DIARIO DE UNA ESPERA: Impulso ajeno y totalmente mío

DIARIO DE UNA ESPERA: Impulso ajeno y totalmente mío
Fecha de publicación: 
9 Junio 2016
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Él me mira y yo, por toda respuesta, sonrío. A ratos también lo observo y contemplo (aunque no es algo que se vea a simple vista) lo mucho que ambos hemos crecido. Generalmente nadie tiene buena cara mientras espera, pero la nuestra resulta agradable, a pesar de la interrupción casi constante en la consulta y del ajetreo de muchos pasando frenéticamente, siendo de todo, menos pacientes.

 

Tenemos una sospecha desde que empezamos a «buscar». Mi período es irregular y su ausencia ahora no debiera ser la señal de alarma. Algo nos anima a perseverar. Entramos, me tumbo en la camilla. El lugar resulta un poco oscuro, yo lo había soñado más alegre. Luego comprendo que allí no siempre se dan buenas noticias. Ahora el especialista pasa una y otra vez el transductor por mi abdomen. Busca pistas sobre la posible presencia. De pronto, suelta como una bomba que debo tomar más agua, la vejiga llena es imprescindible.

 

Mientras cumplo con la indicación, me carcome la única duda que he tenido en todo este tiempo. «¿Será real o acaso la conjugación equívoca de mi psiquis y el deseo a mis 26 de convertirme en mamá?» Al rato, vuelvo a entrar; el monitor me queda de espaldas, pero a L de frente. Lo interrogo con la mirada, y por toda respuesta, ahora es él quien sonríe. Por su parte, el médico sigue buscando. De pronto se escucha un sonido, el más lindo de todos: el corazón de mi bebé. Sin que alcance a premeditar nada, las lágrimas salen de mis ojos.

 

Mi esposo me besa en la frente, la felicidad es mucha y no alcanzo a describirla. En la imagen congelada de la pantalla apenas se distingue como del tamaño de un frijol, en pocas semanas tendrá la apariencia de una fresa. Hace unos meses yo vi una, tengo más o menos la noción exacta de cómo lucirá.

 

Empiezo a experimentar un sentimiento… a suponer cómo será mi vida a partir de hoy. Por lo pronto, ya auguro que jamás estaré sola. Cierto que un día los hijos deciden un rumbo, puede ser a mi lado, puede que sea otro paraje, pero ya no decido sobre mis actos. Todo lo que hago desde este minuto se mueve por un impulso ajeno a mí y al mismo tiempo, totalmente mío. Aprenderé a cuidar fiebres y a llorar por sus caídas; enfrente suyo intentaré, en la medida de lo posible, sacar mi lado valiente. He de enseñarle cuánto sé que no será mucho, pero me ha traído hasta aquí y no ha estado tan mal.

 

Quisiera librarle de los dolores del alma, pero me resultará imposible. Cometerá sus propios errores, a pesar de mis consejos, y siempre tendrá una cuna en mis brazos, aunque llegado el momento, ya no me alcancen para rodearlo(a). Desde que nazca, se acabarán mis noches enteras de sueño. Después de que duerma, el impulso ajeno y totalmente mío me levantará a velar su descanso. Y no habrá más paz, sino en su mirada… dejaré cualquier asunto por su sonrisa y después, que pase el universo entero.  

 

Ah, y lo otro: ahora, con mayor impacto, mi madre es una presencia más real en mi vida. Quiero contarle todo y a veces resulta complicado, debido a los 300 y tantos kilómetros.

Agradezco a Graham Bell por el teléfono y a mi buena estrella por haberla tenido de ejemplo. Si pudiera, al menos, igualarla en un 10%, ya me daría por satisfecha.

 

Trato de aprender todo de ella, como quien mira a un experto, y no ceso de hacerle preguntas, cual si nuestras vivencias juntas se trastocaran, a partir de hoy, en una conferencia de prensa.

 

Este episodio ocurrió hace algunas semanas, por mucho, el mejor momento de mi vida. Será superado por otro relacionado con mi hijo(a), seguramente ya saben cuál.

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