Crónica social: 200 capítulos después

Crónica social: 200 capítulos después
Fecha de publicación: 
14 Diciembre 2017
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No, no es un error. Tras 230 episodios volvemos a Crónica social, la radionovela de Joaquín Cuartas que aún transmite Radio Metropolitana para comentarla. Cualquier otro autor ya estaría agotado. No Joaquín Cuartas.

 
Próximo al desenlace el remake de Radio Arte está en su apogeo. Todas las subtramas han parido, los grandes secretos se han revelado y queda el tiro de gracia para rematar, en el mejor sentido, este melodrama que a pesar de su ajuste de formato, no perdió la precisión narrativa que es, junto a la visceral sustancia, su mérito más acentuado.

Para un autor de método empírico, que no toma notas y aún sigue fiel a la máquina de escribir (que sólo admite tachaduras), la exactitud con que se cuenta el relato es extraordinaria.

 
Con destreza Cuartas acoteja su fábula —la que no desecha ni uno solo de los resortes del culebrón radiado— tanto en sentido micro (los capítulos), como macro (la trama).

 
Tal vez la estructura esté almacenada en esta cabeza de prodigio, pero por el nivel de curvaturas y detalles, difícil pensar que todo esté milimétricamente calculado. Por ende, es fruto de una mezcla de oficio y genio, que le permiten fluir con espontaneidad y arte ante la hoja en blanco. Según dicen, el terror de toda persona que viva de las letras...

 
Capítulos redondos, incluso reeditados, que huyen del esquema diálogo-cortina-diálogo y que ponen en función todo el arsenal expresivo de la radio, encajan en el entramado general y acomodan bien al numeroso elenco que se «pierde», pero siempre tiene su momento de gloria.

 
Como un mar picado la trama tiene crestas y baches. Yo les llamo funciones. Imposible siempre estar prendido de la cortina, como las modernas novelas mexicanas.

Drama, humor, apartes socio y psicológicos con las criaturas, no sólo para hacerlas más ricas o creíbles, sino para generar más contenido, sin el cual la radionovela se encoge mucho.

Aunque sea fiel a la gramática del folletín, Joaquín tiene mejor madera dramatúrgica que sus maestros y eso lo hace indudablemente actual y moderno.

 
Especialista de las sutilezas del carácter, las pone en función del melodrama, incluso de la lágrima fácil que era el único fin y la mayor «ciencia» de los novelistas de antaño.

 
Su diálogo, en forma y esencia, es superior al de los grandes de todos los tiempos e, incluso, se muestra más imaginativo (quizás porque en la radio de antaño todo se resolvía en claves más planas y no cabía la ironía, eterna acompañante del autor).

 
Obvio, es otro tiempo, otro lenguaje, otra expectativa. Pero es también un mérito suyo que sin abandonar los clichés los lleve a escalón diferente (como hizo la telenovela brasileña) y compita de tú a tú en garra y texto con dramaturgos de la escena que con tres o cuatro obras de teatro y mucho menos vuelo son llevados al Olimpo del drama y que a él, con miles de cuartillas redactadas, sólo le ha valido premios del sector radial.

 
Cuando lo es, Joaquín es explícitamente kitsch y eso es lo que lo vuelve, contra todo pronóstico, absolutamente «cult».

 
No importa que en los 80 su Jane Eyre fuera tachada de anticuada y retrógrada, por una periodista, de cuyo nombre él seguro no querrá acordarse…

Claro, en manos erradas, estos textos floridos, artificiosos a veces (aquí mucho menos que en Lo que no se perdona o incluso Cuando la vida vuelve), no funcionarían…

Por más que se «dirijan solas», sus obras necesitan una mano firme que transforme su creatividad en hechos. También un elenco y narrador que sepa decir un Cuartas.

 
Aquí los hay. Ya lo dije antes: Matos Alvarado era el narrador que clamaba Radio Arte.

 
Ni Marlon Alarcón Santana consigue los registros que le dieron un lugar en la narración radial cubana. Muchas veces de las manos del propio Joaquín.

   
Despreciado hoy, el narrador dialogante y omnisciente es el mejor adorno de un dramatizado radiofónico. Más que adorno es la marca registrada del medio.

 
Matos Alvarado es el único que ha estado los 300 episodios ¡y cómo ha estado!

No es coincidencia que con el crecimiento del papel, haya crecido también el desempeño de Manuel Portela (Martino/Marco Aurelio Benitoa).

 
A pesar de protagónico, Martino salía poco y era opaco (como lo exigía el rol). Su transformación y venganza han rendido grandes escenas y grandes actuaciones.

 
Sobre todo en las transiciones, en que el hombre amargo se encuentra con un frágil yo que, según él, tuvo que matar, para poder vivir y no obstante existe.

 
Con José Raúl Espinosa (Paco Iturbide) sucede algo raro. Con un deje plano su actuación, sin embargo, es absurdamente orgánica. José Raúl martilla cada insolencia y luego la vomita, pero al mismo tiempo le da un sabor que hace del villano, uno de los papeles más carismáticos y bien logrados de la historia.

Me tuve que reconciliar con Meilin Cabrera y Lianet Alarcón. La radio es voz y ninguna me sonada apta. Una por muy seca. La otra por ser muy moderna, para una heroína explícitamente antigua.

 
Pero hoy, 200 emisiones después, no puedo dejar de recalcar a Adriana del Loreto, con su toque de sensual picardía y Elena de la Concepción, por su veta romántica sazonada de un adecuado dramatismo.

 
Es la gran virtud de la grabación consecutiva que permite seguirles la secuencia a los personajes y apropiarse de ellos por completo.

También con Carlos Cabal (Cocó Salmerón), que tuvo momentos descollantes, sobre todo cuando declara sus principios ante el embate del prejuicio. Una escena de premio.

De ese núcleo, siempre gloriosa, es su hermana Leonor (Serafina Santínez). Con un personaje que va de la frivolidad a la sapiencia, Cabal muestra sus quilates como actriz.

Pocos chances ha tenido de exhibirlos tras su regreso a la radio nacional.  Pena, porque es de las últimas grandes de la radio y sólo merece roles fuera de serie.

 
Grandes momentos tuvo también Maricarmen Morera (Rufina), pese a exagerar en los tonos populares.

 
No así Greta Romero (Natividad). Demasiado melosa como adolescente soñadora. Más natural es su colega de micrófono Yura López (María Fernanda).

 
En el bando de los malos hay que hablar de Valia Valdés (la tramposa Dolores Cortés).

 
Ahora, si fuera a dar un premio, se lo daría a Rainer Gutiérrez. No creo que haya en los estudios un joven con voz y registros suficientes para honrar un texto como este y, lo principal, al arte histriónico.

 
Cierto, que aquí y allá se le fueron toques callejeros y Leopoldo Duquesne no es tan rico como otros roles de la historia, pero aquí hay un actor. Sin más adjetivos.

Novela aparte, fue la musicalización de Yuri Betancourt. Como dije antes Yuri sabe poner los acentos para que la emoción aflore y fluya.

 
¿Qué sería de una pieza como esta si la música no la acompañara? La mustia sucesión de chismes que son la mayoría de las radionovelas de hoy.

 
Aquí hubo todo: melo y drama. Por eso Crónica… merece que volvamos a ella. Incluso 200 capítulos después.

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