Amadito y Luberta nos acompañarán por siempre

Nadie me negará que era sabroso, sabroso de verdad, sentarse junto a la radio para repletarnos de Alegrías, aunque fueran como sobremesa, y pensar en la posibilidad real de encontrarnos con el autor de tanta jocosidad en alguna andanza habanera… por lo bajito para agradecerle por el humor del bueno que nos hacía partícipes de las peripecias de aquellos personajes. ¡Qué gente caballero pero que gente!

En declaraciones  que alguna vez ofreció decía: La radio le dio sentido a mi vida. Aunque a través de mi carrera he escrito programas de todo tipo, Alegrías de Sobremesa fue un reto a mi voluntad, a mi poder creativo, a mi afán de que la vida, por dura que sea, pueda regalarnos una sonrisa más que agradecida. Reto que acepté y del cual, después de medio siglo, me siento más que satisfecho por los resultados”.

Amadito me llegó primero como actor en Clandestinos ¡claro! con la misma fisonomía y jocosidad tanto en su personaje como en la vida real, sin mucho esfuerzo se enroló en aquella primera expedición comandada por Fernando Pérez como timonel.
Después empezó a perfilarse como el dramaturgo de altos quilates que fue y a cuya obra habrá que volver una y otra vez no únicamente por su cercanía con el cubano de a pie sino porque mucha falta nos hace para cultivar el espíritu y alegra el corazón.

En el obituario que le consagrara Granma, y de la pluma del colega Pedro de la Hoz salió algo que quisiéramos haber escrito muchos, pero bueno al César lo que es del César: El periodismo cultural estará siempre en deuda con Amadito. Desde los tiempos en que fue redactor de Juventud Rebelde hasta la columna de opinión que fundó en Granma, sin olvidar sus contribuciones a La Jiribilla, Revolución y Cultura y La Gaceta de Cuba de la Uneac, se ocupó de reflejar acontecimientos culturales y sociales con sagacidad, desenfado y agudeza, a partir de un estilo propio.

Ese fecundo legado (y añado, el de los 2) nos acompañará para siempre.