DIARIO DE UNA ESPERA: A la vista, desvelo eterno

DIARIO DE UNA ESPERA: A la vista, desvelo eterno
Fecha de publicación: 
27 Octubre 2016
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Hace una semana que mi bebé puede distinguir el día de la noche. Extremamos precauciones para privarlo de los ruidos fuertes, también los siente y pueden llegar a afectar sus momentos de sueño.

 

Ahora que está aquí adentro y como advierto a todos, para librarlo de codazos o golpecitos, incluso los más suaves, mi madre, que me conoce bien, sugiere la comparación con una leona al cuidado de sus cachorros. No me ha ofendido en lo más mínimo, con todo y que las hormonas exacerban mis mejores deseos de un buen carácter.

 

Paso casi todo el día acostada y tratando de ponerme al día en cuestiones de preferencias cinematográficas. Películas que dejé para luego ahora irrumpen en el monitor. Dentro de un mes y medio se acabarán las jornadas totalmente de asueto. Invariablemente, empiezo a preguntarme si con esta necesidad casi perenne de estar todo el día acostada, estaré totalmente cualificada para el puesto de madre.

 

No es que sea una opción. Ya no hay (ni la anhelo en absoluto) vuelta atrás. Específicamente para este puesto, no es imprescindible tener algún grado de escolaridad, aunque me alegro de que mi madre supiera leer y escoger para mí los mejores cuentos infantiles, poniendo matices en su voz para uno u otro personaje.

 

Ningún día a partir del nacimiento, ni siquiera cuando crezca, podré dormir completamente tranquila. En todo caso, el mayor sosiego radicará en verle dormir a él. Las lágrimas se volverán inevitables en los primeros meses, cuando es harto complicado averiguar por qué llora.

 

Será más o menos como tener un jefe-carcelero que llame a todas horas, desde cualquier lugar, para propiciar mi desvelo. Desvelo que no sufriré en absoluto. Desde ahora, voy dejando constancia escrita de mi disposición para ponerlo a él primero, en la cúspide de la pirámide, secundado por cualquier interés personal.

 

Cuando una se decide a tener un hijo y casi inmediatamente en el momento que lo logra, está firmando un contrato eterno, escrito con sangre, literalmente. Hijo chiquito, problema chiquito, decía mi abuela, y no le faltaba razón. Al principio, después de los llantos sin porqués, vendrán las primeras caídas; las físicas, apenas dejan la marca en la piel, como prueba del dolor que alguna vez existió.

 

 

En mi familia, durante años, el ajedrez ha sido un legado. No llegué muy lejos en el mundo de trebejos. Durante las categorías escolares me debatía entre talleres literarios, cursos de locución, actuación de aficionada, y con rapidez, movía los hilos de una batalla en el tablero blanquinegro.

 

Cualquiera que sea el camino que escoja mi hijo, ahí estaré, lo sabe el mundo, internet mediante; le apoyaré sin titubeos. Irremediablemente, una trata de persuadir, pero en definitiva, los hijos deciden, a pesar de cualquier consejo. He tenido el mejor ejemplo en mi madre, y sería ilógico que reaccionara yo de otro modo.

 

Una se traza un trayecto, también eso es seguro; la llegada de un hijo cambia todo y no siempre en nuestro favor, aunque tampoco es un prejuicio. No más un cambio, la permuta invariable de convicciones se retuerce ante el poder ejercido por el que siempre será mi pequeño.

 

Todos los días L recorre 30 kilómetros, de la casa hasta el trabajo. Se empieza a preocupar por horarios de llegada. Cuando ya esté 100% entre nosotros, pretende despertarlo sin querer a la hora de su regreso; lo dice en broma, claro. No obstante, muy serio se pone por temor a perderse primeros pasos y/o palabras. Cuando diga papá y conforme acepto esa derrota, se lo repetiré toda la jornada para que alegre un día cansado.

Hace una semana que mi bebé puede distinguir el día de la noche.

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