the USA y le puso a cantar el estribillo de Waiting on a Sunny Day. O mucho me equivoco, o ese chaval ha quedado marcado de por vida. No quiero ponerme cursi, ni exagerar la lírica inherente a Springsteen (un artista que se presta mucho a ello), pero en ese instante me acordé de cuando mis padres me llevaron con 11 años al Calderón, en la gira de Tunnel of Love (1988). No creo que ese concierto me cambiara la vida, pero desde luego me abrió los ojos. A Springsteen, de quien fui superfán los siguiente cinco o seis años, y al rock en general. Había ido a más conciertos anteriormente, pero es curioso que no recuerdo nada de ellos: el primero del que tengo memoria es este, con Pedro Piqueras -lo juro- bailando en la fila de delante nuestra.

Dejemos los recuerdos y volvamos a la actuación de ayer: 32 canciones de todas las épocas, incluidas un par de versiones (Twist & Shout y la estupenda Seven Days to Rock), siete de Wrecking Ball, varias de las menos conocidas (estupendas Murder Incorporated o Talk to Me, con su colega Southside Johnny de invitado) y muchos muchos clásicos… Para mi gusto, faltó alguna de The Wild, the Innocent & the E Street Shuffle y alguna más de Darkness, del que sólo tocó Badlands (yo suspiraba por Candy’s Room o Promised Land).

Pero fue un grandísimo concierto. Con sus partes mas sosas, claro, pero sin que los 215 minutos de duración se hicieran largos, porque -y esta es una de las grandes virtudes de Springsteen y la E Street Band- nunca sabías qué iba a suceder a continuación, pero sí que la fiesta iba a continuar.

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