DE CUBA, SU GENTE: No puedes ser cubana y no haber entregado tu alma

DE CUBA, SU GENTE: No puedes ser cubana y no haber entregado tu alma
Fecha de publicación: 
2 Noviembre 2016
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De pronto sales tú con tu llama y tu voz
Y eres blanca y flexible, y estás ahí mirándome,
Y te quiero apartar, y estás ahí mirándome
Y somos inocentes

Diana Castaños

 
Estaba sentada en El Floridita.

¿Qué hacía allí? Me tomaba un mojito.

¿Que si no había un sitio más barato en el mundo para tomar mojitos? Sí, claro. Pero quería darme ese gusto. Aunque me gastara la mitad de mi salario del mes.

En ese momento estábamos la bebida, El Floridita y yo… y algo del aliento de Hemingway en el ambiente… (o eso me gustó pensar).

De repente la vi. Yalina. Veinte y nueve millones de kilómetros largos de lucha y perseverancia. Pero tengo que explicarles esto.

La conocí en la Facultad; estudiábamos juntas Periodismo. Yalina era por entonces una muchachita de provincia, con los tenis desgarrados por el marabú de Cabaiguán, que le servía de enfermera a un minusválido de la tercera edad para poder vivir en La Habana.

El viejo que ella cuidaba resultó ser un hijo de puta. Le ponía a Yalina cucarachas en su cama, echaba veneno a su comida, varias veces le encajó un tenedor en los muslos y alguna que otra, intentó clavarle cuchillos... en un ojo, en las axilas... donde el azar le dejara un hoyo.

Yo, que la ayudaba a veces a cargarlo por las escaleras, vi cómo él le escupía el pelo, y se balanceaba a propósito, con la clara intención de lograr que ella se cayera.

Por aquel entonces, le preguntaba cómo estás, cómo puedes. Y ella me decía: «a veces me siento mal, pero entonces acomodo la silla y me siento bien». Así de sencillo.

Un día de tantos, cuando fui a ayudar a Yalina a cargar al viejo por la escalera, vi que este se comportaba como el más dócil de los corderitos. El cambio era tan evidente, que no necesité siquiera preguntarle cómo lo había logrado. Me dijo que me enseñaría cuánto había cambiado su estrategia.

Y se empezó a quitar la ropa. El viejo hijo de puta puso enseguida en sus bracitos enclenques todo el empeño del mundo en acomodarse lo mejor que pudo en la silla de ruedas. Los ojos bien abiertos, la boca entreabierta, en espera.

Yalina se quedó en tacones, medias panties negras y ajustador. (Des)vestida así cambió la mierda y el orine del tibor. Así le curó la úlcera de los pies y le puso el nylon a la cama, para que no se mojara el colchón cuando el viejo se meara.

Años sin ver a Yalina, sin saber de ella y sus tenis raídos, y entraba ahora en El Floridita, con el mismo viejo de antaño en silla de ruedas.

Él no me reconoció. O simuló no hacerlo. Ella se acercó a mí, y como terminando una conversación interrumpida cinco minutos antes, me contó: «nos casamos; llevo tantos años cuidándolo, que ya no sé hacer otra cosa». Parecía estarme pidiendo disculpas.

Pero, Yalina, cómo estás. Cómo puedes, le dije. «La caja de la pizza es cuadrada, la pizza es redonda y el trozo de la pizza es triangular. Nada tiene sentido en la vida», me contestó.

 

Algunos nombres de personas de nombre conocido que han visitado El Floridita y tomado un trago dentro de él:

Gary Cooper, Tennessee Williams, Marlene Dietrich, Jean-Paul Sartre, Giorgio Armani, Ornella Muti, Imanol Arias, Jean-Michel Jarre, Matt Dillon, Paco Rabanne, Ted Turner y Jane Fonda, Pierce Brosnan, Naomi Campbell, Compay Segundo, Ana Belén y Víctor Manuel, Graham Greene, los Duques de Windsor Eduardo VIII y Wallis Simpson, Gene Tunney, Carlos Lombardía, Ava Gardner, Spencer Tracy, Rocky Marciano, Joaquín Sabina, Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Javier Sotomayor, Kate Moss, Fito Páez, Danny Glover y Jack Nicholson.

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