CRÍTICA DE CINE: La carta secreta

CRÍTICA DE CINE: La carta secreta
Fecha de publicación: 
10 Enero 2018
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La sinopsis puede decir otra cosa. Como que, por ejemplo, Rose Anne es una señora que ha vivido cincuenta años recluida en una institución mental acusada de ser una depravada sexual y de haber asesinado a su hijo siendo este un bebé. Pero la verdad es que esta cinta es tan, pero tan exagerada en su argumento, que pierde credibilidad en cada escena.

La novela de Sebastian Barry, en la cual está basada la película, es destripada y reconstruida hasta el punto de ser irreconocible.

Para empezar. Después de estar cincuenta años recluida, a alguien se le ocurre que un médico (Eric Bana) debería evaluar sicológicamente a la paciente. Nunca nadie lo había sugerido. La tuvieron encerrada por medio siglo, pero jamás le preguntaron nada más allá de su nombre. Y cuando el doctor Eric Bana llega, da la casualidad que siente una conexión muy rara con ella, y enseguida se dispone a probar que ella no mató a su hijo.

Entonces Rose Anne (interpretada en su vejez por Vanessa Redgrave y en su juventud por Rooney Mara) cuenta su historia.

Todo empieza cuando la joven Mara tiene la mala suerte de ser la única mujer joven de toda Irlanda. ¿Dónde están las otras jóvenes? No se sabe. Probablemente, el guion no tenía cabida para ellas. Luego, Mara tiene la mala suerte de que el cura del pueblo, al ser sexualmente rechazado por ella, mueve todos sus hilos e influencias para colocarla en un hospital psiquiátrico. Nada peor que tener un cura loco detrás de una. Por cierto, que la interpretación de Theo James como el cura es su actuación más rica en matices hasta la fecha.

De alguna manera, Rose Anne se las arregla para escapar y concebir un hijo con un joven protestante, que luego muere en la guerra. Pero el cura, que al parecer no tiene ninguna tarea religiosa que realizar (su único interés en la existencia es hacerle a Rose Anne la vida un yogurt), persigue —literalmente— a Rose Anne para devolverla al hospital psiquiátrico.

Aprovechando que ella se ha desmayado de puro cansancio en una persecución, el cura le roba al bebé y la envía para el hospital de enfermos mentales, donde ella pasa toda su vida adulta.

No puedo contarles el final (hay a quien no le gusta), pero es como ¡la mayor casualidad de todas! Solo diré que la vida de Rose Anne pasa dos minutos antes de que se acabe la película —por una coincidencia extraordinaria— de ser un cúmulo de sinsabores, a ser la más amada y realizada existencia.

Qué puedo decir. El guion de La carta secreta (Jim Heridan, 2016) tiene el tipo de excesos que pudiera imaginar un niño que cuenta una historia a su mascota de turno.

El principal mérito de la película es cómo denuncia la doble moral de ciertas Iglesias, el cómo en Irlanda algunas instituciones religiosas vendían bebés recién nacidos... y el cómo los seres humanos con poder pueden, muy a menudo, corromperse. Todos estos ámbitos complejos, que dan cada uno para cientos de filmes, no llegan aquí a desarrollarse del todo. Qué pena.

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