Sumbe: Estética con las buenas intenciones

Sumbe: Estética con las buenas intenciones
Fecha de publicación: 
6 Septiembre 2011
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No estamos en posición de dudar sobre la buena acogida de Kangamba (Rogelio París, 2008). La taquilla no es condición esencial de una buena película, ni viceversa. Recuerdo, eso sí, las conversaciones en el pasillo de la Facultad de Comunicación de la UH, el silencio en la prensa de algunos críticos y el aluvión de noticias de "buena acogida" del filme en cada provincia. Esta película, la primera de una trilogía sobre la presencia cubana en la guerra de Angola a la que ahora incorpora Sumbe, despertó las memorias de la Isla sobre aquellos tiempos, y sin dudas, de una u otra forma tocó a cada cubano.

 

Pero en ese pasillo de la FCOM, los entonces estudiantes de Periodismo, al margen y a propósito de lo que significa la guerra de Angola para este país, también enumerábamos algunos tropezones estéticos de Kangamba, varios parlamentos poco realistas, algunas sobreactuaciones, los problemas del portugués hablado al estilo brasileño en plena África o que sonaba demasiado a portuñol. En aquel momento éramos quizás ligeros, veíamos poco, pero hablábamos mucho. Éramos como aquel niño del cuento que no tenía reparos en decirle al rey lo que una multitud callaba, que estaba desfilando desnudo.

 

Sumbe (Eduardo Moya, 2011) tampoco salda la deuda que tiene el cine con esa región de nuestra historia. Recuerda cierta televisión epopéyica de los 80, quizás más atrás, que en esos tiempos (¡bendita época!) supo conquistar al público, pero que hoy 30 años después tiene otras formas de hacerse, otras formas de ser.

 

Hay diálogos que resultan demasiado pedagógicos. Hay escenas del filme que apenas se justifican dramáticamente, sin embargo, parecen estar ahí con la intención de despertar ciertos valores en el público. El guión, en general, se disuelve en demasiadas historias, y no logra aprovechar las intervenciones de los personajes para ofrecernos un retrato vivo de cada uno. Existe la intención de convertir a estos hombres de guerra en seres humanos, pero la insistencia en estos toques de naturalidad termina convirtiéndolos en su contrario.

 

De manera general, las actuaciones parecen poco trabajadas sobre la escena, poco ensayadas, quizás inspiradas en una metodología más propia de la televisión (que corre prisa) que del cine (que a estas alturas lleva una dosis irremplazable de cálculo). Un espectador medianamente habituado puede descubrir las costuras de secuencias como aquella del juego de dominó, donde que el ambiente de jovialidad inicial queda demasiado tenso, y luego hay un giro brusco hacia temas serios en los que las sonrisas se apagan pero el partido continúa.

 

En cambio, los efectos especiales de la película, a cargo de Omar Valdés, lograrán sorprender al público y son uno de los elementos mejor llevados de Sumbe. La edición se crece en las escenas bélicas, se hace vertiginosa, y logra el efecto deseado. Sin embargo, para un filme que en voz de su realizador, Eduardo Moya, se aleja del "concepto de  guerra como espectáculo", esto no es suficiente.

 

Con la vista Cuito Cuanavale, la tercera, última y quizás más comprometida película de esta saga; vale mencionar una obviedad contra la que todos hemos chocado alguna vez en la vida con mayores o menores consecuencias: no es suficiente con las buenas intenciones. La proeza no solo está en regresar a la Historia.

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