Revendedores: Otra pandemia del actual siglo

Revendedores: Otra pandemia del actual siglo
Fecha de publicación: 
3 Mayo 2017
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“¡Yo los tengo más baratos!”, vociferaba el hombre en la puerta de la tienda, mientras el conglomerado de personas esperaba —más con resignación que con paciencia— a que algún directivo diera la “orden” de la venta de los muebles sanitarios.

Desesperada por resolver, una señora se le acercó y le preguntó: “¿Y cuánto valen?” Mientras el revendedor le decía la cifra con una tranquilidad pasmosa: “200 CUC”.

Eran las 11 y media de la mañana, y en esa ferretería —ubicada en Infanta, cerca de la Avenida Carlos III— no se sabía a ciencia cierta cuándo comenzaría la comercialización de los juegos de baño de la marca Corona, que estaban allí desde hacía varios días, “pero no se pueden vender porque llegaron sin las facturas”, tal era la información que se le brindaba a la población por vía telefónica.

Vivir a costa de los demás

Sin dudas, el caldo de cultivo para los revendedores estaba creado, era el perfecto. A la demora en la venta y las insuficientes explicaciones a la población se le sumó también el hecho de que se trataba de artículos en extremo necesarios.

“A los revendedores todo les viene bien”, decía un muchacho que buscaba un lavamanos para completar un juego y empezar la reparación del baño de su casa. Enfrascado de lleno en labores de plomería —por demás, conocedor del asunto, pues es ingeniero hidráulico—, el joven comentaba, además, los precios (exageradísimos) de otras piezas, como los llamados codos.

“El caso es que ellos (en franca alusión a los revendedores) tienen de todo, se aprovechan de las escaseces de la población, y lo peor es que multiplican muchas veces el valor real de determinado artículo”, explicó una anciana que llevaba varios días también a la espera para adquirir uno de esos muebles sanitarios.

En nuestro país el tema de los revendedores no es nuevo. Quienes tengan más de 50 años quizás recuerden cómo en la década de los 70 las muchedumbres rompían hasta las vidrieras. Y me consta que eso fue así. Era la época en que en Cuba existía la libreta para los productos industriales, y muchas veces estos se ofrecían a sobreprecio por “debajo del tapete”.

Siempre que haya necesidad y carencia, existirá esta figura, que prefiere ganar a costa de los demás y sin mucho sacrificio.

Sin embargo, en ocasiones, los directivos, o quienes tienen algún tipo de responsabilidad al respecto, no toman en cuenta que cualquier “descuido” va en contra del pueblo y en beneficio de unos pocos. Hacer las cosas bien significa respeto hacia las grandes mayorías que, generalmente, son las de menos recursos.

Unas cuantas preguntas y muy pocas respuestas

Ahora, al margen de la anécdota inicial, me pregunto: ¿Por qué llegan los productos sin las facturas? ¿Por qué la demora suma muchos días? ¿Por qué las tiendas o comercios no lideran una batalla contra esos revendedores que no solo entorpecen la actividad, sino que impiden su buen desenvolvimiento?

Como es sabido, en las colas se habla de todo, la gente hasta se conduele con el dolor ajeno. De ahí que, entre una y otra opinión, escuchara frases como esta: “A los de allá adentro les conviene esta situación” o “esto lo crean ellos mismos”.

En materia de leyes, sin pruebas no hay sentencia. Con ello quiero decir que no pueden hacerse acusaciones sobre la base de suposiciones. Pero sí es necesario actuar.

No hay respuesta fácil para un asunto de tal índole, en el cual inciden múltiples factores. Cuando no son los culeros desechables, son los azulejos, las pinturas. Siempre hay un producto que escasea y hacia ahí apuntan los revendedores. Una figura que no solo está presente en nuestro país, sino que también aparece en otras partes del mundo.

Cruzar las manos, cerrar los ojos y dejar que actúen impunemente menosprecia a ese pueblo trabajador y honrado que vive de un salario (cuando más de una ayuda familiar) y no tiene por qué erogar grandes sumas de dinero por cosas que valen mucho menos.

 
Los revendedores son hoy una pandemia, pero, como dice el refrán, no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista.

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