DIARIO DE UNA ESPERA: Más preparativos

DIARIO DE UNA ESPERA: Más preparativos
Fecha de publicación: 
22 Septiembre 2016
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Dentro de pocos días cambiaré mi cartera por un bolso de canastilla. Lo he preparado con lo necesario en caso de algún adelanto. También el médico de familia ha sugerido que prepare un maletín para mí, en caso de ingreso. Miro el calendario y ya no tacho los días para el encuentro, debo confesarles que no es necesario. ¡Me siento tan dichosa!

 

Como respuesta a una interrogante de esas que los periodistas preparamos sin ponernos en el lugar del otro, mi doctor ha sugerido que en cada casa, cuando nace una niña debiera hacerse fiesta, luego cuando ella desarrolla otra vez, el jolgorio debe repetirse.

 

Claro, de tanto que las hemos enseñado en clases y películas, las niñas de hoy ya no son las de antes. Al principio me pareció sin tino, pero su propuesta tiene fundamento. Cuando llega al mundo, según él, una pequeña mujer resulta como un ciclo que comienza.

 

En ella se cimenta la posibilidad en el futuro no tan lejano de recomenzar la historia de la familia, expandir el árbol genealógico, de manera que cuando llega a la madurez física, esa realidad se torna más completa al menos en un 50%.

 

Aunque él (mi médico) es hombre, a todas sus gestantes nos exhorta a ser felices ahora como nunca antes en toda la vida. Paradójico su simbolismo, pide que nos alegremos porque se acabaron las noches completas a la hora de dormir o las jornadas de parranda. Alguien en todo el mundo depende y nacerá de nosotros, como los frutos llegados de la madre tierra.

 

Ahora bien, embarazo, la palabra en sí misma es una trampa elocuente. El cuerpo cambia, no exactamente como lo hizo en la adolescencia. Al menos yo, ya no me puedo agachar pero no hay vergüenza en ello. Tampoco me atrevo a levantar un cubo de agua, aunque debo confesar que ni siquiera lo he intentado.

 

Hace unos días puse mi despertador a sonar cada tres horas, para irme preparando. ¿Resultado final? En la segunda alarma terminé desactivando los próximos “de pies”. Me consuelo en la idea de que hay un sentimiento innato que activará mis propios signos de vigilia voluntaria. Dentro de casi dos meses lo haré por voluntad, porque no hay nada que prefiera antes de alimentar a mi bebé toda vez que calme sus sollozos.

 

A mi lado, alguien se ha comprometido ya a compartir el desvelo. Viaja todos los días 30 kilómetros hacia su trabajo, se levanta muy temprano y sin remilgos se compromete.

 

La fecha de ponerlo por obra no ha llegado pero le creo. Tal y como comentaba la semana pasada, de las acciones de L he recibido la confianza para levantarme a la mañana siguiente y ahora que han regresado los vómitos como de todos maneras, medio malcriada, porque sé lo que viene después de cualquier frecuencia alimenticia.

 

En las tardes, como quien se dirige a un festín, voy a por la inyección. Duele, claro que duele. Al instante parece un pinchacito de nada, dura segundos mientras esta felicidad se me sigue antojando eterna.

Casi culmina para mí este año de trabajo, me alisto para la más hermosa tarea: esta, como sabrán algunas de mis lectoras, no siempre remunerada de la mejor manera, y sin jornadas totalmente de asueto.

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