Pareja abierta: lo que podía ser la Televisión Cubana

Pareja abierta: lo que podía ser la Televisión Cubana
Fecha de publicación: 
31 Agosto 2017
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Digo, si Ud. todavía apuesta a la TV Cubana y le interesa un producto más ‘moderno’, visual y dramatúrgicamente hablando.

No es que estemos ante un dramatizado descollante, pero esta Pareja… puede servir de prototipo para lo que podría y, sobre todo, debía ser la TV nacional.

El gran mérito reside en la fotografía. La dramaturgia también tiene un plus, pero no es una labor enteramente original.   

A Elena Palacio ya la conocemos. La directora y guionista no se aventura con sus propias artes.

Siempre la vemos de la mano de obras adaptadas, con mayor o menor suerte, y rodeada de música de ‘importación’ (aquella que antes disfrazaban con un lacónico ‘DR’ –derechos reservados– y que hoy, pienso yo, debía sufragarse).

Tal música, no sólo adorna y da más variedad, sino resuelve un lado práctico (al menos para la Palacio… que no sé cómo lidiará con los permisos y las cuotas).   

Práctico también es ir a la literatura o el teatro. Lo básico está ahí. Sólo precisa de ajustes.

La historia es el bien más escaso de la industria. Por ello, los libros y las tablas la nutren con frecuencia.

Esta vez le tocó a Pareja abierta, escrita por Darío Fo y Franca Rame y visitada por el teatro nacional varias veces. Una de ellas con Susana Pérez y Roberto Perdomo en el elenco.

Transformar la verborrea teatral en imágenes no es fácil. Superar la barrera de lo meramente discursivo, de las catarsis y del ajuste eterno de cuentas, que es la base de la dramaturgia escénica, suele ser el gran escollo de los adaptadores.

La artificialidad innata del teatro enmascara la imperfección de diálogos y situaciones y se resuelve con la entrega y el rapport que se establece entre el escenario y la platea.

El texto, en realidad mediano, pues pocas veces vence lo ya dicho y ya oído, ganó en la perspectiva de Palacio más movimiento y colores.

Ya sea ilustrando, ya sea jugueteando con los recursos expresivos (aquí usados con economía), Elena se impone a la inercia y transforma el contrapunteo en actos (si bien no siempre logra sacudirse el aire teatrero, puesto que Pareja… es ‘químicamente pura’ en este aspecto y ella no consigue rebasar esa esencia).

La fotografía de Ana María González es su principal arma. Es ésta quien interpretó su voluntad y la volvió imagen.

González y el equipo de iluminación están al día en cuanto a tomas. No es sólo la textura y los tonos, que también merecen el aplauso. Es la composición y la intención de sus escenas, cuidadas, por momentos minuciosas, que le dan al telefilme una visualidad cosmopolita nada usual en la TV que nos ocupa.

Salvo el desmacheo de las locaciones (los balcones son en 21 y O; los interiores en alguna otra parte y a veces contrastantes con los demás ambientes de la casa), el resto es impecable.

La Habana en un raro esplendor. Como nunca se ve. Ni en TV, ni en cine, tan dedicado a la miseria.

Hasta la Calzada de 10 de octubre, venida a menos, muestra su belleza única, cuando aparece incidentalmente, en una toma oblicua y momentánea.

Santa Catalina en el ocaso, con la iglesia de San Juan Bosco dibujándose en el horizonte, es una foto de concurso.

Las actuaciones son un capítulo aparte. Yerlín, actriz-fetiche de la directora y Roque, muy visto y no siempre en su mejor faceta, pasean con tal propiedad por el libreto que no saturan aunque se pasen todo el tiempo en evidencia.

Pérez es un todoterreno de la actuación. Moreno también es un actor orgánico. Pero entre las tomas-uno, los maratones de escenas salteadas, sin coherencia, ni secuencia lógica y los bocadillos francamente impronunciables, no siempre rinden (aunque caigan de pie). El mal asola a otros intérpretes con condiciones.    

Es esto prueba de la importancia de un guión con modulaciones suficientes para que un actor se luzca. Incluso aquí que, como dijimos, tenemos un texto florido, pero no extraordinario.   

En un equipo esencialmente femenino, de directora, productora, fotógrafa y otras funciones trascedentes, la cámara y edición estuvieron en manos masculinas.

Lástima que la TV Cubana no consiga producir más de hora y media con esta calidad visual. Incluso directores con ‘fama’ naufragan al encarar las series y telenovelas que, desvirtuadas y todo, siguen de plato fuerte de las noches.

La propia Elena, artífice por vocación de todo esto, habría que ver cómo se saldría en un relato menos puntual y más extenso. Sería su prueba de fuego. Y de pasarla… su apoteosis.

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