No hay razas, no puede haber racismo

No hay razas, no puede haber racismo
Fecha de publicación: 
13 Julio 2017
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Hay un debate vigente sobre la existencia de las razas humanas. La opinión mayoritaria es que es inadecuado hablar de «raza» cuando nos referimos a los disímiles grupos humanos. Creen que entre los hombres hay una sola raza, lo demás es construcción social. Aunque otros defienden el uso del término a la hora de especificar diferencias puramente biológicas, como el color de la piel y las fisionomías características.

Pero más allá del ámbito puramente científico, algo sí debería estar claro (aunque algunos todavía no parezcan convencidos): no hay grupo o «raza» superior. El color de la piel no es indicativo de inteligencia, sensibilidad, talento, sentido común o identificación con determinados valores.

Los que pretenden demostrar eso «de las aptitudes específicas de cada raza», parten de circunstancias sustentadas por deformaciones históricas y culturales. Si en el mundo hay más blancos que negros profesionales, por ejemplo, no es porque los negros sean menos capaces; sino porque les fue siempre más difícil acceder a los estudios… por diferencias económicas, y por políticas decididamente discriminatorias.

Ese «rezago» no es achacable a los negros, más bien a los que los oprimieron.

Los diferentes niveles de desarrollo de las primeras civilizaciones impusieron una relación «darwiniana» hasta la perversión: el más fuerte se impone sobre el más débil; nada que ver con el espíritu solidario y fraternal que se supone privativa de la especie humana, porque es fruto de la conciencia.

El mundo ha cambiado, al menos desde su discurso. Las naciones condenan en sus leyes magnas cualquier manifestación de racismo, por más que persistan actitudes discriminatorias en personas e incluso en sectores. Aunque a estas alturas es difícil que alguien las defienda públicamente.

Hay un racismo hasta cierto punto «involuntario», «inconsciente», «cultural», que aunque sea «políticamente incorrecto», no pocas veces encuentra tolerancia en ámbitos públicos. Las injustificadas agresiones de policías blancos a hombres negros en los Estados Unidos pudieran ser un ejemplo extremo. La xenofobia tiene también esencias francamente racistas.

Pero hay otras manifestaciones más personales, menos socializadas. Pero igualmente lesivas a la dignidad humana. En Cuba también.

El periódico Trabajadores publicó hace unos días la queja de una estudiante negra, maltratada y discriminada por un chofer de almendrón. «¡Por eso en este carro no me gusta montar negros!». El individuo defendió su «derecho» a actuar así. Como los hechos tuvieron lugar en un auto particular, se pudiera hasta pensar que nadie puede imponerle a alguien la obligación de montar en su carro a determinadas personas.

Pero el caso es que ese auto particular ofrecía un servicio. Y aunque no lo fuera. La Constitución de la República es clara al respecto: no se puede discriminar por el color de la piel. Las expresiones racistas en espacios públicos son punibles.

Y se dan en espacios íntimos, no son por eso más legítimas.

Hace algún tiempo, mucha gente se asombró ante un anuncio publicado en un sitio web que solicitaba personal para un negocio… y que especificaba que no aceptarían negros.

Ocurre. Y puede ser difícil establecer en qué medida sucede, con mayor o menor sutileza, en no pocos nuevos negocios. Pero llegar a publicarlo ya es descaro. ¡Y es absolutamente ilegal!

Que persistan actitudes como estas en un país que eliminó hace más de medio siglo todas las expresiones discriminatorias por el color de la piel en el marco legal, institucional y público, habla de la fuerza de los prejuicios… y de la necesidad de combatirlos.

Ya lo hacen las instituciones, por ley. Ya lo hace la mayoría de la población, por conciencia. Pero se puede (se debe) hacer más.

Y no se trata de establecer políticas artificiales de paridad; o de promover al negro por encima del blanco solo por ser negro. Eso último también implica un posicionamiento racista. Que cada quién brille por su capacidad, independientemente del color de su piel. Hay que seguir garantizando la igual de oportunidades para todos. Y eso implica también enfrentar injusticias históricas que todavía tienen ecos en la contemporaneidad.

La comunicación social y el arte también tienen demandas en ese sentido. Hablar del tema no puede seguir siendo un tabú, pues dentro de una sociedad que se asume y se pretende justa e inclusiva anidan actitudes discriminatorias que no pueden ignorarse.

El sufrimiento de una sola persona vejada, humillada o menospreciada por su color es incompatible con el país que merecemos.  

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