RECORDANDO A … Pedro Jova: Torpedero y mánager feliz

RECORDANDO A … Pedro Jova: Torpedero y mánager feliz
Fecha de publicación: 
22 Mayo 2016
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Al villaclareño Pedro Jova muchos lo recuerdan, entre otras cosas, porque logró completar los éxitos que todo pelotero desea y pocos alcanzan al final de su carrera: triunfar y convencer como jugador y luego, en funciones de director. Su carácter bondadoso, pero serio y comprometido le acompañaría siempre para superar todos los empeños deportivos y no pocas injusticias cometidas contra él.

La entrada a nuestras Series Nacionales en 1972 ocurrió por la puerta grande, pues además de adueñarse de la titularidad en el campo corto del equipo Azucareros fue elegido Novato del Año y disfrutó del segundo título en línea de un conjunto casi sin fisuras en las tres líneas de juego: pitcheo, bateo y defensa, bajo la dirección del polémico Servio Borges.

Su actuación en ese estreno: 57 hits, 22 anotadas, 7 dobles y 289 de average le valió no solo el premio más cotizado entre los bisoños peloteros, sino también ser invitado a los entrenamientos de la preselección nacional que se preparaba para el Campeonato Mundial en Nicaragua.

Jova poseía habilidades naturales para tocar la bola por cualquier ángulo del terreno —incluso lo más difícil, pasar al lanzador—; y su excelente zona de bateo le permitía discriminar los mejores lanzamientos para conectar. Baste decir que en 5 777 comparecencias al cajón de bateo solo pudieron retirarlo por la vía de los strikes 239 veces, es decir un ponche cada 7-8 juegos.

Su disciplina férrea en los entrenamientos, la movilidad segura hacia cada ángulo de su posición y esa capacidad innata para definir en los llamados momentos ceros, lo convirtieron muy rápido en ídolo para la afición del centro del país —por entonces Villa Clara, Cienfuegos y Sancti Spíritus estaban concentradas en una sola formación—, lo cual se irradió años más tarde a toda Cuba.

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Una sanción injusta por un hecho que jamás cometió lo sacó del béisbol varios meses. Sin embargo, la reincorporación en 1973 tras comprobarse su inocencia y honestidad, reservó uno de los aplausos más estremecedores que se recuerde en el estadio Augusto César Sandino, adonde había llegado siendo un niño desde el poblado de La Esperanza, en Ranchuelo, para formar parte de la academia de este deporte.

Las Series Selectivas, nacidas en 1975, resultaron escenarios imprescindibles en la carrera del torpedero más ofensivo  (317) que ha pasado por nuestras campañas. En la tercera y sexta ediciones lideró las anotadas (39 y 56, respectivamente) y para la cuarta versión (1978), con el uniforme de Las Villas, levantó la Copa de campeón junto a la corona individual en hits (92) y bateo (372). En 1983 festejó un doblete histórico, al ganar la Serie Nacional y el torneo élite, este último premio lo repetiría por última vez en 1985.  

En el equipo Cuba entró como segundo de su posición, detrás del formidable Rodolfo Puentes, hasta que se adueñó del puesto regular con ofensiva casi perfecta y defensa milimétrica.  Cuatro coronas mundiales  (Cartagena 1976, Italia 1978, Japón 1980 y La Habana 1984); dos oros en Juegos Panamericanos (San Juan 1979 y Caracas 1983); tres cetros en Copas Intercontinentales (La Habana 1979, Amberes 1983 y Edmonton 1985), y un título en Juegos Centroamericanos y del Caribe (Medellín 1978) clasifican entre los máximos galardones —no los únicos— en sus archivos personales.

Dos derrotas en la arena internacional lo marcaron profundamente, en especial, la plata en la Copa Intercontinental de Edmonton 1981, pues todavía no pocos achacan a su desempeño en tercera base —improvisado en el propio certamen— la causa principal de caer contra Estados Unidos en el juego final. El otro fracaso inolvidable sucedió ante el público habanero en la cita regional de 1982. La plata no complació a nadie y menos a Pedro Jova.

Los últimos cuatro años en nuestras temporadas —se retiró en 1989— reafirmaron por qué muchos le decían “El Maestro”. Inteligencia para enfrentar cualquier lanzador, consejo a los más jóvenes y excelente mecánica de bateo nunca se alejaron de su personalidad, de la cual bebían sus compañeros y hasta los rivales.

No pasó mucho tiempo apartado de estadios y fildeos, pues regresó como mentor en 1993 y convirtió a su equipo entrañable Villa Clara en la “Naranja Mecánica”, a partir de triunfar en tres campañas consecutivas: 1993, 1994 y 1995 y terminar con el subtítulo en las dos siguientes. Era una verdadera constelación de estrellas dirigidas por un hombre que había aprendido a dirigir con el ejemplo de Servio, Pedro Chávez, Eduardo Martín y José Miguel Pineda.

Su relevo más certero y fiel en el campo corto, Eduardo Paret, ha reiterado en más de una entrevista el agradecimiento a la ayuda brindada por Jova. “Éramos figuras muy jóvenes, y él, con disciplina y conocimientos, nos guió a todos. Exigía que estuviéramos metidos en el juego de pelota. En ocasiones se sentaba para atrás en el banco y nos dejaba decidir solos, pero cada quien sabía lo que tenía que hacer”.

Su palmarés victorioso como director se resume en 247 victorias  y 164 derrotas, para un extraordinario 601 de  average. Los resultados en play off también fueron asombrosos, sobre todo en los que levantó las tres doradas: 24 éxitos y 10 reveses. Otra injusta decisión de las autoridades lo alejó del puesto de timonel, en tanto recibió luego un golpe personal al decidir su hijo Maikel separarse de Villa Clara y de Cuba para probar suerte en la Major League Baseball.
No obstante, nadie pudo sacarlo de la memoria del pueblo. Al Jova más virtuoso al bate, al terror de Braudilio Vinent y Rogelio García —le conectaba con extrema facilidad—, al compañero para doble play en equipos nacionales de Rey Vicente Anglada, Alfonso Urquiola y Félix Isasi; y al segundo director que logró tres títulos nacionales en línea —solo antecedido por Ramón Carneado con Industriales— le sobran razones todavía para aportar al béisbol.

Sus conocimientos llegarían en años recientes al béisbol italiano, desde donde vivió la última gran hazaña de su equipo más amado, que 18 años después de su salida como director pudo levantar por fin otra copa en el estadio Sandino. Y cuentan que los peloteros, motivados por el director y compañero del pasado, Ramón Moré, se la dedicaron por paternidad, por derecho y por su ejemplo.

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