Repsol contra Argentina: Más de lo mismo

Repsol contra Argentina: Más de lo mismo
Fecha de publicación: 
28 Abril 2012
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Raras veces los liberales reparan en el hecho de que las expediciones de Colón y el saqueo del Nuevo Mundo fueron empresas estatales financiadas por las coronas de España y Portugal y el papado (ver: Capitulaciones de Santa Fe, Bulas Alejandrinas, Tratado de Tordesillas). Tampoco suele recordarse que desde entonces la dominación se estructuró en torno a grandes empresas: “compañías de indias” (Orientales y Occidentales) de las que hubo en España, Inglaterra, Holanda y en otras potencias coloniales.

El lugar de las “compañías de indias” fue más tarde ocupado por grandes monopolios internacionales encargados de la explotación de prácticamente todas las materias primas, la prestación de servicios públicos como electricidad, comunicaciones y transporte; la operación del comercio mundial y local y otras actividades económicas. Entre ellas por sus dimensiones e influencias políticas descollaron las compañías petroleras: Standard Oil, Royal Dutch Shell, Anglo-Iranian Oil Company. Entre las más recordadas de esas empresas en América Latina estuvo la United Fruit Company.

La defensa del patrimonio y del status de esas empresas por parte de las potencias donde radicaban sus casas matrices dio lugar a miríadas de  conspiraciones, golpes de estado, invasiones, guerras civiles, acciones separatistas y otras. El maridaje entre los estados y los monopolios privados llegó a formar parte de una especie de consenso sintetizado en consignas como: “Lo que es bueno para General Motors, es bueno para los Estados Unidos” y viceversa.

Desde mediados del siglo XX el lugar de aquellas antiguas empresas y monopolios fue ocupado por las transnacionales petroleras, mineras, comerciales, agrícolas, de servicios públicos, seguros, bancos, finanzas y otras surgidas como resultado de las megafusiones que en Estados Unidos, Europa y Japón, acompañan al proceso de globalización y que son tan intocables como antaño lo fueron las compañías de indias o las “Siete Hermanas” del petróleo.

En períodos recientes las multinacionales europeas y norteamericanas explotaron a su favor las crisis creadas por el endeudamiento de los países de América Latina que condujo al auge de las tendencias neoliberales y a la imposición de los llamados “planes de ajustes” de FMI, para presionar a favor de la privatización y adquirir a precios de remate grandes empresas del sector público.

Antes y ahora cuando en defensa de los intereses nacionales los gobiernos exigen el cumplimiento de los contratos, demandan ingresos más justos o avanzan en la recuperación de los recursos naturales por diferentes vías, las transnacionales se sienten atacadas y apelan a la protección de los gobiernos y círculos de poder imperiales que suelen acudir presurosos.

En tales circunstancias los gobiernos liberales olvidan que según su propia doctrina, no deberían entrometerse en la economía y que esos procesos deberían dejarse al arbitrio del mercado. No hay nada nuevo. De eso se trata la reacción ante la decisión de Argentina de nacionalizar la YPF y la furibunda actitud de España.

En esta ocasión las reacciones se matizan porque Argentina no es una república bananera sino una de las grandes economías emergentes, un país con identidad y personalidad definida que cuenta con un Estado estructurado, leyes apropiadas y un gobierno nacional legitimado por el consenso del país.

Aunque no puede subestimarse la capacidad de las potencias y del capital transnacional para maniobrar y conspirar, la coyuntura de crisis mundial y la capacidad de América Latina de actuar unida son un freno a la reacción imperial. No obstante no hay que hacerse ilusiones.
Repsol será apoyada por las transnacionales “hermanas” y por los gobiernos de las metrópolis que gastaran millones en acciones abiertas encubiertas que pueden llegar ser violentas, en propaganda y medidas de todo tipo.

La presidenta Cristina Fernández será demonizada y denigrada y no faltaran esquiroles en su campo. La batalla no termina sino que comienza con la nacionalización y en ella lo más importante es que los argentinos, al margen de consideraciones políticas circunstanciales, se mantengan firmes y unidos en torno al interés nacional y que la solidaridad latinoamericana se exprese.

Ahora no se trata tanto de invocar las ideas de los próceres como de “montarlas a caballo”. Allá nos vemos.

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