Plánchame la guayabera…

Plánchame la guayabera…
Fecha de publicación: 
1 Septiembre 2016
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Desde pequeña escucho, entre muchas historias de mi abuelo Wamba, la de la guayabera. Resulta que el guajiro de Corral Nuevo trabajaba en la empresa de desmonte y construcción en Matanzas y llegó una tarde orgulloso a la casa y le pidió a la hija mayor: “Dulce María: plánchame la guayabera, que mañana me ponen la Orden José Martí.

El viejo tenía sexto grado, pero ella, licenciada en educación, notó enseguida el error: “Papi, esa distinción se la ponen a grandes personalidades”. “Bueno, pero a mí me la va a poner, plánchame bien la guayabera”. La tarea fue fácil porque era una de poliéster, de las que se popularizaron sobre los años 70 para abaratar los costos de una prenda que, cuentan, siempre fue cara. Al fin, al día siguiente, llegó mi abuelo con su medalla Marcos Martí, pero sin decepciones, porque al final “tienen el mismo apellido”.

La guayabera es la prenda nacional de Cuba desde 1940, sin embargo, últimamente no la he visto mucho más allá de las actividades oficiales que protagonizan dirigentes, políticos o diplomáticos cubanos y en Palmas y Cañas, el programa campesino de la televisión: ¿Pasaron de moda?

Hay quien me dice que el tema es que son demasiado caras, pero esa parece ser una característica que las acompañó siempre, la destacada diseñadora cubana María Elena Molinet  ha confirmado que “la guayabera surgió como una prenda autóctona, pero no popular” y el periodista cubano Ciro Bianchi cuenta en una de sus crónicas para el diario Juventud Rebelde que sumando el costo de un planchado perfecto, en los años cuarenta del Siglo pasado, alcanzó los mismos precios de algunos trajes.

¿De dónde son las guayaberas?

Una de las interrogantes que persisten es el origen rural o urbano de la prenda, Casi todas las fuentes aseguran que surgió en Sancti Spíritus y muchos afirman que le costó conquistar La Habana, hasta que un espirituano tristemente célebre, José Miguel Gómez, el de “tiburón se baña, pero salpica”, la llevó nada menos que a la casa presidencial.

Sn embargo, la  Molinet  ha planteado que a principios del siglo veinte se vendía en todas las tiendas de La Habana y luego se extendió a otras regiones del país. Claro, la primera duda la siembra el hecho de que la creación de la guayabera ha estado envuelta en leyendas como la de un  matrimonio de andaluces asentados en Cuba, que  recibieron un corte de lino enviado por sus parientes españoles y el esposo le pidió a Encarnación, su mujer, que le cosiera unas camisas  sueltas, de mangas largas, para usar por fuera del pantalón  y con bolsillos grandes a fin de llevar en ellos la fuma y otros efectos personales. Supuestamente, las camisas que complacieron a José, el alfarero andaluz, poco después se popularizaron en la comarca.

El propio Ciro Bianchi pone en duda que un evento doméstico como este haya trascendido de tal manera que los historiadores lo recojan con lujo de detalles como fecha y nombres y apellidos de los protagonistas, pero eso sí ¡que alguien se atreva a negarle a los espirituanos la paternidad de la guayabera! Cuentan que primero se llamó yayabera, precisamente porque nació en la tierra del Yayabo y luego se extendió a otras regiones del país, entonces se conoció como trochana en Ciego de Ávila y camagüeyana en Camagüey.

Maria Elena Molinet, por su parte, sostiene que “el nacimiento de la guayabera no es obra de una sola persona y todavía falta por determinar a partir de qué momento se convirtió en prenda elegante, fresca, blanca, muy bien almidonada y planchada, que se podía llevar sin corbata”.  Ella relata que hasta finales del siglo diecinueve no puede decirse que existía la guayabera como la prenda que es hoy, aunque sí había aparecido el término, por ejemplo en una  novela publicada por Nicolás Heredia en 1893. La diseñadora opina que la  camisa que el campesino cubano usaba por fuera, con aberturas a ambos lados para sacar el machete, evolucionó en lo que se conoce como guayabera.

Entrevista familiar: ¿para qué ocasión sirve una guayabera?

En mi casa había varias de aquellas guayaberas de poliéster, mi papá las usaba de vez en cuando, pero nada que ver con las de hilo que su padre se ponía para ir a las fiestas en Cidra. Sí, porque este abuelo también vivía en el campo, pero su familia eran dueños de fincas y se podían permitir una buena guayabera:

“Mi papá las tenía, se las ponía para ir a las fiestas en Cidra, yo se las cogí en mi juventud y las usaba con zapatos de dos tonos para ir a las funciones en Sauto, también las usábamos mucho para los actos políticos”, me cuenta m papá.

El esposo de mi suegra, un habanero nacido y criado en la capital, pero que ha recorrido medio mundo, recuerda que: “fue muy usada para sustituir los trajes en eventos y banquetes que tenían los Mazones, por razones del clima, eran de mangas largas y guarandol de hilo blanco, lo usaban gobernantes, banqueros, por ejemplo, ya después del triunfo de la Revolución comenzaron a tener diseños de distintos colores y empezaron las bordadas y las mangas cortas que eran elegantes para el trabajo.

Supongo que los bordados vendrían de la influencia de las yucatecas, una versión de la guayabera que se volvió muy popular y se estableció como un estilo, pero también en Cuba se realizaron variaciones y la prenda que nació para hombres se transformó también en vestidos y camisas de mujer, mi suegra habla casi con añoranza de un vestido- guayabera que le hizo honores en su juventud y mi madre rememora: “ese que yo me hice para las fotos de mis quince, le encantaba a mis compañeras, de tanto prestarlo no sé dónde se habrá quedado”.

Mi mamá cumplió quince en el 1975, varios años antes de que mi abuelo Wamba pudiera comprar en la tienda de la amistad su guayabera de poliéster con que fue a recibir la orden Marcos Martí y mi tío José la que guarda para una “ocasión especial”:

“Yo tengo una guayabera/ lista para “la ocasión”/ y mi esposa en previsión/ de que el hecho no se diera/ escondió la guayabera/ quién sabe en cualquier rincón”.

“También en cierta ocasión/yo me la quise poner/ y Dulce llegó a temer/ que la parca me jodiera/ y escondió la guayabera/ para el hecho detener”.

Cada uno con su historia, para verse elegante como mi padre, honorable como mi abuelo o para que lo entierren como mi tío, cada quien guarda la guayabera para su momento especial. No salí de casa, pero si siguiera preguntando seguramente encontraría otras razones, como las del tricampeón olímpico de boxeo Teófilo Stevenson, el cirujano ortopédico Rodrigo Álvarez Cambra o la actriz Eslinda Núñez, cuyas guayaberas se conservan en el museo de Sancti Spíritus dedicado a la prenda nacional.

¿Está pasada de moda? No lo sé, pero lo que no se puede negar es que cuando alguien se siente muy cubano y quiere hacerlo notar, manda a planchar su guayabera sin pensarlo dos veces, sea del campo o de la ciudad… porque de algún modo esas camisas con alforzas y cuatro bolsillos están sembradas en la tradición de este país.

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