DE CUBA, SU GENTE: Tu axila descansa en el borde del mundo

DE CUBA, SU GENTE: Tu axila descansa en el borde del mundo
Fecha de publicación: 
19 Diciembre 2016
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Somos un cuerpo solo

luchando contra la muerte

Eduardo Cote (colombiano)

 

Camino por la calle conectada con ese tema. Aun si estoy sumergida en algún tema de profundidad intelectual, como mi maestría en Comunicación o ese interés, también perenne, de saber sobre las divergencias sociales. Aun si pienso en el significado de la fenomenología de la hermenéutica. Siempre hay una parte de mí que mira los grajos. Qué se le va a hacer. Es una obsesión. Simple, pero intensa.

 

Del grajo lo miro todo. El nacimiento de los vellos, la intensidad del color… He visto muchachas bellísimas, de las que no tienen una gota de celulitis ni barriga, de las que dialogan sobre agujeros negros y le dan el asiento a las personas mayores en las guaguas, con unos grajos horribles. Grajos oscurantistas, de la Edad Media. Grajos subdesarrollados.

 

Muchos me han preguntado el por qué de mi celibato. A veces me gusta dar respuestas profundas, como que el sexo sin amor no tiene sentido, o sarcásticas, como que bastante ha templado ya Mick Jagger y yo estoy equilibrando la balanza del karma sexual de la humanidad. A veces digo la verdad, que no sé por qué soy así. O sí lo sé, pero no me da la gana de decírselo a nadie.

 

El otro día vi un grajo hermoso. Lo vi a través de un cristal empañado y por el reflejo de un espejo… pero mi mirada está demasiado entrenada para dudar: al momento distinguí Belleza.

 

Enseguida me desorbité. Me desorbité por completo. Se me olvidaron las apariencias y lo que se supone y lo que no que uno haga y diga socialmente. Fui corriendo a donde estaba el grajo hermoso y me le paré delante.

 

El grajo le pertenecía a un muchacho, no tan hermoso, que se estaba mudando. Levantaba sus brazos para cargar los muebles a su nueva casa y dejaba al descubierto sus axilas.

 

Le ofrecí ayuda para subir los muebles. Cargué como una condenada. Como una esclava negra en el medio de un ingenio del siglo XVIII. Como una mula. El muchacho no tan hermoso me lo agradeció muchísimo. Me enseñó el apartamento que se había comprado; me ofreció té. Le parecía genial encontrarse con una muchacha tan amable como yo. O al menos, eso dijo.

 

Le dije que era pintora —ustedes y yo sabemos que eso es mentira—. Incluso, he de confesar, le dije que era pintora y escultora —mea culpa— y le pregunté si podía pintarlo con los brazos hacia arriba. Dijo sí. Salí a la calle y no paré hasta regresar con lienzo y acuarelas. (El impulso, ¡uf!, me costó media fortuna).

 

Pegué al muchacho hermoso contra la pared y lo dibujé sobre el lienzo en menos de media hora. El dibujo no era la gran cosa, pero como él no sabía nada del asunto, seguro pensó que era una tendencia informalista, como el expresionismo abstracto, un movimiento pictórico contemporáneo de esos... O quizás no pensó nada. Quizás solo estaba curioso por mí, una muchacha aparecida de la nada, que le cargaba los muebles y lo dibujaba en un lienzo.

 

Me pidió mi teléfono antes de irme. Pero yo, que ya cargaba el cuadro, le di un número falso.

 

Me llevé el dibujo a mi casa. Ahora que estoy sentada frente a él, siento una calentura entre las piernas. Es normal. Estoy acostumbrada a sentir eso ante La Belleza. Sé que en los próximos minutos voy a frotarme la entrepierna mirando el lienzo.

 

No hay nada como un orgasmo frente a algo hermoso.

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