DE LA TELEVISIÓN: Una estampa nada fina

DE LA TELEVISIÓN: Una estampa nada fina
Fecha de publicación: 
24 Abril 2018
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La edad es enemiga del talento. Que lo diga Aguinaldo Silva que en sus últimas novelas ha recurrido al archivo o la sangre joven para mantener el status y sobre todo el salario casi obsceno que la Globo le paga.

 
Lejos de la forma intelectual que en los 80 y 90 lo puso a la cabeza de los ratings con Roque Santeiro, Tieta y Piedra sobre piedra (para nosotros Te odio, mi amor),  el autor de 15 libros, 14 novelas,  11 casos especiales, 5 filmes, 5 miniseries, 5 seriados y 3 piezas de teatro, organizó en 2009 una llamada master-class para paliar sus lagunas creativas, con el fin aparente de garantizar el relevo del envejecido elenco autoral.

 
Y digo aparente, pues como probó su más reciente lance de ese tipo –con amenazas de demanda y todo– su fin básico era exprimir las mentes frescas de sus alumnos que, con la ilusión de entrar por la puerta ancha en la fábrica de sueños, le cocinaron historias sin sal, pero con el sabor de la lozanía.

 
Nadie entró. Salvo uno. Pero Silva ganó un contrato más ventajoso y limpió su nombre comprometido en la deficiente Dos caras, recuperando su fama de infalible.

 
Fina estampa, que ahora vemos por Cubavisión, fue producto de aquella clase ‘maestra’. Un producto, literalmente, y muy exitoso, dicho sea de paso.

Conocida originalmente como Marido de alquiler –título que adoptó su versión en Telemundo– es un pastiche de varias otras tramas. Incluyendo elencos casi íntegros.

Griselda es una mezcla de María do Carmo con la Raquel de Vale todo con algunos toques del patito feo.

Como la ‘señora del destino’, tiene tres hijos, un marido desaparecido y aunque los deje salir debajo de sus alas, mamá-gallina siempre está atenta a los polluelos.

René es gemelo de Dirceu, aderezado con el elemento culinario, también explotado en aquella y que siendo culturalmente superior, la acepta a pesar de su simpleza.

Antenor, por su parte, es una María de Fátima en pantalones, que rechaza a su madre, humilde, pero esforzada y no tiene escrúpulos para ascender y humillar a la que le dio la vida, pues le parece demasiado vulgar para presentarla en sociedad.  

Como Raquel, Griselda tiene una honestidad a prueba de balas y verá coronado su empeño con el triunfo. La diferencia en este caso es que la riqueza no viene del tesón, siempre exaltado en el drama, sino de ‘manos de la Virgen’, la de Fátima (!).

Es obvio, que existe un toque de frivolidad que abre una brecha, pero la base está ahí.

 
También el reparto, parte del cual migró de Señora…  a Dos caras y de ésta a Fina estampa, que tributó otra buena parte de su nómina a Imperio, repitiendo la fórmula de invertir actores y caracteres: los buenos serían los malos y viceversa.

La maquinaria siempre engrasada de la Globo le da unidad visual y cubre los vacíos de un texto cargado de personajes y ligero en intenciones, más digno de la novela de las siete, cuyas superficiales claves se adivinan a cada paso.

 
Fina estampa parece un comercial de 140 episodios, en que el debate entre imagen & esencia (su nombre en el mercado anglo y premisa en la sinopsis), no se sustancia, pues el color y la lentejuela ofuscan su nudo dramático y humano.

 
Todo aquí es moderno y fashion (desde la fastuosa villa de Teresa Cristina, los muchos ambientes, hasta las casas de los pobres, pasando por la ultramoderna clínica de fertilización in vitro, grabados en abundantes planos generales, para recalcar un lujo grandilocuente al estilo de las películas de romanos de los años 60).

 
Los autores se valen de truquitos para seducir a la pupila colocando desfiles de trusas, playas, muchachones semidesnudos (ídem a los legionarios) y los paisajes antisépticos de la Barra da Tijuca (el Miami carioca, cuya estética está presente en todo momento).

