Gracias, Santiago

Gracias, Santiago
Fecha de publicación: 
3 Diciembre 2016
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Con apenas dieciséis años me bequé en Santiago de Cuba a estudiar la carrera de profesora de Física y Matemática en el Instituto Superior Pedagógico Frank País. Por cuatro años y tantos subí la loma de Quintero, competí en volibol, campo y pista, esgrima y hasta gimnasia, acepté con gusto el plan  de tres por uno: un fin de semana de trabajo voluntario, otro de preparación combativa, un tercero vacacional  y el cuarto de pase.

Participé en no sé cuantas concentraciones y marchas, una de ellas por el asesinato de un combatiente fronterizo que no recuerdo el nombre, pero provocó una de las tantas movilizaciones en las que he tomado parte.

Estudié a fondo  como siempre lo he hecho, y por supuesto gocé de los mejores carnavales de  Cuba,  subí Padre pico, paseé y amé en  la Alameda, aprendí a fumar y beber, a perderme en la Loma de San Juan, a bañarme en una playa brava, la de Casonal, y me enamoré de una ciudad que cansa por sus lomas pero te subyuga por su hospitalidad.

Tuve que dejar esa carrera por causas de cierta locura, y un tiempo después volví a la Universidad de Oriente a cursar la Licenciatura de Periodismo, con colegas del propio Holguín, Bayamo, Camagüey y otras  ciudades que no tenían entonces filiales universitarias.

Fue entonces que supe lo que es un estadio: el Guillermón Moncada. Jamás olvido una noche en la que Soledad Cruz, que también estudió allí, se empeñó a ir a ver un juego que no entendía. Se sentó a mi lado y por bromear en un  momento culminante del tope me dijo “vas a ver que Capiró batea un jonrón”, yo le respondí con un chasquido que se detuvo en mi garganta cuando vi una mano negra que, se me antoja grande en la memoria, se depositaba en  el hombro de mi colega. “Blanquita, si quieres defender a los habaneros vete pa´el latino”, dijo la voz del fanático del equipo local. Yo, por si acaso, me acurruqué acerca de mi amigo del otro lado. Soledad se puso más blanca de lo que era y desde entonces entiendo la frase de  que con Santiago no se juega.

Terminé mi carrera ya viviendo en La Habana, por encuentros quincenales y luego he visitado esa ciudad que guarda mis recuerdos de adolescente y joven. He vuelto muchas veces, la última hace menos de un mes al Festival Felix B. Caignet, organizado por la UNEAC santiaguera.

Debatí sobre televisión –a eso fui- y aprehendí una ciudad que parece ser en realidad la capital cubana. Iluminada de una forma bella, con colores múltiples, pintada, que por cuadras no encuentras ni una colilla en la calle, con hombres y mujeres con sentido de pertenencia. Conocí al menos tres cafeterías abiertas las 24 horas del día, con diversas modalidades de café: desde cortaíto, rocío de gallo hasta puro.

 Visité la tienda de las mascotas. Me reí imaginando cuánto dinero gastaría si voy allí  con mi princesa Deborah: querría perros, pececitos, cotorras, periquitos, y cuanto animal hay allí con  el alimento respectivo de  cada uno. Esa chiquilla de ocho años terminará siendo veterinaria porque gusta de todos los animales, incluso de las orugas que yo detesto, aunque después se vuelvan mariposas.

Estuve en  mi universidad donde tuve excelentes profesores y gracias a la sapiencia de la Dra Adolfina Cossío, no me cambié mi nombre, porque no me gusta, pero Francisca es de origen teutón y significa libertad. Ese es uno de los seudónimos que uso.

Zapateando con Arletty,  estudiante de periodismo, y Kenia, realizadora de la Televisión Serrana,  recorrí Enramada, la Plaza de Marte, el Parque Céspedes, Garzón, cerca del Moncada; vi, por ejemplo, un agro: la cebolla tenía la mitad del precio que pago en la esquina de mi casa.

Un día me aproximé a la parte donde el 8 de noviembre hubo un incendio. Se construía a  marcha forzada porque se avecinaba el aniversario 60 del 30 de noviembre. Me acerqué a un  mulato fornido que fumaba y le pregunté “¿Ustedes siempre trabajan así?”. Y me dijo “claro, tía nagüita, si el hombre se tira aquí a cualquier hora, lo mismo a las cuatro de la mañana que a las ocho de la noche”.

El hombre es Lázaro Expósito, un Héroe Nacional del Trabajo que aplaudí  con fuerza cuando supe que le entregaban esa condición… Y también multipliqué un  correo que me llegó  con la frase “Clonemos a Expósito”, hablando de su trabajo en la Ciudad Héroe de  Cuba. La preocupación  de varios santiagueros es que a su Primer Secretario lo muevan a otro lugar y los entiendo.

Libre me sentí paseando en un yate por la bahía santiaguera, suerte de bolsón entre los brazos de la ciudad. Durante el recorrido me fueron explicando lo que hizo el huracán Sandy, pero el mar apenas se movía y yo me perdí en los bellos colores de Santiago, sin saber por qué pregunté  por dónde estaba Santa Efigenia.

Allí fui en un  viaje anterior. Roudolfo Vaillant, santiaguero reyoyo, presidente de la UNEAC, nos paseó por la  ciudad. Entré al cementerio,  me enseñaron un camino que se había construido para lo que sucederá el  día 4. Yo no quise mirar más, entonces no pensé escribir estas líneas. Es, parafraseando al poeta  Raúl Torres “una  multitud…de héroes de espaldas aladas que se han dado cita allí”: José Martí, Carlos Manuel de Céspedes, José Maceo, Mariana Grajales  y no sigo la relación porque es larga.

Si yo hubiera decidido donde llevar a Fidel, luego de que pasara a otra dimensión, habría dicho “a los brazos de su novia, a Santiago de  Cuba”. Es  cuna de revoluciones, pero siempre se ha rendido al hombre  que acogerá ahora y la poseyó, con  pasión y ternura, el 26 de julio de 1953; que  visitó con  frecuencia y por la que se preocupó.

Ella se sabe inmensa en la historia, pero se ha acicalado con gusto, está bella, limpia, perfumada  para llevar siempre en su seno  al ser que inspiró al poeta:  “Hombre, los agradecidos te acompañan/ cómo anhelaremos tus hazañas/ ni la muerte cree que se apoderó de ti.”

De esa ciudad, el primero de enero de 1984, en ocasión de entregarle el título honorifico de Héroe de la República de Cuba y la orden Antonio Maceo Fidel dijo: “Tú nos acompañaste en los días más difíciles, aquí tuvimos nuestro Moncada, nuestro 30 de Noviembre, nuestro Primero de Enero. A ti te honramos especialmente hoy, y contigo a todo nuestro pueblo, que esta noche se simboliza en ti. ¡Que siempre sean ejemplo de todos los cubanos tu heroísmo, tu patriotismo y tu espíritu revolucionario! ¡Que siempre sea la consigna heroica de nuestro pueblo lo que aquí aprendimos: Patria o Muerte! (EXCLAMACIONES DE: "¡Venceremos!") ¡Que siempre nos espere lo que aquí conocimos aquel glorioso Primero de Enero: la victoria!  ¡Gracias, Santiago!”

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