MIRAR(NOS): Los otros

MIRAR(NOS): Los otros
Fecha de publicación: 
24 Marzo 2017
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Cuando un día alguien se levanta y decide que es homosexual, resueltamente y sin mirar atrás (porque la retrospectiva y el recuento de nuestras vidas se les dan mejor a los otros), entonces empieza la existencia a constituirse consumo colectivo. La gente, que no se mide, empieza opinando y termina procurando mover acciones determinadas: las que a ellos parezcan con mayor o menor acierto.

 

Lo que en otras palabras se llama meterse en los asuntos ajenos deviene el pan de todos los días. Y nada que hacer… es una parte tan indispensable en la vida de los otros que, si no opinan de lo nuestro, pierden aliento.

 

Valdría la pena, antes de pasar al meollo de la cuestión, preguntarnos: ¿es la homosexualidad una condición con la que se nace? ¿las compañías y/o elecciones van resultando en una forma de sexualidad diferente a la que hemos defendido? ¿Hasta que punto se deja de ser algo? ¿No se supone que siempre estuvo ahí el deseo latente de cambiar de “bando”?

 

Hace unos días me contaron de una mujer, que no puso freno a los deseos de cambiar su vida. Al menos del modo en que la estaban mirando porque quizás para sus adentros siempre fue la misma cosa. Le asistía precisamente a ella todo el derecho y lo hizo. No tenía que mirar a los lados ni pedir vía. Tan simple como una llovizna veraniega. Empacó su pasado en unos cuantos maletines y partió.

 

No me quedan claros algunos detalles y tampoco vienen al caso… pero imagine, usted que lee, por un segundo la reacción del mundo entero. Caigo en la cuenta después de saber su historia que nadie en el mundo tiene derecho soberano sobre la vida del otro. Era preferible el cambio radical antes de una mentira eterna, ¿o no?

 

Incluso después de mis letras algunos seguirán juzgando, porque es de humanos comparar y opinar aunque el desenlace no dependa ni tenga que ver con nosotros.

 

De todos modos, otros pensarán en la posibilidad de que todas estas historias sean la mía. Alguien me lo sugería el otro día. Pero todas no pueden ser mi existencia porque figúrese, mi vida sería una verdadera película donde se combinara el drama con la tragedia, pasando por el catastrofismo y la comedia.

 

Este es el riesgo que asume quien escribe en cualquier parte del planeta. Sucede que, por miedo a caer en el descrédito o la incomprensión, muchos redactores vuelcan en el papel en blanco toda su vida. Siempre ese proceder me ha parecido cuestionable. No puedo desligarme de la subjetividad implícita en cada uno de mis juicios, pero no son más que eso, mis criterios abordados de la manera más humilde posible.

 

Quizás usted comenzó a leer este texto pensando que, por ser viernes, yo hablaría de la película de Alejandro Amenábar. Esa donde sus hijos le alertan de presencias espirituales en la vivienda que habitan. Un día ¡sorpresa! ella descubre quiénes son los otros.

 

No le contaré el resto, quizás ver ese filme justamente este fin de semana alivie su estrés semanal y termine por convencerle de que se gana más tiempo viendo una buena cinta que criticando porque de los demás es el libre albedrío, el mismo que también es suyo y usted defiende, hasta las últimas consecuencias, cuando se trata de ejecutar aquello que quiere.

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