 
Todo lo cual adorna y hace disfrutable una trama, pero no puede ser su único mérito.

 
No importa la malicia de zorro viejo, se filtra aquí el aire amateur, presente en la concepción de situaciones, diálogos y escenas, muy flojas, al menos, en estas tres semanas en que la trama progresa con un tempo medio y desvíos a núcleos sin gracia.

   
Silva, como cara visible del proceso, sólo pone la firma (aunque ejecuta la escaleta y da algunos toques de estilo).

 
Los que escriben son Maria Elisa Berredo, Nelson Nadotti y Patrícia Moretzsohn (según consta en los libreros), asistidos de Brunno Pires, Meg Santos, Rodrigo Ribeiro y Maurício Gibosky (el afortunado de la clase que, sin embargo, no dio el gran salto, porque en la Globo, para escribir, hace falta un nombre y él no lo tiene).

 
Hay premeditación y alevosía. Silva quiso un éxito seguro y lo logró. Se despojó de los tristes tonos de su historia previa y evitó los excesos de maldad de Passione e Insensato corazón (criticadas por la gente, la misma que luego se embarcó en Avenida Brasil, aún más sórdida y cíclica, probando que la vileza vende y el público es voluble).

Revive otro elemento que rindió mucho en sus sagas rurales: el humor y el populismo. Pero es un humor hueco, de sainete, sin el toque de ironía popular que lo marcaba.

 
Otro préstamo utilísimo es el gay-caricatura. La única carta de triunfo de su fallida Suave veneno, era el vidente Wálber, amanerado e hilarante que aquí repite al 100%.

Con Cro, Marcelo Serrado, se echó al público en el bolsillo. Incluso ganó un filme propio. Pero hasta ahora, la dinámica patrona-mayordomo no ha dado pruebas de ingenio, reduciéndose a insultos de una y loas ridículas del otro. No importa cuánto lo quiera recalcar la insistente y por ello molesta banda sonora humorística. No hay chispa.

Christiane Torloni, una actriz casi desconocida en Cuba, es la mejor síntesis de esta historia.

Su Teresa Cristina es exuberante, excesivamente producida, pero muy subida de tono al punto del ridículo (empeorado por el doblaje, que también hace más grave a Lilia Cabral, aquí dando mayores muestras de carisma que con su vociferante María Marta).

El resto del elenco responde a dos necesidades básicas: agradar y reciclar.

 
Muchas caras frescas, galanes en abundancia, bellezas de todo tipo. Junto a algunas figuras con personajes forzados, como el caso de Daniela Frasier (Renata Sorrah), cuyo aire de misterio y serenidad me sabe impostado o la taxista asaltada, Arlete Salles.

 
También, Dan Stulbach y Júlia Lemmertz, la ‘pareja del bien’, que se ha robado bastantes minutos en estos primeros episodios y empezará una larga (y extenuante) batalla por la maternidad.

 
Como siempre hay una novela detrás de la novela, la prensa explotó el presunto plagio de Walcyr Carrasco (Rastros de mentiras), que utilizó el mismo argumento de Griselda y Anterior, en Dinosaurios & robots (2011), tras escuchárselo al colega en un almuerzo.

 
El propio Silva no fue totalmente honesto. Aunque la Globo les pagó sus derechos a los pupilos e incluyó sus nombres en la despedida original, no les dio ningún otro espacio.

   
La presentación internacional consigue ser aún más banal que brasileña, alternando caritas y fragmentos al estilo Televisa con el mismo e inexpresivo tema.

 
La banda sonora quedó en instrumental, como las novelas de los 90, privándonos, entonces y ahora, de un plus siempre agradable que son las canciones del Brasil.

Se notan, además, vacíos dramatúrgicos en ciertas escenas concebidas para el uso de música con letra, tan usuales en la ficción brasileña. En fin…

La edad también cincela las ideas. La exalté en su estreno, allá por el 2011, y ahora tendrá que mejorar mucho el ritmo para, al menos, seducirme mi lado evasivo.

 
Si algo no tiene esta estampa es finura. Por ello, más vale que tenga trama, sino será un largo año para el espectador cubano.

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