DE CUBA, SU GENTE: Los días se suceden y no se repiten

DE CUBA, SU GENTE: Los días se suceden y no se repiten
Fecha de publicación: 
13 Junio 2017
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La piel es todo

cuanto queremos que los otros vean;
debajo de ella ni nosotros mismos
conseguimos saber quiénes somos.

José Saramago

Hoy regresa de su doctorado en California del Norte, se sienta en la sala de mi casa, y cruza las piernas y me habla, mientras le sirvo el almuerzo.

Congrí, bistec y mucha ensalada. A la segunda cucharada, le pregunto a quemarropa:

—¿Por qué te fuiste del país sin avisarme?

Pero él ya esperaba el mal augurio. Me conoce. Sabe que no le tengo miedo al maldito nombre de las cosas. Me responde de un modo que es, a la vez, inteligente y evasivo:

—Las personas somos tan celosas de nuestra identidad, por vaga que sea, y de nuestra autoridad, por poca que tengamos, que preferimos dar a entender que reflexionamos antes de dar el último paso. Que ponderamos los pros y los contras, que sí se sopesaron los pros y las alternativas y que, al cabo de un intenso trabajo mental, tomamos finalmente la decisión. Pero todo esto es mentira.

—Me da igual que sea mentira. Dime por qué me enteré por Facebook que te habías ido de Cuba.

—A nadie se le pasa por la cabeza la idea de comer sin sentir suficiente apetito y el apetito no depende de la voluntad de cada uno, se forma por sí mismo, resulta de objetivas necesidades del cuerpo; es un problema físico-químico cuya solución, de un modo más o menos satisfactorio, será encontrado en el contenido del plato. Incluso un acto tan simple como es el conectarse a internet para leer un periódico digital presupone un suficiente deseo de recibir información, que aclarémoslo, siendo deseo es necesariamente apetito, efecto de actividades físico-químicas específicas del cuerpo. Además, si persistiéramos en afirmar que somos nosotros mismos quienes tomamos nuestras decisiones, tendríamos que comenzar dilucidando, discerniendo, distinguiendo, quién es, en nosotros, aquel que tomó la decisión, y quién es el que después la cumplirá.

—O sea, que, según tú, no tomamos decisiones; son las decisiones las que nos toman a nosotros.

—Así mismo —me dice—. La prueba es que nos pasamos la vida entera ejecutando sucesivamente los más diversos actos sin que cada uno de ellos vaya precedido de un período de reflexión, de valoración, de cálculo al final del cual, y solo entonces, nos declararíamos en condiciones de decidir si iremos a almorzar, a conectarnos a internet para leer un periódico digital o a buscar a la mujer desconocida.

Pero ya nada me detiene. Ni sus frases rebuscadas, ni el supuesto procedimiento civil de los amores. La ventana de mi casa está llena de luciérnagas. He mirado el plato del almuerzo, he pensado en los límites y he roto las cadenas.

Lo beso.

—Maravillas de la maravilla. Amores de la razón y razón de los amores. He pensado que toda mi vida no vale el dedo meñique de este encuentro —me dice.

Entonces soy yo la que se pone insondable:

—Eso es porque los días se suceden y nunca se repiten. No se puede perder el tiempo ni las oportunidades. Como están las cosas… el día menos pensado te encuentras a quien tenías al lado… del otro lado de Facebook; y para entonces la oportunidad se habrá perdido.

—Quién sabe —replica.

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