Alberto Hernández Cañero: Un cardiólogo Héroe del Trabajo

Alberto Hernández Cañero: Un cardiólogo Héroe del Trabajo
Fecha de publicación: 
5 Noviembre 2016
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No todos los seres humanos tienen la suerte de llegar a más de 90 años con la lucidez necesaria para saber que el tiempo pesa. Ese es el caso del Dr. Alberto Hernández Cañero, director fundador del Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular (ICCCV), Profesor Titular (consultante) del Instituto Superior de Ciencias Médicas de La Habana, Investigador Titular, Doctor en Ciencias y Miembro Titular de la Academia de Ciencias.

Mereció, por sus indiscutibles méritos, la Orden Finlay; las medallas 250 Aniversario de la Universidad de La Habana, Distinción por la Educación Cubana, Comandante Fajardo, Servicios Distinguidos de las FAR, 30 años del Ministerio del Interior, Cardiólogo Distinguido; medalla y diploma de la Sociedad de Cardiología Centroamericana y del Caribe, y ha impartido conferencias o presentaciones de trabajos en más de 20 ciudades de países extranjeros.

Reconocido por sus investigaciones, el Dr. Hernández Cañero, o Cañero, como le llaman sus pacientes, ha podido ver y protagonizar el avance de la cardiología y la cirugía cardiovascular en el hospital que fundó en 1966.

Gracias a su empeño y empuje, se aplicaron en la mayor de las Antillas las más modernas técnicas dirigidas al tratamiento del corazón. Lejos de frenar a los jóvenes, los estimuló, de tal suerte, que hoy reconocidos profesionales lo llaman «el padre de la cardiología en Cuba».

En un área remodelada de la reconocida institución médica tiene su oficina, a la que asiste varias veces en la semana a escribir, ver pacientes o asesorar a los que le han seguido sus pasos.

Aún mantiene su optimismo por el mejoramiento humano, porque sigue creyendo en los principios de humanidad que le hicieron quedarse en Cuba en 1959, cuando muchos de sus colegas abandonaron a su país.

—Generalmente, durante la niñez y la adolescencia se perfilan los gustos de lo que será una profesión en el adulto. ¿Es usted la norma o la excepción? ¿Qué hacía o le gustaba hacer de niño?

—Mi infancia, que yo recuerde, no tuvo otra relación con la medicina que las visitas que yo le hice a su consulta, o las de él a mi casa, del Dr. Ernesto Velarde, un médico de mi pueblo natal, San Cristóbal, en Pinar del Río, que me trató las enfermedades de la infancia. En ese pueblo cursé la enseñanza primaria, monté a caballo, jugué a las bolas, a los trompos, a la quimbumbia y al béisbol, como receptor, donde no fui nada bueno. A los 11 años, mis padres me enviaron a La Habana, donde vivían mi abuela y tíos maternos, para que me preparara para el ingreso a los estudios de bachillerato. Ya en la adolescencia, tuve inclinaciones a distintas profesiones: primero quise estudiar abogacía, por la influencia del mayor de mis tíos, un emigrado español, obrero, que trabajaba en una fábrica de bloques de cemento, cuya ideología era la de un comunista utópico, que soñaba con una sociedad sin clases, y sin la existencia de un estado represivo. Por ello, tempranamente comencé a interesarme por los problemas sociales, de ahí la profesión de abogado, como el mejor medio para defender mis ideales, hasta trabajé en una notaría.

«En 1933, después de la caída de la dictadura de Machado, me puse muy contento al conocer, a finales de ese año, la creación de soviets de obreros y campesinos en 10 centrales azucareros, pero se mantuvo poco la alegría, pues su duración fue fugaz. La huelga de marzo de 1935, reprimida por Mendieta, Batista, Pedraza y sus sicarios, marcó el camino hacia la profesión de médico, pues mi padre, que era secretario de la Junta de Educación de mi pueblo, San Cristóbal, fue acusado de guiterista y dejado cesante. Por ello vino para La Habana con mi madre y mi hermana y me fui a vivir con ellos. Mi padre había abandonado la carrera de Farmacia, faltándole solo dos años, cuando se casó con mi madre. Comenzó a estudiar de nuevo y se graduó de Doctor en Farmacia en 1937. Regenteó y trabajó durante año y medio en una botica llamada La Nacional, situada en Belascoaín entre San Rafael y San Miguel, donde yo lo ayudaba a despachar, a inyectar clientes, y hasta a recomendar medicinas, cosas que se hacían frecuentemente en estos establecimientos. En 1938 adquiere, para pagar en cierto número de plazos, una de estas boticas, y es ahí que decido matricular la carrera de Doctor en Medicina, sin abandonar mis ideales, ya que esta carrera es un verdadero sacerdocio que puedes ejercer y hacer el bien en cualquier parte sin contradicciones».

