Después del huracán, siempre sale el sol

Después del huracán, siempre sale el sol
Fecha de publicación: 
12 Octubre 2016
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Todavía retumban en las primeras páginas de la prensa nacional los ecos del huracán más reciente. Desde el lejano Guantánamo, llegan noticias sobre la recuperación y el espíritu optimista de quienes perdieron todo, menos la esperanza. ¡Por suerte no perdieron la esperanza!

 

Encomiable labor la de mis colegas periodistas. Por estos días me hacen enorgullecerme por formar parte de ese gremio. Dan cuenta desde apartadísimas regiones también de matices más alegres, aunque a kilómetros de distancia, quien no haya leído esos reportes pensaría que la alegría ha quedado desterrada, apartada de la geografía guantanamera.

 

De niña, ingenuidad de por medio, para mí en principio la proximidad de un huracán era una fiesta. Si los modelos de pronósticos daban por sentado el paso por Villa Clara, de inmediato preparaba condiciones para evacuarme en la casa de mis tíos, en mejor estado constructivo.

 

Antes de que interrumpieran el fluido eléctrico el mayor de mis primos programaba un intenso y variado programa de actividades. En las noches un viejo proyector hacía las delicias de todos y en una sábana blanca se sucedían las historias del niño cebollino o de Sherlock Holmes indistintamente.   

 

Mi primo las leía para nosotros aunque a veces pasaba el turno a su hermana y al final hacía preguntas para comprobar que, en la oscuridad de aquella improvisada salita de “transmisiones cinematográficas” nadie se quedara dormido.

 

Después venían los vientos y el agua. No podíamos siquiera aproximarnos a la ventana, en mi ingenuidad preguntaba, acaso sin mucha preocupación, si el río llegaría hasta la casa pero también ponía a salvo a mis muñecas que dormían más temprano para no sentir los vientos de tormenta.

 

Al día siguiente salíamos a la calle y contábamos las tejas francesas desperdigadas por doquier. Después nos acercábamos a las proximidades del puente y sorprendía ver todavía el volumen del río, indetenible en su curso al mar.

 

Una vez, ya más crecida y con mayor conciencia, decidimos pasarlo en casa. Entre canciones la oscuridad se hacía más sostenible, pero aquel 2008 marcaría el desplome parcial en una parte de nuestra vivienda. Era casi fin de año, era casi mi cumple 19.

 

De todos modos y debido al contratiempo sacamos fuerzas para reparar toda la casa. Al principio, sobre todo en las noches, daba mucha tristeza mirar al cielo estrellado desde donde, supuestamente, debía existir algún pedazo de techo. Aun la más hermosa de las noches se trastocaba a nuestros ojos. Representaba, en todo caso, ímpetu y fuerza para salir adelante y pronto alistar de nuevo el hogar.

 

No puedo decirles que había tristeza en todo eso. Si han llegado hasta aquí esperando ese final, lamento contradecirlos. En todo caso, Ike, el huracán, nos convirtió en personas más fuertes, capaces de resistir incluso los embates de la naturaleza.

 

Ahora que Matthew, odioso y colérico, se ensañó con la región oriental a kilómetros de distancia, mando hasta allá mi más sincera convicción: “Todo estará bien”. Me encantaría ir, por supuesto. Ayudo desde aquí, exhortándoles a no bajar los brazos. Como habrán notado, después de la tormenta siempre sale el Sol.

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