Matanzas en EE.UU.: Un día tras otro

Matanzas en EE.UU.: Un día tras otro
Fecha de publicación: 
8 Noviembre 2017
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El día en que se produjo la matanza de 26 personas en una iglesia de una pequeña localidad norteamericana en el estado de Texas, otras 16 perecieron en diversos tiroteos en Estados Unidos, bajo para el promedio de muertes cotidianas por armas de fuego allí, que es de 66.

Para quienes siguen las estadísticas de todo tipo, fueron 24 horas de aburrimiento, muy lejos de marcas, aunque sean negativas, mientras su Presidente, de gira por Asia, volvía a achacar a problemas mentales todo lo que sucede al respecto en su país, sin tocar ni con el pétalo de una rosa a sus benefactores de la Asociación Nacional del Rifle.

No se divulgó mucho que el asesino de Texas era un exmilitar que preparó rigurosamente su acción en la Primera Iglesia Bautista de Sutherland Springs, un poblado de menos de 700 habitantes, 50 de los cuales se hallaban ese domingo en el lugar, donde solo cuatro escaparon indemnes, incluido el capellán, pero no así su hija, quien pereció.

En el coche de Devin Kelley, que utilizó un rifle semiautomático Ruger AR, con un moderno dispositivo que permitió disparar 800 balas por minuto contra unas 22 000 personas que asistían a un festival de música country, la policía encontró numerosos rifles. En la habitación de hotel del tirador de Las Vegas, las autoridades hallaron 23 armas.

Tras esta masacre, el país vuelve a enfrentarse al irresoluble debate del control de armas. Coincidentemente, el hecho ocurre un mes después de la matanza de 60 personas y heridas a otras 600 en la ciudad de Las Vegas, Nevada, víctimas de los disparos de un tirador apostado en la ventana del tercer piso en un hotel.

Por todo lo anterior, la posesión de armas volverá a ser tema de debate político y social durante los próximos días, pero quienes defienden tal insania tienen un «ceremillar» de legislativos comprados mediante su poderoso lobby, que esgrime una y otra vez la Segunda Enmienda de la Constitución, párrafo obsoleto e intencionalmente malinterpretado, porque pasa por alto que se refiere a los primeros tiempos de la independencia norteamericana, hace más de dos siglos.

Por su parte, los defensores de mayores controles para la adquisición de armamento pedirán, como hizo el expresidente Barack Obama, que la ocasión sirva para entender qué pasos concretos se pueden tomar para reducir la violencia y el armamento entre civiles.

¿Cuántas muertes serán necesarias para que el consenso se imponga a la polarización sobre este asunto? Cada año mueren cerca de 34 000 personas por las armas en EE.UU.; una media de 93 por día, según datos de Campaign Brady, una organización activista a favor de mayor regulación.

En el último mes ha habido 5 778 incidentes con armas y 1 490 muertos. Desde el 2011, más de 200 000 personas han muerto por las balas en EE.UU., según admite el diario de derecha español El País.

Los cálculos establecen que hay nueve armas por cada diez ciudadanos. Un estudio del Congreso determinó en el 2012 que había 310 millones de armas, once millones menos que la población del país.

Es habitual que después de este tipo de matanzas se presenten iniciativas legislativas, principalmente por miembros del Partido Demócrata, para imponer medidas como exámenes psicológicos o repasos al historial delictivo del comprador.

Tras la conmoción colectiva por la muerte en 2012 de 20 niños en un colegio de Connecticut a manos de un tirador, una ola de presión hizo creer en un posible cambio. Apoyados por numerosos lobbies, senadores demócratas como la veterana Dianne Feinstein presentaron propuestas de ley en el Congreso. El mismo presidente Obama hizo un llamamiento para mayores controles y solicitó a su vicepresidente, Joe Biden, que dirigiera una comisión de investigación sobre el tiroteo. Pese a los esfuerzos de algunos de los políticos de mayor rango del país, la todopoderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA) logró evitar la aprobación de cualquier legislación que mermase su potente negocio.

Por su parte, los legisladores republicanos, como parte de la rutina habitual, expresan sus condolencias y oran por las víctimas, quienes precisamente estaban rezando cuando fueron asesinadas.

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