Educar para el placer, un reto de todos los tiempos

Educar para el placer, un reto de todos los tiempos
Fecha de publicación: 
5 Junio 2017
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Herencia de la propia época que les tocó vivir, para nuestras abuelas el sexo —salvo excepciones— no era símbolo de placer. Más bien era una expresión de complacencia de la

pareja.
 
Nunca supe exactamente qué criterios tenían las mujeres de mi familia sobre el tema, pues prácticamente fue un tabú durante toda la vida, salido a flote en muy pocas ocasiones.
 
Alguna que otra vez escuché a la madre de mi madre hablar de sexo, siempre matizado por prejuicios y falsas apreciaciones, pues lo relacionaba con el comportamiento del hombre.

Es decir, creía que “a la cama” se llegaba no solo cuando ellos lo deseaban, sino también cuando lo merecían. Ella lo consideraba como una especie de “premio”.
 
Sin embargo, hoy, en el argot de la juventud, resulta común hablar de “descarga”, es decir, “pasar una noche con alguien”, lo cual no excluye la posibilidad de tener sexo.
 
Para las mujeres de mi generación —ando por un poco más del medio siglo—, educadas, por supuesto, bajo otras concepciones, llegar al sexo presuponía determinadas antesalas.

En cambio, hoy ellos son más desenfadados, tienen otra cultura del placer y lo asumen de una manera menos formal.

¿Malo, bueno, regular?

En un debate entre amigas salí mal parada. Me catalogaron de antigua, arcaica y utilizaron otros adjetivos parecidos. No olvidar que los seres humanos nos parecemos más a nuestro tiempo que a nuestros propios padres. Es así.

Me resulta difícil comprender, por ejemplo, que el final de una salida pueda terminar entre sábanas, o que suceda lo mismo luego de conocer a alguien en las redes sociales. El contacto físico, ese saber que el otro es de alguna manera, que existe, piensa, respira, y que es capaz de despertar mi interés, o el de alguna otra mujer, me resulta necesario para empezar una relación.

En la actualidad nuestros adolescentes y jóvenes —u otros— no necesitan tanto tiempo. Y no porque sean distintos a nosotros, sino porque están marcados por la época que les ha tocado vivir, libres de prejuicios y vicios.

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No obstante, algunas colegas “señoras de las cuatro décadas”, como dijera el cantautor Ricardo Arjona, no comparten conmigo estos criterios sobre el sexo y el placer.

Por lo que asumo que —con independencia de la edad, los contextos y los tiempos— se trata de decisiones personales, construidas sobre la base de experiencias propias.

La educación recibida durante toda la vida me ha ido enseñando a superar los criterios de las mujeres que siempre me rodearon. El sexo se hizo para disfrutar y es un placer divino. Y esto lo saben quienes lo practican, si no diariamente, al menos con frecuencia.

La literatura médica habla de sus beneficios para la salud: es antiestrés; ayuda a fortalecer el sistema inmunológico, a mejorar los dolores; disminuye la presión arterial; aumenta la libido; es bueno para contrarrestar enfermedades como el cáncer (para los hombres, mantener relaciones sexuales hace que estos tengan menos probabilidades de desarrollar el de próstata); es un ejercicio físico; contribuye al descanso (después de un orgasmo, se libera la hormona prolactina, responsable de la somnolencia y la relajación); reduce el riesgo de ataque cardiaco y mejora el control de la vejiga femenina.

Sin embargo, uno/a no tiene sexo pensando en todo ello, sino porque lo desea. Hasta ahí todo bien. Pero ¿se puede tener sexo sin amor?

Una sexualidad abierta a la alegría y al goce

La bibliografía consultada sobre la significación vital de la sexualidad refiere un infinito espectro de finalidades, metas y propósitos, que varían según las personas, las culturas y las épocas, como habíamos dicho antes.

No obstante, registra tres funciones esenciales: reproductiva (vinculada con la posibilidad del hombre y de la mujer de trascenderse); lo erótico, mediatizado por diversas vivencias afectivas, y la comunicación (presente en las manifestaciones de nuestra vida reproductiva, matrimonial y social en general).
 
De ahí la importancia de transitar por los caminos de una sexualidad desculpabilizada, abierta a la alegría y al goce, con o sin amor, según admiten estudiosos del asunto*.

“Nos negamos a caer en la trampa de la necesidad del `sexo con amor`, porque esa es y ha sido, a través de los tiempos, la forma de negar la posibilidad de un placer legítimo y ético encontrado en una relación sexo-genital, que puede ser circunstancial y pasajera”. (Luis M. Aller Atucha, Argentina; Márcio Ruiz, Brasil, Sexualmente irreverentes, 1994).

Y en esta misma línea de pensamiento, la feminista y psicóloga colombiana María Ladi Londoño señala: “El placer sexual por sí mismo, por la alegría que ocasiona, porque desconecta de la problemática cotidiana y externa, porque constituye una especie de respiro para tanto dolor, porque permite confirmar que la vida humana tiene no solo instancias de sufrimiento, sino también de goce, es un don invaluable”.

Por ello resulta esencial considerar el placer erótico como una vía legítima de goce y disfrute, no siempre vinculado a un amor estable y profundo; al margen de que desarrollar desde las edades tempranas la capacidad de amar es la más alta aspiración de una pareja estable que puede conducir a una relación duradera y profunda.

Tengamos todo esto en cuenta, librémonos de los prejuicios que hemos heredado de generaciones precedentes. Vivamos una existencia sin ataduras, pero también sin excesos, en lo que a este asunto compete.

*Bibliografía consultada: Educación sexual con los jóvenes de preuniversitario, educación técnica y universidades pedagógicas. Libro rector del proyecto UNFPA-MINED.

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