DE CUBA, SU GENTE: A los amantes de Subiela

DE CUBA, SU GENTE: A los amantes de Subiela
Fecha de publicación: 
27 Octubre 2016
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La pelota que arrojé cuando jugaba en el parque
Aún no ha caído en el suelo

Dylan Thomas

Hace unos años me enamoré de Darío Grandinetti. No de Subiela ni del personaje de El lado oscuro del corazón, ese que le llamaba nutria a su pene. No. De Darío Grandinetti, cuando aún tenía pelo. Traté entonces de aprender a volar.

Me imaginaba una escena, en mi mente mil veces repetida, donde él y yo volábamos juntos por las calles de La Habana. Darío con pelo. Darío con juventud. Con esa voz irreductible, viril, con aliento a magnolias.

Verifiqué mis recursos para gustarle: mi piel suave, mi aliento por las mañanas, extrañamente agradable. Tomé clases de vuelo de Osho, Modigliani, Titón, Retrato de Teresa. Ensayé incluso un discurso para cuando lo conociera.

En mi cabeza, tendríamos un encuentro muy intenso, donde él escucharía mis palabras sentado sobre una escultura genésica. La Muerte yacería en el fondo, callada.

LOCACIÓN: EXTERIOR. DÍA. VIENTO BATE LAS CALLES DE BUENOS AIRES.

YO (EN PRIMER PLANO, A DARÍO): Te quiero a las diez de la mañana, y a las once, y las doce del día. Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la comida o en el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí. Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y siento que estás hecho para mí, que de algún modo me lo dicen tu rodilla y tu vientre, que mis manos me convencen de ello, y que no hay otro lugar donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo. Tú vienes todo entero a mi encuentro, y los dos desaparecemos un instante, nos metemos en la boca de Dios, hasta que yo te digo que tengo hambre o sueño. Todos los días te quiero y te odio irremediablemente. Y hay días también, horas, en que no te conozco, en que me eres ajeno como el hombre de otra. Me preocupan las mujeres, me preocupo yo, me distraen mis penas. Es probable que no piense en ti durante mucho tiempo. Ya ves. ¿Quién podría quererte menos que yo, amor mío?

                                                  (...)

Mugiría entonces una vaca. Se escucharía una grabación de Benedetti recitando poemas en alemán. Alguien cambiaría en algún sitio comida por poesía. Y Darío, insistente, volvería a decir:

DARÍO: Me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo, un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisiaco o con aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportar una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias. Pero eso sí, y en esto soy irreductible, no les perdono bajo ningún pretexto que no sepan volar. Si no saben volar, pierden el tiempo conmigo.

CORTE DIRECTO. DOLLY A LAS CALLES DE BUENOS AIRES. ZOOM OUT.

                                                (...)

Ese fue, durante muchos años, mi sueño.

Cuando encontré, por fin, una vía para materializarlo, fui a Argentina a vivirlo. Y solo cuando estuve cara a cara frente a Darío, descubrí que me había tomado demasiado tiempo: él había envejecido demasiado.

Dejó de tener pelo y de recitar poemas de amor escritos por Oliverio Girondo. Comenzó a tener problemas en la próstata y, según me contó la uruguaya amiga mía que nos presentó, un miedo irremediable a la muerte.

Pude haberlo dejado de amar en ese momento. Pero me acordé entonces de Dylan Thomas. La pelota que él arrojó cuando jugaba en el parque aún no ha tocado el suelo. ¿Por qué debería la mía?

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