MIRAR(NOS): Reposando en una sonrisa

MIRAR(NOS): Reposando en una sonrisa
Fecha de publicación: 
12 Mayo 2017
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A mi hijo, que me hizo madre

Tengo miedo. Ser madre es una de las cosas que más pavor causa sobre la faz de la tierra. No hay posibilidad de ensayo y te toca equivocarte muchas veces antes de escoger la llave correcta.

Hace unos días (pocos) veníamos por la calle, él en su coche como un señor muy distinguido y yo apurando el paso por terror al Sol del mediodía. Con su nombre de actor y el seño fruncido es fácil saber que empieza a fastidiarle el calor en el moropo. Una conocida nos para (porque a esa hora siempre te tropiezas con gente que no ves nunca): “Ay Liz, ¿cuánto tiempo sin verte? No sabía que tenías un niño”.

Y no atino, las palabras se escapan como en bandada... no tengo ni la menor idea de mi respuesta. Me despido rápido para ver si se percata de que es tarde, el niño no debe exponerse tanto a la potencia del Sol, que se esfuerza por abrazarnos casi literalmente. La muchacha sigue, me pongo a tratar de recordarla, ni sé de dónde la conozco. Rememora todo lo que ha vivido durante tooooooodo este tiempo que llevamos sin encontrarnos.

El niño me mira, desesperada busco su agua dentro del bolso de canastilla. No aparece, se quedó en la casa. Restan unas pocas cuadras y casi sin poderlo evitar, pensando en el disgusto interno de mi hijo, se me hacen agua los ojos.

Me dan muchas ganas de llorar por ese olvido involuntario, porque debiera estar prohibido que con ese calor a una madre se le olvide el agua. Mi hijo me adivina, sonríe y también alivia mi autoflagelación interna. Ya yo empezaba a condenarme y, con ese don tan suyo de trastocar mis días en una fiesta, viene y me salva como ha venido haciendo desde su llegada, desde el dolor de cabeza en el hospital y cuando el frío de la raquídea me heló los pensamientos.

A buen resguardo quedaron aquellos primeros instantes con él. Durante el dolor de la madrugada y la recompensa aquí al lado, después el malestar mayor “no te puedes levantar, todavía no puedes cargarlo”.

Y yo primeriza, espantada de todo, refugiándome en él (con perdón del Maestro) que llegó para convencerme de mi nublada humanidad, de lo insuficiente que se puede llegar a ser en todo y de la increíble capacidad de una madre para vivir sin dormir, un mes o dos, ya no sé cuántos o en todo caso, durmiendo a duras penas pero tranquila, reposando en una sonrisa, la de mi hijo.

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