La esperada sorpresa de Trump con Jerusalén

La esperada sorpresa de Trump con Jerusalén
Fecha de publicación: 
6 Diciembre 2017
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Sin arriesgar la exageración puede decirse que es en esa línea de pensamiento que se inscribe la recién anunciada decisión de Estados Unidos de trasladar de Tel Aviv a Jerusalén la embajada de su país en Israel.

El reconocimiento de Jerusalén como capital eterna e indivisible de Israel, acorde con una resolución del Parlamento de ese país carente de reconocimiento de la comunidad internacional, ha sido una línea roja que ni los equipos gobernantes de Estados Unidos más a la derecha han osado trascender, Ronald Reagan y su plataforma de Santa Fe incluidos.

Las implicaciones de la medida son vastas y las repercusiones, que no se harán esperar, profundas tanto para la credibilidad política de Estados Unidos como para el equilibrio en esa volátil zona que es el Oriente Medio en la cual Washington tiene intereses vitales ya que, en esencia, condona la expansión geográfica a costa de territorios bajo ocupación militar.

Para el gobierno del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu la mudanza de la embajada estadounidense es una suerte de maná que le cae del cielo en un paisaje político internacional adverso a sus planes de expansión territorial debido a que semejante conducta lleva a la perpetuación de un conflicto de siete décadas.

Debe recordarse que, tras la aceptación por la Asamblea General de la ONU de Palestina como Estado observador no miembro, el mismo status que El Vaticano, varios países europeos decidieron reconocerla y establecer relaciones diplomáticas.

Sin pasar por alto que viola la IV Convención de Ginebra, de obligatorio cumplimiento para todos los miembros de la comunidad internacional, la cual proscribe la anexión de territorios ocupados por la fuerza militar, como es el caso de Gaza, Cisjordania y Jerusalén este.

Aunque en los días previos al anuncio estadounidense abundaron los trascendidos sobre el tema, existía la tenue expectativa de que se impusiera la cordura y el presidente Trump se retractara o, al menos, buscara una fórmula de compromiso que le permitiera ese ejercicio imposible que es quedar bien con dos o más partes en conflicto.

Pero los pesimistas tuvieron razón y el mandatario estadounidense optó por dar uno de esos golpes de efecto a lo que es tan afecto, pero que, a la larga, puede ser perjudicial para los intereses de su país en los Estados musulmanes, entre los cuales Washington tiene aliados, cuya reacción primera no se ha hecho esperar.

Turquía, miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, convocó a una reunión de urgencia de la Organización de la Conferencia Islámica; la Liga Árabe llamó a una de cancilleres para tratar el tema y se espera, sobre todo, la reacción de Egipto y Jordania, los dos únicos países árabes que tienen relaciones diplomáticas con Israel.

En una perspectiva amplia el anuncio tiene repercusiones internas en Estados Unidos, ya que complace a un vasto sector de ambas cámaras del Congreso favorables a Israel que no acaban de aceptar a Trump como uno de los suyos, y externas, cuya magnitud está aún por determinar, dadas sus implicaciones en un tema de interés planetario por controversial y debido a sus consecuencias políticas y confesionales.

En sus Profecías el teúrgo francés de origen judío Michel de Nostradamus, de quien se dice profetizó con cuatro siglos de antelación el nacimiento de Adolfo Hitler y la catástrofe que provocó, predijo que la Tercera Guerra Mundial comenzaría en Jerusalén.

Es bastante improbable que, a falta de un nuevo Hitler, y por la contención que imponen los arsenales atómicos, la decisión de Trump provoque otra conflagración.

Pero también resulta indudable que abre un período de riesgos del cual puede emerger, por paradójico que parezca, una visión más clara de la necesidad de solventar el drama palestino.

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