—¿Por qué cardiólogo?

—El por qué de esta especialidad puede haber sido un hecho casual. Cuando comencé la carrera, como cualquier otro estudiante de Medicina, busqué dónde practicar, y se me ofreció la consulta de cardiología del Hospital Nuestra Señora de las Mercedes, cuyo jefe era el Dr. Juan Govea Peña, cardiólogo graduado en Francia, famoso en esos años, que tuvo la distinción de brindarme su consulta privada como medio de enseñanza. Con él aprendí a auscultar y a interpretar el lenguaje del corazón, que emitía un ruido de galope cuando estaba enfermo y cansado, o un ruido de soplo si sus válvulas estaban estrechadas, insuficientes o malformadas, y se quejaba cuando una arteria coronaria se estrechaba.

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José Ramón Machado Ventura, segundo secretario del Partido Comunista de Cuba y vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, impuso la distinción Héroe del Trabajo de la República de Cuba al eminente cardiólogo.

«Tenía, para diagnosticar, la ayuda del electrocardiograma, la radiología y la angiocardiografía. Tuvo la cardiología un desarrollo impetuoso, tanto en sus medios de diagnóstico como la ecocardiografía, la electrofisiología, los estudios hemodinámicos y la coronariografía, como en los terapéuticos, medicamentosos, la estimulación cardíaca, y otros métodos invasivos como la angioplastia y la cirugía cardiovascular, con las que se mejora la calidad o se salvan vidas. Por eso continué como cardiólogo en la Sala Yarini, Cátedra de Clínica Médica Número 8, con otro de mis maestros, el profesor Rogelio Lavín Padrón».

—¿Qué significó el triunfo de la Revolución para usted?

—Para mí fue un renacer, debido a mis ideales. Miembro del Partido Socialista Popular, seguía la guerra emprendida por Fidel desde la Sierra Maestra a través de la audición de Radio Rebelde, con un radio Punto Azul de onda corta y larga, reliquia que aún conservo. Mi amigo, el Comandante Dr. Sergio del Valle Jiménez, me enviaba emisarios; yo ayudaba con lo que podía. Me integré de nuevo a la docencia en 1960 y así nos incorporamos a esta gran Revolución.

—¿Cómo se creó oficialmente la especialidad de cardiología en 1962?

—Igual que en otras especialidades, fue un anhelo de los médicos cubanos la creación oficial de las mismas, para mejorar la salud del pueblo y evitar la charlatanería. En el caso de la cardiología, se había creado en 1937 la Sociedad Cubana de esta especialidad, que estuvo a la vanguardia de esta lucha, pero la oficialización de las especialidades no pudo llevarse a cabo durante la república burguesa. Con el triunfo de la Revolución, tiene lugar una lucha ideológica, y entre los años 1959 y 1964, de los 6 215 médicos que había en Cuba, emigra cerca del treinta por ciento. Sus causas fueron diversas: unos por haber participado en los desmanes del batistato, fugitivos de la ley, algunos porque habían amasado grandes fortunas en negocios no relacionados con el ejercicio médico, otros siguiendo a sus clientes ricos, y los más, confundidos por la propaganda mediática de mentiras y anticomunista. Esto ocasionó que, en los tres primeros años de la Revolución, la prioridad estuvo en la formación de médicos generales para cubrir las necesidades médicas primarias de la población. Consideradas estas cubiertas, en 1962 se emite por el ministro de Salud Pública, Dr. José Ramón Machado Ventura, el 6 de agosto, el decreto ministerial 13, que crea la comisión de docencia del interno y del postgrado, que después de estudiar este problema, establece y publica los programas para el internado y residencia de 10 especialidades clínicas, 10 quirúrgicas y tres diagnósticas, para la obtención del grado primero de la especialidad.

—¿Cuánto tuvo de Hernández Cañero «la primera piedra» del ICCCV que se creó en 1966?

—Antes de la creación del ICCCV en 1966, ya habíamos estado seis años «poniendo piedras», y fue el trabajo realizado durante este tiempo el que permitió que nuestro grupo de cardiólogos y cirujanos y su servicio en el Hospital Comandante Fajardo, fuera escogido como asiento del ICCCV. Inicialmente, solo fue un cambio de nombre.

—¿De dónde sacaron los cardiólogos y los cirujanos?

—Empezamos con un grupo de 10 médicos, de los cuales solo yo era realmente cardiólogo, miembro de la Sociedad Cubana de Cardiología (SCC); fui cardiólogo de la Maternidad América Arias, de la Sala Yarini del Hospital General Calixto García y de la Fundación Agustín Castellanos. Los demás se formaron en la marcha, y en cuanto a los cirujanos, los primeros, doctores Noel González, Julio Taín, Felipe Rodiles, Manuel Jacas, José Arango Casado, eran cirujanos generales que también se formaron y adquirieron destreza en su práctica diaria.

