Crónica de los primeros septiembres de mi vida

Crónica de los primeros septiembres de mi vida
Fecha de publicación: 
4 Septiembre 2017
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El inicio del curso escolar tiene una carga semántica arrolladora para millones de cubanos. Ciertamente, desde 1986, cuando mi mamá me dejó después de un matutino espectacular y la bienvenida a todos los pioneros de Celso Stakemann, mi primaria de Santiago de las Vegas, hasta la fecha, las cosas han cambiado mucho.

Recuerdo que, a pesar de la voz gentil y el «doctorado» en maneras pedagógicas de la maestra Iraida, lloré toda esa primera semana, además de que rara vez logré conciliar en el catre el sueño del mediodía, cosa que aún en la actualidad me cuesta. Pero esas son apenas algunas pinceladas.

Ahora los padres, si bien se preocupan por la calidad de la enseñanza, las características de las personas que complementarán el proceso educativo de sus respectivos hijos desde las aulas, colocan en la balanza, con el mismo nivel de importancia, y en ocasiones pareciera que más, el hecho de que sus niños parezcan «dandis».   

Que si tenis nuevos, mochila, stock de material escolar, merendero; Minions, Frozen, Wins y compañía robándole protagonismo de forma inmerecida a Elpidio Valdés, Guaso y Carburo, Cecilín y Coti, en fin… toda una parafernalia que, en ocasiones, parece más un manual de «Cómo dejar que el consumismo nos hipnotice» que el hecho de iniciar otro episodio en la saga de la vida estudiantil.

Esto es solo una reflexión, tema que tiene mucha tela por donde cortar y que será objeto de un comentario, pero ahora me toca volver a septiembre, a mis experiencias.

Primer grado me sorprendió ya sabiendo leer y escribir. No se me olvida que me sentaron junto a Luis Alberto, para apadrinarlo, concepto que igualmente ahora, entre compañeros de clase, está un poco extinto. La profe Zunilda, entre las mejores que he tenido.

El rigor y la sapiencia de Niurka se hicieron mis aliados en segundo y tercer grado. Fue un intercambio del que aprendí muchísimo, y también recuerdo que constituyeron esos cursos, los de mi último contacto con el masarreal y el refresco de botella.

Camaleón en nuevo hábitat

Cuarto significó cambio de ambiente, ciclo, compañeros, amistades y vida, en sentido general. Me sorprendió 1990 en la Mártires del II Frente Oriental Frank País, de Nuevo Vedado. Allí, para serles sincero, desaté mi gen de clásico niño «mataperros». Conversador, sociable, me adapté sin contratiempo alguno al nuevo entorno, y de allí quedaron amistades como Michel Lozano, Claudia, Laura, el Yoyi y Eduardo. Fueron los años del aprendizaje del idioma inglés, las fiestecitas, El General y su «tu pum pum»…

Secundaria: Kramer vs. adolescencia

La secundaria y esa nueva etapa de nombre adolescencia necesariamente llevaban otra mirada. La José Luis Arruñada, de Nuevo Vedado, enfrente del primer mercado agropecuario de Tulipán, era un monstruo de escuela. Imaginen que acogía a niños de primaria y secundaria básica, y en pleno Período Especial, solo quedaban en ella vestigios de lo que en un momento fue una pre-EIDE.

Así transcurrieron mis tres cursos en la Arruñada, aferrándome a la pasión por el básquet y el cuatro esquinas, visitando el mercado como una religión. Fueron los años de los concursos, profesores con pose doctoral y rectos hasta la médula, y otros que toleraban un poco mejor mi condición de conversador. Fue mi época de aprender a bailar casino, las disco-fiñe un día entre semana en la propia escuela, El Castillito, y un episodio que considero trascendental en mi vida, por todo lo que encerró: asistir al II Congreso Pioneril…

La huella indeleble de la Lenin

La Lenin es una religión. He aprendido a sentirla así desde mucho antes de haber ingresado en ella. Mi madre, paradigma fiel en mi tránsito por la vida, fue fundadora de esa escuela y guarda de sus tiempos los mejores recuerdos, e incluso amistades.

Como calco y sin miramientos, hoy día aseguro que esa ha sido la mejor etapa de mi vida. Independencia escolar, un mar de uniformes azules y la expectativa al límite, al irrumpir en décimo grado. Las enormes ruedas de casino, el tabloncillo y los chequeos de emulación. Las novias serias, el autoestudio, el huerto, la cuartelería, el autoservicio, los concursos y el alto rendimiento de Química.

Amigos entrañables, semanas sin querer salir de pase… Son tantos recuerdos que, si me preguntasen, diría que me hubiese gustado que esa enseñanza preuniversitaria la extendieran a seis años.

El horizonte universitario y la definición

Universidad, cuánto sacrificio para tocar las puertas de ese escalón. Horizonte, vida profesional definida en ciernes. Caracteres, personalidades y métodos diferentes a todo lo visto hasta ese punto.

La Colina y el Alma Máter abriéndome sus brazos con ese magnetismo sui géneris. El ascenso de los 88 míticos escalones, otro paso de notoria relevancia. El contacto más íntimo luego con la casona de la calle G. Damián, Diony y Gabriel. Esa sensación de independencia única. Consuelo y sus ayudas múltiples. Randall, Cory y otros personajes pintorescos… el Aula Magna y la confirmación aquel 4 de julio del 2006. Turquinos, turnos «zocatos», primera experiencia en prácticas profesionales, fiestas, la Casa de la FEU, el dominó, los Caribe y Festivales de Cultura… Un combo del cual no quise y me fue imposible, además, desprenderme.

El primer septiembre de Enzo Samuel

Ahora, de cara al futuro, todo girará en torno a mi pequeño Enzo Samuel. Sé que, contrario a su padre, mi pequeño incursionará en el círculo infantil. Desde ahora dibujo su preescolar, esa sensación de mi hombrecito uniformado, presto a interactuar con la escuela, la maestra, auxiliar pedagógica y niños. Su merendero y mochila (me gustaría que llevasen a Elpidio), su peinado y condición de impecable.

Porque nunca es un niño más hermoso que cuando sobre él reposan el velo de la bondad, la inteligencia y la higiene; y cuando a la vuelta de ese primer día, después de recogerlo a las 4:20 de la tarde, quiera traer, en sus manecillas de hombre fuerte, una flor para Made, su mami.

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