Ramiro Guerra: La última entrevista

Ramiro Guerra: La última entrevista
Fecha de publicación: 
1 Mayo 2019
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Ser pionero es un privilegio. Y también una responsabilidad. Que se lo pregunten a Ramiro Guerra, el maestro indiscutible de la danza moderna cubana. El iniciador. El fundador. El principal referente. Este jueves 29 de junio cumple 95 años y los celebra con una energía que ya quisieran muchos.

«Yo me levanto todos los días por la mañana y hago ejercicios. Después me paso el día viendo videos de danza, películas, televisión. La verdad es que estoy aburrido de estar aquí arriba. Me gustaría bajar, salir a la calle, conversar con la gente, ir al teatro… pero no me atrevo, la cosa está muy mala, el clima es complicado y yo no puedo ir caminando a ningún lado. Tengo un carro, pero está roto, no sé por qué no lo pueden arreglar. El caso es yo me siento preso aquí, me siento ahogado. Y tengo todavía muchas cosas que decir».

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No es para menos. Ramiro Guerra vive en el piso 14 del edificio de Infanta y Manglar (un edificio célebre, pues ahí viven otras importantes figuras de la cultura cubana). La vista es hermosa desde esa altura. Se ve La Habana y se escuchan, como en sordina, sus sonidos.

«Pero la misma vista todos los días cansa —protesta el maestro. ¡Que me arreglen el carro para salir a la calle!»
De cualquier forma, en este pequeño apartamento se atesora un patrimonio importante. Cientos de fotografías, programas de mano, bocetos de diseños, apuntes, vestuario… Todo relacionado con un ejercicio artístico impresionante. Desde aquí arriba se puede contar buena parte de la historia de la danza en Cuba. Con el testimonio del maestro en primerísimo lugar. Afortunadamente conserva una memoria de privilegio.

«Fíjate, yo sueño mucho. Tengo sueños maravillosos. Y casi nunca tengo pesadillas. Eso debe ser gracias a que tengo la mente clarita. Yo lo recuerdo todo y lo guardo todo. Para algo hará falta. Y me acuerdo de lo bueno que viví y también de lo malo. ¿Tú sabes por ejemplo que a mí no me dejaron estrenar la que yo creo que es mi coreografía más importante, El decálogo del Apocalipsis? Eso fue a principios de los setenta. Eran años duros, difíciles, de muchos prejuicios. Y esa obra era un trabajo serio, nada convencional; alguna gente no la entendió, creyó que era demasiado fuerte. Y no me dejaron estrenarla en el Teatro Nacional. Aquello iba a ser grande».

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Fue un fiasco muy grande para la danza cubana, de hecho. Con El decálogo… Ramiro Guerra se instaló de lleno en la vanguardia, rompió cánones centenarios, iba a experimentar una nueva relación entre la obra y el público. El Teatro Nacional (incluyendo sus jardines) iba a ser escenario de un acontecimiento de la danza, un antes y un después. Pero no pudo ser. Los efectos del tristemente célebre “quinquenio gris”.

Ramiro cree que El decálogo del Apocalipsis es su obra cumbre, pero casi todos los estudiosos de la danza creen que es Suite yoruba (1960), una pieza que puso en escena el patrimonio de las danzas folclóricas de origen africano. La coreografía abrió un camino, no solo para el Conjunto Nacional de Danza Moderna, después Danza Nacional (la compañía que fundó Ramiro, ahora Danza Contemporánea de Cuba), también para el Conjunto Folclórico Nacional.

«Me preguntas ahora y yo no sé de dónde salió ese interés por ir a los focos folclóricos. El caso es que fuimos. Todo ese proceso lo filmó José Massip. Hizo un documental maravilloso, Historia de un ballet. Por cierto, no tengo ninguna copia de esa película, a ver si alguien me la puede traer. Después la coreografía fue saliendo en los salones de ensayo. Y ya ves, fue un éxito».

Fueron años de mucha efervescencia esos primeros de la Revolución. Años fundacionales. Ramiro Guerra pudo concretar algunas de sus ideas. «No te creas que fue fácil. Pasamos también trabajo. Al principio había que bailar sobre el piso duro, el tabloncillo llegó después. Tuve que imponerles una disciplina a esos muchachos que comenzaron, porque ya tú sabes cómo somos los cubanos. Pero teníamos ganas de trabajar. Y había muchas cosas nuevas. Era el comienzo de muchas cosas».

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El camino de la danza, lo saben los que deciden seguirlo, no es un camino de flores. «Yo comencé muy tarde, a los 18 años. Estudié con Alberto Alonso en la Sociedad Pro-Arte Musical. Pero había que ser valiente. En esos años estaba muy mal visto que un hombre estudiara danza. Una novia que tenía me embulló. Y con el tiempo empecé a hacer papeles en el ballet. Después me fui para los Estados Unidos, donde estudié mucho. Tuve excelentes maestros. Imagínate, Doris Humphrey,  José Limón… Pero mi mayor influencia fue Martha Graham. Cuando regresé, partí de ese conocimiento para darle forma a una danza auténticamente cubana».

Ramiro Guerra es la piedra principal de la escuela cubana de danza. Está al principio de todo. «Ramiro, Ramiro, Ramiro… Mi huella está en todas partes. No solo en Danza Contemporánea o en el Folclórico. En todas las compañías de Cuba hay un poco de mí. Tuve muchísimos alumnos y mi relación con ellos siempre ha sido compleja, una relación de amor-odio, pero ahí están, son la gente que ha hecho la danza en Cuba».

Aunque ahora pasa la mayor parte del tiempo en su casa, el maestro está al tanto de lo que pasa a su alrededor: «He visto obras de George Céspedes, que me han parecido muy interesantes. Los espectáculos de Rosario Cárdenas me gustan mucho. Y ya te digo, veo muchos videos aquí. Algunos amigos me visitan y me cuentan».
Ramiro Guerra ha vivido para la danza: en el escenario, en el salón de ensayo, en el aula, escribiendo libros sobre teoría y apreciación («Yo sé que todo el mundo no puede hacerlo, pero para mí es una necesidad. A lo mejor no podemos hablar de una teoría cubana de la danza, pero yo he hechos mis aportes con mis libros»)…

Rodeados de sus recuerdos vive Ramiro Guerra («¿Ves ese retrato? Es la foto de la boda de mis padres. Guardo por ahí también una sábana del ajuar de ese matrimonio. La tejió mi madre, es un trabajo finísimo, con los ojales para las cintas. Me han dado muchos premios y diplomas y todos los guardo…»

Pero Ramiro Guerra no es un hombre del pasado. Y no solo porque su obra esté viva, multiplicada en el quehacer de tanta gente que de él aprendió o en él se inspiró. Si no porque él conserva todas las ganas de seguir. Aunque pase casi todo el tiempo “preso” en ese edificio del centro de La Habana.

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