—En lo personal, tiene usted decenas de textos publicados y ahora, tengo entendido, escribe las memorias de esa institución, que es su segunda casa. ¿Por qué no les adelanta a los lectores una o dos anécdotas de las que usted narra?

—Como en los 45 años de existencia del ICCCV las anécdotas de hechos vividos fueron muchas, solo voy a referirme a dos: la primera tuvo lugar a finales del año 1968, en que el Dr. Noel González Jiménez, jefe de la sección de Cirugía Cardiovascular del ICCCV, estando este aún en el Fajardo, propuso al MINSAP la creación de un centro de cirugía cardiovascular y trasplante de órganos que asentaría en la llamada Clínica Antonetti. Esta fue una clínica mutualista que ya había sido intervenida por el MINSAP y que, con otras instituciones de este tipo, pertenecían al estado cubano. Yo me opuse a este proyecto en un informe, pues consideraba que ya en esos momentos, la cardiología clínica sola, sin la cirugía cardiovascular, no tenía razón de ser. Lo cierto fue que el MINSAP no aprobó el proyecto, pues no lo consideró viable, pero cedió la Clínica Antonetti para el ICCCV. Años más tarde, en 1985, ya trabajando como director del Cardiocentro del Hospital Ameijeiras, Noel González realizó el primer trasplante cardiaco exitoso en Cuba, demostrando su capacidad organizativa, destreza y tenacidad. También se hizo evidente que para obtener éxito en la trasplantología, era necesario su realización en un hospital general como Ameijeiras, que estuviera dotado de otros servicios de apoyo como el de inmunología, neurología, nefrología, y otros laboratorios especializados.

«Otra de las anécdotas que narro comenzó el 21 de julio de 1969, cuando la sección de Cardiología Clínica todavía estaba en el Hospital Fajardo. Recibí en mi oficina una llamaba telefónica de Celia Sánchez Manduley, me pidió que fuera urgente a la casa del Comandante Dr. René Vallejo Ortiz, ayudante del Comandante en Jefe Fidel Castro, que tenía una crisis hipertensiva, y vivía en el reparto Nuevo Vedado. Llegué en minutos, encuentro a Vallejo tirado en la cama, sudoroso, vestido aún con parte del uniforme militar, quejándose de intensa cefalea. Le tomé la presión arterial y tenía más de 230 de máxima, y aún no le había quitado el manguito del esfigmomanómetro, Vallejo cayó en coma. El Dr. Oscar Suárez Savio, cirujano que lo acompañaba, le hizo de inmediato una traqueotomía y acudieron a las llamadas de Celia, Suárez Savio y mía, otros médicos a colaborar en su tratamiento, entre los que recuerdo a Rafael Estrada, director del Instituto de Neurología; Raúl Dorticós Torrado, jefe del equipo médico de Fidel; Abelardo Buch, director del Instituto de Nefrología; Hilario Cortina y Gilberto Gil Ramos, del ICCCV. Se instaló en casa de Vallejo una unidad de cuidados intensivos completa, y a ella asistía diariamente el Comandante en Jefe, al que se le explicó, y él observó por primera vez, en qué consistían estos cuidados. Fue precisamente el Comandante en Jefe quien los promovió a toda Cuba mediante una atención directa por el grupo de apoyo del Consejo de Estado. El corazón del Comandante Vallejo dejó de latir el 13 de agosto de 1969».

—¿Qué se siente al llegar a los 90 años, lúcido, vital, escribiendo y atendiendo pacientes?

—Exageran mis amigos y exalumnos, no todo lo que reluce es oro, la vejez es implacable: se olvidan momentáneamente los nombres, disminuye la agudeza visual y auditiva y, en general, la cognición, se gastan las articulaciones y enlenteces. Pero yo no puedo quejarme, pues el haber sobrevivido 15 años sobre la esperanza de vida en Cuba, me permitió disfrutar este tiempo de toda mi familia y desde hace un año, a Camila, mi biznieta; de la reciente remodelación y ampliación del Instituto; así como asistir a la implementación de los cambios en nuestra política económica, a la decadencia del sistema capitalista mundial y a los avances en la integración de los pueblos suramericanos y caribeños. También he tomado un pequeño espacio, de esos años, para atender pacientes, para escribir sobre los 70 años de la historia de la Sociedad Cubana de Cardiología y de sus congresos, los 45 años del Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular, y tengo otros proyectos, para los cuales no sé si el tiempo que me queda alcanzará.

(*) Del libro inédito A corazón abierto

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