Tatuajes: En la cárcel de tu piel

Tatuajes: En la cárcel de tu piel
Fecha de publicación: 
28 Junio 2016
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Todos los socios de Yordan se habían tatuado y él no quería ser menos. Además, “le daban tremendo chucho” porque sus padres no lo dejaban.

Así que al final de un día en que la muchacha que le gustaba le comentara sobre lo bonito que se le vería en el pecho un tatuaje, se juró y perjuró que del día siguiente no pasaba.

Cuando llegó a donde “picaba” (tatuaba) el Drumi, no tenía muy claro qué se iba a hacer, pero estaba seguro de que a la vuelta, su cuerpo ya estaría marcado para siempre.

Así que cuando llegó la pregunta “¿qué te vas a hacer?”, a Yordan, todavía no sabe explicar por qué, lo primero que le vino a la mente fue el rostro de la abuela, que esa mañana le había estado peleando por el reguero del cuarto.

“Me voy a poner el nombre de mi abuela”

Una hora y media después, todavía con el ceño fruncido por el dolor y el pecho echando candela, Yordan hacía entrada triunfante en su casa, con la camisa abrochada hasta el último botón.

A partir de ese día, el muchacho vivió un vía crucis entre el orgullo y la zozobra. En la escuela, andaba todo pechiabierto mientras algún profesor no lo pescaba con un “abróchese la camisa, alumno”; nada más llegar a dos cuadras de su casa, se cerraba toda la botonadura y por nada de la vida andaba sin camisa después de bañarse.

Pero siempre hay un día en que uno baja la guardia, y fue ese cuando el grito de la madre se escuchó hasta medianía de cuadra:

-“¡¿Yooordan, qué tú tienes en el pecho?¡”

-Nada mamá, ese fue Julito que me pintó eso con un bolígrafo. No es nada.

Pero a partir de ese momento la madre, medio dudosa y medio indignada,  no perdió oportunidad de escudriñarlo y preguntarle insistentemente: “Ven acá Yordan, ¿y cuándo se cae el dibujo ese? O tú no te estás bañando bien o ese bolígrafo es buenísimo”.

Quince días después, los padres del  muchacho ya no tenían ninguna duda: Yordan se había hecho un tatuaje.
Y ardió Troya.

Los padres se pusieron de acuerdo para esperarlo al regreso de la escuela y lo cogieron entre dos fuegos, exigiéndole, increpándole, demandándole por el engaño y porque tenía que quitarse “esa barbaridad que es de presidiario”.

Yordan se ponía rojo: de la roña, de la impotencia, de la pena, mientras la madre y el padre se alternaban entre gritos y amenazas. Todo parecía a punto de arder en aquel apartamento de microbrigada. Menos el espacio en que la abuela se mecía en su sillón, serena, rítmicamente, como alentando desde un mundo paralelo.

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Demostración de tatuajes, durante la inauguración de la muestra de carteles y tatuajes "El Dulce Dolor”, en la galería La Marca, en La Habana Vieja, Cuba, el 30 de enero de 2015. AIN FOTO/Abel ERNESTO

Cuando los increpadores hicieron una pausa forzosa porque ya no les alcanzaba el aire ni se les ocurrían nuevas amenazas, un casi imperceptible crujido del sillón hizo recordar a todos que la abuela estaba allí y había seguido muy atentamente la escena.

No era para menos, el nombre que llevaba Jordan tatuado en su pecho era el de ella.

Levantó ceremoniosamente sus más de doscientas libras del sillón de majagua y al ver que uno de los dos padres intentaba retomar su parlamento, hizo un enfático gesto con la mano -como director de orquesta imponiendo silencio a sus músicos.

Entonces, habló la abuela, imperturbable, ecuánime, convencida:

“¿Pa qué formar tanto lío, me pueden decir? El muchacho se tatuó mi nombre en el pecho porque me quiere, me adora. Pero como está muy mal que me quiera de esa forma, ustedes no cojan más lucha, que eso yo se lo quito con la plancha; facilito, facilito.

Tinto en tinta

Como queda muy mal parada la familia del protagonista de esta historia, no se revela aquí su nombre real.  Pero doy fe de la veracidad del relato.

Se trata de un caso extremo. La mayoría de los adultos no deciden borrar con una plancha caliente el tatuaje de sus hijos o nietos.

De todos modos, creo que vale el relato. Muestra cómo los casi absurdos e insensibilidades varias también tienen su asiento en la mesa de la cotidianidad, a veces sin siquiera sobresaltar a nadie.

En cuanto a los tatuajes, busqué en la red de redes alguna investigación medianamente seria y del patio que hablara de cómo las familias asimilan o no estas prácticas. Fue por gusto.

Lo que sí queda subrayado en diferentes sitios y con variadas maneras de decir, es que los tatuajes, quiérase o no, una marca identitaria, un distintivo generacional. No pocos llaman la atención sobre cómo, a partir de que hicieran su entrada en la realidad cubana en torno a los años 90, de manera paulatina han ido perdiendo su equivalencia a marginalidad y siendo asimilados por los diferentes grupos etareos al menos de un modo más tolerante.

Lo cual no excluye que también algunos, no exactamente jóvenes o adolescentes, hayan decidido practicarse, a la par que sus descendientes, estas marcas indelebles. Hay incluso ciertos padres que, luego de encarnizados esfuerzos porque el hijo no se tatuara, optaron por repetirse en el mismo lugar del cuerpo, el mismo tatuaje que se hiciera el muchacho, identificando esta alternativa como nueva puerta abierta a la comunicación intergeneracional.

Hay asimismo conmovedoras razones por las que otros adultos deciden tatuarse, como aquel padre de Kansas quien por estos días decidió raparse la cabeza y reproducir en ella, tatuador mediante, la misma fea cicatriz que le quedara a su niño luego de una complicada intervención quirúrgica.

 

tatuaje cicatriz

Aunque apenas asoman en la red indagaciones sociales o de otro corte sobre la práctica del tatuaje en Cuba,  al menos como consuelo me topé con graciosísimas páginas donde los muchachos, de otros países, dan consejos a sus contemporáneos acerca de cómo hacerse un tatuaje sin que lo sepan los padres y cómo ocultárselo a ellos una vez conseguido: desde maquillaje, determinado tipo de ropa,  hasta curitas. Incluyen entre las recomendación cómo reaccionar si , a pesar de tanto esfuerzo, estos dibujos son descubiertos por los parientes.

Por su parte, algunas web dirigidas a padres, recomiendan la mejor manera de actuar, primero, para persuadir al hijo de que no se tatúe, y si ya se consumó el hecho, pues cómo conducirse ante el descubrimiento, que no en todos los casos resulta gratificante para los adultos de la casa. Eso sí, en ninguno de los casos encontré nada parecido al empleo de una plancha caliente.

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