MIRAR(NOS): De aniversario

MIRAR(NOS): De aniversario
Fecha de publicación: 
3 Marzo 2017
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Cuando comenzamos a vivir los primeros días del mes de marzo, me debato en la encrucijada de escribir sobre dos temas. Puesto que no logro ponerme de acuerdo conmigo, y no existe ninguna variante para consultarles antes del viernes, les propongo entrelazar ambas ideas a ver qué resulta.

Este seis de marzo la columna cumple sus primeros dos años, y a lo largo de estos 24 meses no puedo decirles que ha sido un camino fácil. Bastante reconfortante por leer luego los comentarios que dejan al dorso, pero tampoco todos han sido muy halagadores. No es que me hayan molestado, porque en todo caso, la polémica desatada a veces nos lleva a la conclusión de que soy leída por personas que tienen iguales derechos, si bien no idénticos criterios. El debate muchas veces me ha sugerido otras temáticas, las que a ustedes les interesan... en definitiva, son la razón de ser del espacio.

Recuerdo, por ejemplo, aquella columna dedicada a la infidelidad. De este lado de la pantalla dispuse mi mejor arsenal contra la traición, en cualquiera de sus variantes. Algunos, con nombre y apellido, me tildaron de extremista e incluso, más de una vez, pusieron en tela de juicio mi imparcialidad. Destacaban que, mujer al fin y al cabo, yo siempre defendería a las XX.

Hasta la fecha, me divierte leer a los lectores que repiten comentarios cada viernes porque —gracias a CubaSí— la columna es, ante todo, un canal donde confluyen sus ideas y las mías para dar cuerpo a una exploración de cuanto somos por dentro, en lo secreto, lo que a nadie escondemos.

Sin quererlo, he terminado por darles pistas a ustedes de mí, de manera que puedan reconocerme en una cola o a la salida del Yara. Nadie puede ocultar quién es por tanto tiempo. Siempre he creído que aquellos que escriben corren el riesgo de desnudarse por dentro, ante los ojos de todos los lectores. La mejor forma de conocer a alguien es saber cómo piensa, ¿no?

Aquí, invariablemente, he dejado trozos de mí. A tal punto, con la mayor profundidad posible, que en una ocasión una persona se adivinó en uno de mis textos. Nunca dije su nombre, y en aquella ocasión no había pedido prestada la historia. Podía ser la de ella, pero también la de cualquiera de ustedes. Imprimió el texto y señaló con marcador amarillo las partes referidas a su asunto. Me hizo saber, a través de una persona, que había descubierto mi entuerto. Tuve que pedir disculpas algún tiempo después.

Nada se ha alejado más de mi propósito que dar pie para ofensas o agravios, de manera que todas las veces que alguno pudo sentirse aludido, reciban desde aquí mi más sincera disculpa. Porque no es este un espacio para la crítica, y sí para ejercitar el espíritu, toda vez que la carne algunas veces también sienta la complacencia.

Dentro de unos días celebraremos el Día Internacional de la Mujer. Cada año llega para recordarles (a los hombres) que a todas ellas (a nosotras) debían de colgarnos una medalla al pecho o fabricarnos el mayor de todos los reconocimientos, uno que se avistara desde el cosmos.

A las jornadas de trabajo, bien sea en casa o en algún lugar donde soberanamente ejerzamos nuestras profesiones, añada los quehaceres del hogar: lavar, planchar, fregar, cocinar y, en algunos casos, atender a un esposo o a los hijos, que no es que pese, pero agota una barbaridad.

En mi experiencia, no he sabido jamás lo que es dormir. Repito, no me pesa en absoluto. Siento orgullo por pertenecer a este sexo, no el débil, y sí el mayor a la hora de defender la ternura. Que muchas veces me falta debido al «escuatro» de cada jornada. Que muchas veces no me da tiempo para hacer todo lo que quisiera, que las 24 horas me van quedando cortas, pero me las arreglo como mejor puedo porque después de todo, en esta vida, por lo menos, estaré feliz de que me feliciten quienes recuerden la conmemoración del próximo día ocho.

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