Con espinas

Con espinas
Fecha de publicación: 
4 Noviembre 2016
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En un pequeño hotel de La Habana de cuyo nombre no quiero acordarme, hay una tiendecita a donde fui a comprar un pomo de champú. Era mediodía.

La puerta del establecimiento exhibía un cartel: «cerrado». En carpeta me explicaron que la vendedora estaba almorzando. Como ya estaba allí, decidí esperar; de seguro la demora no sería mucha.

Una hora y media después, seguía aguardando.

Por estar sentada justo frente a la tiendecita, me convertí en informadora para quienes llegaban ante la puerta cerrada. Junto a los huéspedes, también llegaban personas de los centros de trabajo cercanos, precisamente porque era la hora de almuerzo.

Sumaron más de diez los compradores potenciales que se fueron y ya. Ni resolvieron ellos sus necesidades, ni ingresaron nada a la tienda.

Pero al hotel parecía no importarle. Cuando regresé a la carpeta interesada por la demora de la vendedora, sencillamente volvieron a repetirme que estaba almorzando. Pregunté por el horario de almuerzo de la empleada, y el interrogado respondió con un displicente encogimiento de hombros.

Mediante otro trabajador del hotel supe que el horario era de doce a una, y en esa hora todos los trabajadores de la instalación debían acudir al comedor. Obviamente, se formaban «cuellos de botella», con la consiguiente incomodidad para los comensales, y, lo peor, con perjuicios para el hotel y para huéspedes y visitantes.

Evidentemente, a nadie se le había ocurrido organizar un acceso escalonado al comedor, priorizando, como es lógico, a los trabajadores que interactuaban directamente con los clientes ofreciéndoles sus servicios.

¿Cuánto dejó de ingresar durante esa hora de almuerzo? Probablemente nadie lo sepa nunca, tampoco la cantidad de personas que se disgustaron por no ser atendidas y probablemente no retornaran más.

Sin embargo, la trabajadora de la tiendecita de seguro devengaría el mismo salario de siempre, así como toda la cadena de mando relacionada con ella. Uno de los pocos extranjeros de los hospedados en el hotel, de la cadena Isla Azul, aunque hablaba perfecto español, no había podido entender que el local estuviera cerrado porque la vendedora estuviera almorzando. Nunca había visto nada igual, me dijo.

Nosotros los cubanos sí que lo hemos visto y en muy disímiles situaciones. De poco valdrán proyecciones, análisis de documentos, círculos de estudio y muchas reuniones, si no existe un sentido de pertenencia y junto a él, o en su defecto, mecanismos económicos y organizativos que, de un modo efectivo, garanticen calidad, eficiencia y competitividad.

Por estos días, empresarios de otras latitudes acuden a la Feria de La Habana explorando posibilidades de negocios, y qué bueno que así sea. Pero qué tal si uno de esos empresarios, por esas casualidades, hubiera acudido al hotelito de marras y la empleada de la tienda le hubiera respondido lo que a mí, cuando al regreso del almuerzo, hora y media después, le pregunté en broma si había pescado:

—Sí, y como tenía espinas.

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