La buena vida de algunos «buquenques» por cuenta propia…

La buena vida de algunos «buquenques» por cuenta propia…
Fecha de publicación: 
3 Agosto 2016
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Fotos: Annalie Sánchez/CubaSí

 

Magalys tiene 55 años. Ha hallado en la esquina de L y 21, en el Vedado capitalino, su actual centro de trabajo. Parecerá contradictorio; no se trata ni de Coppelia, ni de la pizzería Vita Nuova, ni de la Facultad de Economía de la Universidad de La Habana, aunque ejerció buena parte de su vida la contabilidad.

Actualmente vive de su voz, de la gestualidad, de sencillamente anunciarles a los ciudadanos congregados en esa esquina si el almendrón* que desean tomar sigue la ruta de Línea, avenida 31, Ceguera, Marianao y Lisa; o si, por el contrario, transitará por la avenida tercera hasta el Comodoro o el paradero de Playa.

Pareciera que está orquestando una sinfonía, su dedo índice siempre apuntando a la cercanía del contén, diáfana al platicar con los pasajeros, conocedora de los choferes habituales, con los que siempre intercambia algunas palabras...

 

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Así repite esa lucrativa rutina de lunes a viernes. Sí, lucrativa, señores, pues Magalys nos aseguró que en una jornada normal, entiéndase de 7:30 en la mañana hasta aproximadamente 2:00 de la tarde, puede ganarse entre 200-250 pesos, a razón de un impuesto de cinco pesos que le cobra a cada vehículo por su gestión. Ese monto se traduciría en 40-45 autos que pasan por su «peaje» sui géneris a diario.

Magalys tomó posesión de su esquina hace poco más de ocho meses, cuando las aguas asociadas al fenómeno de la transportación privada estaban aún calmadas.

Ciertamente, el oficio de Gestor de viajeros (buquenques, en el argot popular) constituyó el número 51 del listado de las más de 180 actividades autorizadas para el ejercicio del trabajo por cuenta propia en Cuba. Podrá imaginarse usted que en medio de la turbulencia desatada tras el aumento de los precios del pasaje por parte de los portadores privados de transporte, la presencia de Magalys y otros tantos buquenques adquiere matices de cuasi imprescindibles por estos días en las llamadas cabeceras de ruta.

Yulieski es de Granma, pero conoce La Habana como la palma de su mano. Llegó hace cinco años; ha sido chofer de bicitaxi, carretillero, mensajero en una paladar… Confiesa que migró a la capital en busca de fortuna, o sencillamente, dedicarse a una actividad que no le exigiera tanto desgaste físico como la agricultura o la albañilería. Tiene décimo grado de escolaridad, pero casi un doctorado en la asignatura de cómo ganarse la vida sin mucho esfuerzo.

Su físico contrasta sobremanera con su actitud. Mide más de 1.80 metros, posee constitución fornida, incluso, su rostro parece el de un hombre curtido bajo el fuego de batallas callejeras.

Quizás por eso tomó posesión de la esquina del Parque de la Fraternidad hace casi más de un año y se desenvuelve como buquenque en la ruta Habana-Santiago de las Vegas. Su jornada, contrario a la de Magalys, por su condición de hombre y contar solamente 32 abriles, se extiende por poco más de diez horas en las que, aun con la tensión que impera por estos días, puede ingresar hasta 400 pesos.

Por cierto, esa zona semeja en ocasiones un perfecto coro de gospel o soul: ¡Virgen del Camino, Guanabacoa, Santiago de las Vegas, Cotorro…!

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Los personajes varían; el monto que cobran es el mismo; el proceder, idéntico por antonomasia.

Justo ahí aflora una de las verdades: mientras muchos madrugan, se dirigen prestos a encarar su jornada laboral, trabajan con rigor y al final de la misma perciben, tratándose de un salario promedio (500 pesos), 20.83 diariamente, otros, a la sombra, sin sudar y sencillamente pregonando o indicando una ruta posible, hallan en la denominada e inverosímil «gestión de viajeros» un modo mucho más fácil de ganarse la vida.

Eso no lo es todo: por paradójico que parezca, ni Magalys, ni Yulieski se han registrado oficialmente como trabajadores por cuenta propia; por ende, no pagan tributo alguno a la ONAT sobre la base de sus ingresos personales. Su presencia en los puntos mencionados es habitual y a medida que han pasado los días, el temor de rendir cuentas o darle explicaciones sobre su actividad bajo cauces ilícitos a un inspector, disminuyen. Dinero fácil, libre de polvo y paja.

Esos son apenas dos ejemplos, que arrojan una realidad. Nuestra sociedad está urgida de un mayor control y fiscalización por parte del Estado, de una mayor disciplina y actitud responsable, de comportamientos cívicos a tono con el concepto de buen ciudadano, del rescate de niveles de responsabilidad individual y conciencia casi olvidados.

Magalys y Yulieski son apenas dos ejemplos traídos a colación ante una situación tensa asociada al árido fenómeno del transporte.

Como ellos hay otros tantos buquenques, bicitaxeros, carretilleros que fijan precios de productos agrícolas y los comercializan prácticamente a su antojo… en fin, que se ganan la vida sin tanto desgaste y algunos, encima, no aportan contribución alguna.

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