CRÓNICA POR UNA CRISIS: Estrella

CRÓNICA POR UNA CRISIS: Estrella
Fecha de publicación: 
31 Octubre 2017
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Con estos relatos del periodista Víctor Joaquín Ortega, colaborador de CubaSí, nuestro sitio quiere homenajear la resistencia del pueblo cubano y la dimensión de estadista de nuestro Comandante en Jefe, Fidel Castro, en los días difíciles y estremecedores de la Crisis de Octubre, 55 años después de aquellos hechos que pusieron al mundo al borde de una confrontación nuclear. Pero no es una cronología de los acontecimientos, no es la Historia en mayúsculas, sino el día a día vivido desde adentro y contado, como dice el autor en su presentación, «como un soldado del pueblo». Durante esta semana, la misma de aquel 1962, CubaSí irá publicando esta Crónica por una crisis.

Estoy sucio, despeinado, algo barbudo. La camisa descosida en la manga derecha. Pero el cansancio ha muerto desde que dijeron que estamos desmovilizados; poco importa la presencia. Mientras arreglo la mochila, pienso en Estrella. Quiero llegar temprano: así la madre está en el trabajo... Bueno, es también la vuelta al regional de la Juventud con las experiencias vividas acá; realmente pienso más en mi novia.

Arreglo los bultos; lo que traje parece haber parido. Lucho, sudo, empujo. Por fin, venzo, pese a ello; el jarro y algunos libros destrozan la estética de la mochila. En cuanto termino, me siento en una caja de madera y comienzo a meterme con los que todavía están fajados con los matules.

—Apúrense, ¿acaso no tienen ganas de irse?

—No fastidies más, caballo, responde Ratón sin dejar de recoger la hamaca.

Cascaret casi ha terminado. Da un paseíto. Mira el horizonte. Vuelve a su labor. Fue un respiro. Falconeris, sin apurarse, empaqueta.

En cuanto Cáscara concluye, se sienta cerca de mí. Vuelve a mirar el horizonte. ¡Peligro! El aspirante a filósofo amenaza con salir. Con su pausada voz, suelta:

—A ver a la muchacha, ¿eh?

No espera contestación. Agrega:

—Muchacho, no seas tan brusco. Hasta con el brillo de los ojos estás gritando lo que deseas con tu novia. Mira, busca flores, dulces, y llévaselos, porque...

Sonrío forzado: me alegro que Falconeris y Cabrera hayan acabado para que la conversación quede trunca.

—Bueno, vámonos pa'l diablo.

Las palabras de Falconeris parecen mágicas; nos movemos rápido, cargamos los bultos y hacia la carretera. El comisario, en nuestro camino. El cariño se muestra: abrazos, las manos aprietan. Las frases del comisario son despedida a su altura.

—Espero que no olviden esta jodientina que pasamos juntos. Sigan siendo hombres.

Los ómnibus vienen repletos. Apoyo la preocupación de Cabrera: «La ida pinta color de hormiga». Tal vez yo pierda la oportunidad del amor sin trabas. Un cacharro para a pedido de Falconeris; puede ser la salvación. ¡Lo es! Montamos. La alegría invade el carro de alquiler.

—Para la casa; seguro que a mi hijo lo desmovilizan hoy.

El sesentón que conduce el auto anda por la senda de la locuacidad. Le oigo la voz; apenas le distingo las palabras. Solo sé que habla: en el cerebro se me agolpan el paisaje, los recuerdos de la reciente crisis y mi novia, mi novia... En Carlos III e Infanta me bajo.

—Pero si tú vives por Neptuno...

Ese es Ratón. Va a ver a la novia, no lo molesten.

—Menos ojos de chico malo, recuerda mi consejo.

Cascaret, claro.

—Suerte, hermano. Nos cuentas luego en el regional.

¡Ese Cabrera!

Me despido. Mi «gracias» es demasiado seco cuando el chofer se niega a cobrarme.

—Hombre, ¡qué va! No me ofenda: ustedes son la patria.

Y es que... ¡Mi novia, mi novia!

Frente a Estrella. De tres en tres escalones hacia arriba. Mochila al suelo. Poco importa la presencia: la camisa rota, el pantalón, las botas manchadas de tierra. Ojos, cuello, manos, brazos, labios, piernas... son mis besos.

Después a casa. La vieja, tía, mi hermana. Otros besos, otros abrazos. El cariño del barrio. Y un baño verdaderamente baño, una comida verdaderamente comida, una cama no la hamaca. Sin bichos, sin fango, sin temor a la lluvia.

Timbrazos. Estrella me llama por teléfono.

—Oye, ¿estabas durmiendo?

—Más o menos; a las ocho caigo por allá.

—Estoy brava contigo.

—¿Por qué?

—Mira que negarme un poema tan lindo, tan patriótico; se te quedó un libro de Lenin y lo tenía adentro.

—No tiene importancia.

—¿Soy solo para ti besos y muslos? Soy una mujer, a pesar de mis diecisiete años, y conozco los derechos que me da la época.

—Eres peor que mi sargento disgustado.

—Ríete, ya hablaremos cuando vengas. Apúrate.

—Está bien.

Mientras me visto, repito mi pobre poema, el primero de mi vida.

Cuando la patria en peligro está
con fuerte voz a sus hijos reclama
por eso vamos valientes y unidos
a defender con firmeza la paz;
fusil al hombro,
por amor al trabajo, al socialismo
adelante marchamos.

Le paso un paño a los zapatos. No quiero más regaños de Estrella. Me peino. Frente al espejo de la sala, me acuerdo de Cascaret. El mulato sabe; puede tener razón en eso de las mujeres... Sin que la vieja me vea, saco un par de rosas de su búcaro preferido...

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