Pesadilla norteamericana

Pesadilla norteamericana
Fecha de publicación: 
30 Marzo 2018
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Parecía un chiste, y es un chiste: Donald Trump enfrentándose a sus amigos —«patriotas», como él los llama— de la Asociación Nacional del Rifle, con el fin de elevar de 18 a 21 años la edad para poder comprar un arma de fuego en Estados Unidos, equivalente a una curita de mercurocromo aplicada a la hemorragia sinfín de crímenes en territorio norteamericano.

En forma envalentonada, el mandatario estadounidense ha pedido a los legisladores que no teman enfrentarse a los lobbistas de la Asociación, tratando de llevar un paliativo al creciente descontento de la sociedad ante la anarquía de la venta de armas a personas de diferentes edades y condiciones mentales conformadas por el estrés continuado y llevado al límite de una sociedad donde predomina el egoísmo, la extrema desigualdad y el irrespeto a la vida ajena.

Las plañideras voces del Presidente y sus colaboradores lamentando las casi diarias matanzas de seres inocentes, reciben, como ejemplo reciente y recurrente, la indignada respuesta de Emma González, una joven de 18 años de origen cubano:

«No quiero sus malditas condolencias, mis amigos y mis profesores fueron tiroteados. ¡Debería darles vergüenza!», y puso el dedo en la llaga a un problema que parece insoluble:  «No es solo un problema de salud mental. No habría matado a tanta gente con un cuchillo», dijo, refiriéndose a una afirmación reiterada de Trump, al echar toda la culpa a los problemas psiquiátricos del atacante en un centro de estudios de Parkland, Florida, que con un rifle de asalto asesinó a 17 personas entre estudiantes y profesores.

La hipocresía de Trump al respecto siguió a la descabellada idea del mandatario de armar a los profesores, aprobada por legisladores de varios estados, entre ellos Florida, quienes se convierten así tanto en instrumento como en objeto de ataque, sin que asome para ello la sombra de la precaución.

La indignación latente, principalmente en el estudiantado, se ha convertido en manifestaciones masivas en varios estados de la Unión para endurecer los controles en la venta de armas, aunque lo ideal sería que no existiera tal engendro.

Claro que es difícil de llevar a cabo, porque en ello se conjugan factores tales como las enormes ganancias que reciben los involucrados en el negocio, principalmente la Asociación Nacional del Rifle, que cuenta con más de cinco millones de adeptos, el apoyo irrestricto de sectas supremacistas blancas, especialmente enfocadas contra razas y algunas religiones, y toda la parafernalia ligada al narcotráfico.

Miedo creciente

Además, con cada tiroteo y matanza crece el miedo entre la población, que, con deseo o no, trata de armarse a toda costa, y para ello cuenta con rifles AR-15, que pueden disparar hasta 800 balas por minuto y cuyo anuncio de uso restringido no se ha puesto en práctica, a pesar de los sucesos de Las Vegas, donde un individuo, solo con este instrumento, causó 69 muertos y cerca de 700 heridos, al disparar contra los asistentes a un festival de música country.

Es decir, predomina la descabellada idea de que las armas no son las culpables de la violencia, sino la condición para que esta desaparezca, porque detrás, subrayo, hay mucho dinero y razones históricas basadas en una enmienda de la Constitución realmente obsoleta, porque respondía a una realidad de su tiempo, más de dos siglos atrás.

Pero esta enmienda es intratable, porque, en la forma que se maneja propagandísticamente, les colgaría el «sambenito» de traidores a quienes traten de echarla abajo, independientemente de que cueste algún que otro cargo legislativo.

Sería interminable si tratáramos este tema ligado a la campaña de odio que hace increíble el panorama criminal estadounidense, una verdadera pesadilla para cualquier ciudadano que desee vivir en paz. Pero, de hecho, los primeros antecedentes datan del siglo XVIII, y ya en los años sesenta del XX hubo ataques con todas las características de los actuales.

Sin embargo, en las últimas décadas, esa tendencia se intensificó hasta convertirse en un rasgo de la identidad norteamericana. En 1992, un estudiante de 20 años mató a tres compañeros y a una profesora en una escuela de California. Siete años más tarde, dos adolescentes acabaron con la vida de 13 personas en la escuela de Columbine antes de suicidarse.

En el 2007, un estudiante de 23 años asesinó a 27 estudiantes y a cinco profesores en el campus de Virginia Tech. En mayo del 2014, un muchacho, también de 22 años, acabó con la vida de seis personas cerca del campus de la Universidad de California, en Santa Bárbara. A finales del mismo año, un adolescente mató a 20 niños menores de siete años en la escuela primaria de Sandy Hook.

Y en lo que va del 2018, este es el octavo tiroteo con víctimas fatales o heridos en un centro educativo.

No se trata de un fenómeno circunscrito a colegios y escuelas. Según la organización Gun Violence Archive, sin haber terminado marzo, se han registrado este año 30 tiroteos múltiples y unas 1 800 personas han perdido la vida por heridas de bala.

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