PARA BAILAR LA SAMBA: Stevenson glorificaría otra vez la Ciudad Deportiva

PARA BAILAR LA SAMBA: Stevenson glorificaría otra vez la Ciudad Deportiva
Fecha de publicación: 
29 Julio 2016
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El pueblo desea que el Coliseo de la Ciudad Deportiva sea nombrado Teófilo Stevenson. Llamadas, misivas han recibido los periodistas deportivos pidiéndolo desde hace mucho tiempo. Que la muerte no los arrancara duele, más golpearía el olvido, sobre todo al olvidadizo. Una persona decente no puede ser desagradecida. Y si nuestro gran púgil tuvo imperfecciones - ¿quién no?-, la esencia de aquella existencia la sintetizó Fidel el 28 de septiembre de 1972:

 

Teófilo Stevenson merece el reconocimiento de nuestro pueblo por su éxito deportivo... Creemos que él dejó un ejemplo todavía más valioso que eso y es el instante en que le hablaron de la posibilidad de ganarse un millón de dólares. Ese joven, hijo de humilde familia y un humilde obrero oriental, dijo que él no cambiaba a su pueblo por todos los dólares del mundo.

 
En estos momentos, cuando don dinero pudre el mundo a pasos agigantados, y existen quienes se abrazan férreamente a la oferta y demanda soslayando la trascendencia de las almas bien forjadas, ¡cuánta falta nos hacen muestras como aquella! La doctora Graziella Pogolotti lo avizora: “En este contexto dominado por principios utilitaristas de ganancia, se perfila la muerte del espíritu. De ocurrir así, será el fin de nuestra especie” (Juventud Rebelde, 19 de julio de 2015).

 

Los participantes en el reciente Simposio Emilio Roig de los historiadores habaneros, por unanimidad no solo ratificaron y pidieron respuesta al acuerdo de la reunión capitalina con vista al XXI Congreso Nacional de Historiadores hace dos años: elevar la sugerencia al Instituto Nacional de Educación Física, Deportes y Recreación (INDER): que el Coliseo de la Ciudad Deportiva de La Habana lleve el nombre del tricampeón olímpico Teófilo Stevenson. Propusieron que la Escuela Nacional de Voleibol sea honrada con el nombre de Eugenio George, el mejor entrenador de la disciplina entre las damas durante el siglo pasado en todo el planeta.

 

El reconocido periodista Elio Menéndez ha sido de los primeros en decir lo que plantearon los historiadores en relación con el mejor boxeador olímpico de todos los tiempos. No es el único. La idea vibra en la ciudadanía. Cito parte de la carta enviada por el combatiente Rubén Colao Medina a Tribuna de La Habana:

      
“No es justo que contando en nuestra rica historia deportiva al inmortal Teófilo Stevenson, el púgil más destacado de la etapa revolucionaria en Cuba, y en el boxeo amateur, se mantenga la Ciudad Deportiva sin un nombre digno... El Coliseo se honrará con el nombre de Teófilo, lo cual será un merecidísimo homenaje a esa gloria, ejemplo para esta y futuras generaciones de jóvenes atletas”.

 

El 26 febrero de 1958 fue inaugurada la mencionadaesta instalación, que pasó a manos del país en cuanto se alcanzó la libertad y el muro que separaba a las masas del deporte resultó derribado,  y a la actividad llegaron, en primer lugar, los más preteridos, los que tanta riqueza verdadera poseen y en lo atlético convirtieron a Cuba en una potencia de la rama.

 
Es justo y simbólico nombrar Teófilo Stevenson Lawrence a la rescatada edificación, donde tanto brilló, aunque su refulgencia llegó mucho más allá de los cuadriláteros, en especial, cuando prefirió el amor de sus compatriotas y la dignidad propia a toda la riqueza que le ofrecieron los bandidos que destrozan la pureza de la cultura física.

 

MÁS ALLÁ DEL VERSO

 

A la mañana siguiente de su muerte, una décima del repentista Alvarado logró atraparlo en Buenos Días. Finaliza así: “...Stevenson y Chocolate/ son el boxeo cubano”. No hay exageración. El poeta juntó a Pirolo y Yiyi, como les decían en sus respectivos barrios a estos dos astros que nunca se marearon con sus coronas. Amaron la vida, la disfrutaron con deseos, y la pasión los llevó a algún desaguisado alguna vez. Eso sí: sus virtudes pesaron muchísimo más que sus debilidades.

 

Yiyi y Pirolo a pesar de la gloria -por encima de la fama alcanzada- y la destreza entre las cuerdas. Siempre recordaron de donde venían, no dejaron de ser sencillos y generosos, les brotaba: no son solo el boxeo nuestro, son la misma patria. Solidificaron la identidad nacional, unieron, levantaron la autoestima de los de abajo, en especial del negro, del mestizo, incluso más allá del país.

 

Cuando Nelson Mandela nos visitó le pidió a Fidel un encuentro con Teófilo. Tras de las rejas, sufriendo la injusticia imperial y racista, disfrutaba de los triunfos del atleta. Los calificaba de propios de los pobres, de las razas despreciadas, del llamado Tercer Mundo; robustecedores del talento, las posibilidades y las esperanzas de los explotados de todo el planeta.

 
El tunero dignificaba a quienes no tienen nada y en el pecho lo tienen todo: solo hay que liberar dichas fuerzas y conducirlas hacia el combate por un mundo vencedor de la enajenación del esquilmado y hasta de los que esquilman. Aportó lo superior de él a tan difícil lucha; sus proezas fortalecieron lo más puro de la gente.

 
Con sano orgullo podemos expresar: ni el Chócolo ni Stevenson abusaron de su superioridad entre las cuerdas ni tuvieron como enemigos a los rivales, fueran Tony Canzoneri, Fidel La Barba o Jack, Kid, Berg para el del Cerro; Igor Visotski o el posible contrario de la pelea que pudo ser la del siglo: Mohamed Ali (fallecido recientemente); adolorido por el sorprendente adiós, lo mostraría en un mensaje enaltecedor.

 

Ninguno de los dos soslayó las manos forjadoras. “Ese blanco era mi hermano, mi padre. Si le hubiera hecho caso en todos los momentos...” opinaba Chócolo sobre Luis Felipe, Pincho, Gutiérrez, un manager bien distinto; el tricampeón olímpico no escatimaba expresiones agradecidas ni el cariño por Alcides Sagarra, el progenitor de la Escuela Cubana de Boxeo, y por el soviético Andrei Chervoneko, quien confió y luchó por el novato cuando algunos no le veían las cualidades.

 

Hijo de una etapa superior, Stevenson no le falló a su época y escogió la primera línea del bregar sin limitarse al jab y los ganchos. Como señala un titular periodístico foráneo: Prefirió ser rojo a ser rico; a pesar de cierta simpleza, dice una gran verdad: eligió a su patria, y con naturalidad, sin sentir sacrificio, despreció todos los millones de pesos que le ofrecían. ¡Cuánto de Judas Iscariote tienen los que dan la espalda a su país por la moneda!

 

Despiertan pena. Se han perdido esta querencia que siempre ha rodeado al gigante oriental, demostrada y crecida con la entrega espontánea de sus coterráneos al saber de su partida, y el respeto y el afecto que vinieron enlazados a una enorme tristeza desde otras partes del mundo.

   
¡Cuánta fortaleza embellecedora le daría a la Ciudad Deportiva llevar el nombre de Teófilo Stevenson! No se queda atrás mantener vivo a Eugenio George al robustecer el citado centro de la malla alta con la denominación sugerida.

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