Ni ciegos, ni cojos: Hombres y mujeres independientes
Incluso su promedio le permitía, luego de pasar el pre, optar por cualquier carrera; quería estudiar cibernética lo que más se acerca a su apego a la lógica por estudio y cosmovisión personal, pero quien tenía que decidir entonces no permitió que aquel brillante alumno entrara en esa carrera.
Fue un bien para el periodismo porque una maestra lo embulló y hoy es uno de los más reconocidos críticos musicales de Cuba y solicitado profesor en universidades de Estados Unidos, Bélgica, Francia, aunque su doctorado lo tuvo que hacer en el Instituto Superior de las Artes, ISA, porque en la Facultad de comunicación consideraron que él no tenía condiciones para realizar una maestría.
Yo tampoco le di entrada a El caimán Barbudo, siendo un recién graduado. Él me lo mencionó un día, y lo que más me duele es que yo ni recuerde cuando cometí ese acto discriminatorio. Por suerte a Joaquín Borges Triana, lo parió Elga, una mujer que sufrió enormemente que su hijo naciera ciego, sin embargo, el dolor lo convirtió en tenacidad para enseñarlo a vencer obstáculos mientras fue un niño, lo que hizo de él un ciego que ve más que la mayoría de los videntes, tanto que sus amigos dicen que esa es una broma permanente de él.
Supongo las noches de angustia de Elga cuando su joven hijo salía tocar guitarra o a beber cerveza con sus amigos, a veces en cantidades descomunales. Él lo sigue haciendo, pero ya Elga no se preocupa como antes. La edad no le permite esos desasosiegos, ahora él le hace la comida todos los días, le da sus pastillas (que identifica por el tamaño), la lleva al médico y es el hombre que se ha echado arriba la casa.
Joaquín sabe que sin una madre como Elga él no hubiera logrado ni profesional ni humanamente lo que ha conseguido. Ella fue sus ojos hasta que lo hizo valerse por sí mismo, exigiéndole buenas notas, haciéndole ver que no era inferior a nadie. Sin Elga, estoy segura, yo no escribiría, con tremendo placer Dr Joaquín Borges Triana.
Y hablando de la madre de Joaco, me viene otra inmensa, Mery, que parió a mi amiga Liliam, una bella mujer que descubrió su cojera cuando ya era una joven. Sufrió la poliomielitis cuando tenía uno o dos años de nacida, fue al salón de operaciones siete veces para tratar de equilibrar el largo de las piernas, no pudieron los médicos.
Mery la llevaba a nadar desde pequeña para que su cuerpo recibiera un ejercicio completo, no la malcrió, sino que la trató todo el tiempo sin tener en cuenta su discapacidad, por lo menos aparentemente.
Por eso Liliam pudo ser miliciana, se casó, parió tres niñas, aunque los médicos le dijeron que podía tener un solo parto, crio a dos (una murió), a sus nietos y hasta a los biznietos. Cuidó a su padre y su esposo durante una larga enfermedad y logró que sus hijas en vez de llorar se rieran cuando ella se caía.
Escribo estas líneas para aplaudir a las Elga y Mery que se han tragado su dolor y han hecho de sus hijos personas útiles, felices y autosuficientes. Eso sólo se consigue con una educación espartana, basada en la exigencia para que niñas y niños diferentes no sólo crean que no tienen ninguna discapacidad, sino que actúen como tales.
Formar un ser humano es difícil, y lo es mucho más si carece de alguna capacidad porque entonces madres, padres, tíos, todos los que rodean a ese niño o esa niña, deben depositar mucho amor pero sobre todo la inmensa seguridad que con tesón pueden ser lo que se propongan en su vida.
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