DE CUBA, SU GENTE: La felicidad tiene un límite: la locura (II)

DE CUBA, SU GENTE: La felicidad tiene un límite: la locura (II)
Fecha de publicación: 
1 Febrero 2017
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Al ratico del suceso, se apareció en la fiesta la novia de mi profesor... y fue directico para mi cuarto, donde supo —¿será verdad eso de que las mujeres tenemos un sexto sentido?— que su novio estaba allí enrollado con otra (en la intimidad de mi cama). Una vez que entró a la habitación, cerró la puerta tras de sí y no volvió a salir.

La fiesta continuó —sin ellos— durante par de horas más. Cuando despedí al último de mis invitados, me quedé rendida en el sofá de la sala: soñé con sirenas y con una voz que me decía que no creemos en ellas, pero nos gustaba oír su canto.

Me despertaron risas. Venían de mi cuarto. Me levanté e hice café para cuatro. Preparé tazas y bandeja y abrí la puerta de la habitación. Dije buenos días y tres cuerpos desnudos sobre mi cama me respondieron: buenos días, ¿cómo dormiste? Así, tan tranquilos: como si viviéramos en alguna ciudad muy moderna de Europa. Como si no se tratara de tres intrusos que me habían usurpado mi cama.

—¿Ya se fue todo el mundo? —preguntó mi vecinita de 17 años.

—Todos se fueron sobre las cuatro de la mañana… y yo dormí en el sofá.

—Ay, excuse moi, si´l vous plait, te hemos dejado fuera de tu propio cuarto —se excusó mi profesor de francés.

—No pasa nada —dije, cortésmente—, me alegra saber que la sangre no llegó al río.

—¿Quieres unirte a este adulterio? —me invitó, juguetona, mi impúber vecina.

—Declino, gracias. En todo adulterio hay por lo menos tres personas que se engañan. No quisiera ser yo la cuarta.

Todos se rieron, de lo más divertidos. Se movían lentos. Demasiado gustosos para apurarse. Parecía una escena de neorrealismo italiano.

Finalmente, se levantaron y se vistieron, sin el más mínimo indicio de pudor, mientras orinaban y se echaban agua en la cara.

Antes de irse, me agradecieron la hospitalidad y me abrazaron con cariño, como a una vieja amiga. El profesor de francés, por su parte, me recordó que había mandado una tarea muy extensa, sobre las preposiciones.

—No dejes de hacerla —me anotó sonriendo y cerró la puerta de la calle tras de sí.

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