CRÍTICA DE CINE: Fresa y chocolate

CRÍTICA DE CINE: Fresa y chocolate
Fecha de publicación: 
16 Agosto 2016
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Cuento que recuerda inmediatamente la fábula infantil La Caperucita Roja, una historia que, está claro, contiene como moraleja que los niños no deben alejarse de los caminos autorizados porque pudieran correr peligro.

Desde los inicios del argumento de esta cinta, sobre la que tanto se ha dicho, se me antoja identificar el lobo al que se hace referencia entre líneas con Diego, el personaje que interpreta Jorge Perugorría. Por algo lleva Diego a David (Vladimir Cruz) a «La Guarida», que según la definición más estricta, es donde los animales se guarecen.

El bosque del título de Senel sería el espacio habanero… lleno de peligros. Se me antoja a mí: los peligros serían la doble moral, los prejuicios y las ideas preconcebidas y nunca actualizadas; el camino autorizado y el camino prohibido.

El hombre nuevo tiene mucho que ver —también suposiciones mías, no es que le haya preguntado a Senel ni a Titón— con la ideología de Ernesto Guevara en El socialismo y el hombre nuevo. En la película, tanto como en el cuento, se parafrasea, se extrapola, si se quiere, la idea de Guevara: David, que pertenece a una generación de supuestos hombres nuevos, tiene una revolución interna en el desarrollo de su amistad con Diego. Descubre, a medida que profundiza la misma, una cultura cubana que le era vedada hasta el momento. En su universidad no le hablan de Juan Clemente Zenea ni de Lezama Lima. La cultura hace en él transformaciones profundas, que lo llevan a la tolerancia de cualquier forma de identidad sexual… lo convierten en un hombre nuevo, en toda la extensión de la palabra.

En cambio, el título de la cinta, de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, no hace alusiones al cuento de la Caperucita Roja. Remite a un estereotipo bastante simple, que aúna el color del chocolate con la virilidad, y el de la fresa con lo afeminado. Lo que de alguna manera se corrobora o subraya con el color de la piel de Diego y David.

Parece un cliché facilista, pero es obvio que la película maneja estos códigos. Ya lo dice David, cuando le explica a Miguel (Francisco Gattorno) cómo sabe que Diego es un homosexual: «Había chocolate y pidió fresa».

Es interesante entonces cómo la cinta, que tiene todas estas intertextualidades, y muchas más, utiliza en su título una conjunción conjuntiva y no una adversativa, o sea, una conjunción que suma y no una que hace escoger entre dos realidades. La cinta se llama Fresa y Chocolate, no Fresa o Chocolate. Porque no hay que escoger entre esta o aquella identidad sexual. Todos tenemos derecho a ser y hacer en la Cuba en que vivimos.

El hombre nuevo que es David, hacia el final del filme, intercambia con Diego su helado. Se lleva una cucharada de helado de fresa a la boca, en tono jocoso. Este acto no implica que se sienta homosexual, sino que es capaz de ponerse en la posición de Diego, que sí lo es.

Ya no se trata de elegir bandos, sino de no perder tiempo en hacerlos.

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