El cambio climático echa gasolina al fuego prendido de los conflictos

El cambio climático echa gasolina al fuego prendido de los conflictos
Fecha de publicación: 
5 Noviembre 2016
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La ecuación lógica es la siguiente: en un Estado frágil los fenómenos extremos como las sequías y las inundaciones, exacerbados por el cambio climático, hacen caer la producción de alimentos.

Los precios se disparan, la gente tiene dificultades para comprar productos básicos y los ingresos de los agricultores se resienten, así como los estatales. ¿Resultado? Un aumento del riesgo de crisis.

Con la explosión de las revueltas árabes en 2011 muchos expertos se volcaron en analizar las posibles relaciones entre el clima y los conflictos armados hasta llegar a conclusiones de lo más dispares.

Ahora el Instituto para la Investigación sobre la Paz (PRIO) de Oslo las ha repasado y asegura que, aunque el riego de conflicto civil es de siete a diez veces más alto en las zonas tropicales y secas que en las continentales, hay pocas evidencias de que la variación del clima sirva para explicar esa diferencia.

Lo que sí reconoce, según su especialista Halvard Buhaug, es que el cambio climático puede forzar migraciones y aumentar la inseguridad alimentaria y económica, por lo que no es descartable que estallen nuevas tensiones.

Según el Banco Mundial, la crisis alimentaria global de 2007 y 2008 fomentó protestas y disturbios en al menos 48 países.

De los nueve mayores importadores de trigo, todos ellos en Oriente Medio y el norte de África, solo Israel y Emiratos se salvaron de la agitación social.

"Los cambios bruscos en los precios de los alimentos pueden alimentar la tensión, pero solo cuando los factores para el conflicto y la inestabilidad ya están presentes", afirmó esta semana Buhaug en un seminario en Roma.

En esas circunstancias, añadió, la pérdida de ingresos hace crecer el descontento social y puede empujar a las personas a enrolarse en grupos armados, aunque esta es solo una posibilidad.

Así acabaron, por ejemplo, algunos de los agricultores que vivían en la zona del monte Elgón, en el oeste de Kenia, y que pasaron a integrar hace unos años una milicia local tras el reparto de tierras entre dos clanes.

Con un grupo de 75 excombatientes estuvo trabajando la investigadora de la Universidad sueca de Uppsala Nina von Uexkull, para quien esas personas sin apenas estudios "tenían pocas posibilidades de dedicarse a otra labor fuera del campo".

Vulnerables y sin poder ni siquiera emigrar mientras otros se instalaban en su territorio, pensaron que podrían imponerse por la fuerza ante la debilidad de las instituciones, según Von Uexkull.

La pobreza, la competencia por los recursos, la corrupción, la incapacidad del Estado,... Son muchas las razones que subyacen en los conflictos y que el cambio climático puede amplificar todavía más.

"Tenemos que entender cuál es la dinámica de los conflictos y cómo el cambio climático va a impactar en esas causas de raíz", indicó a Efe el especialista de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO) Shukri Ahmed.

E insistió en la necesidad de apoyar a los pequeños productores y minimizar sus pérdidas ante la sucesión de desastres naturales, enfermedades transfronterizas y demás presiones ambientales.

El objetivo es prevenir los peores escenarios, incluido el extremo de la "guerra climática", concepto cuestionable al que han recurrido el exvicepresidente estadounidense Al Gore y el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, entre otros.

Precisamente a día de hoy sigue debatiéndose la repercusión de sequías como la que afectaba el norte de Siria antes de la guerra o la que pudo motivar el conflicto por las tierras en Darfur (Sudán).

En opinión del profesor de la Universidad noruega de las Ciencias de la Vida Tor Benjaminsen, "las sequías y las inundaciones pueden influir en los conflictos, pero son cuestiones secundarias frente a las de orden político y económico".

Observador durante años de las disputas entre los agricultores y los pastores nómadas de Mali, puso de ejemplo cómo la migración de estos últimos en busca de suelos fértiles para su ganado a menudo se ha visto como un elemento desestabilizador.

Una historia larga en la que se entremezclan la desconfianza, la marginación y la falta de acceso a los recursos.

Y que, sin embargo, alberga una esperanza: que el mismo cambio climático que amenaza otras partes del planeta continúe reverdeciendo las tierras del Sahel como viene ocurriendo en las últimas décadas.

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