CUBA, SU GENTE: Daniela

CUBA, SU GENTE: Daniela
Fecha de publicación: 
19 Mayo 2016
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Daniela por dentro está llena de puertas/
Unas cerradas otras abiertas/
Daniela por dentro está llena de puertas/
A veces sales, a veces entras.
Pedro Guerra

Daniela por dentro está llena de puertas / Unas cerradas, otras abiertas… Una de ellas me recuerda aquella vez, en la primaria, cuando era una niña centelleante, cuya principal tarea en la vida parecía ser defender el por qué su color preferido -el azul- era el mejor de todos.

Cuando teníamos nueve años Daniela y yo solíamos jugar a ponernos de cabeza. Ganaba quien aguantara más, por supuesto. A veces nos desmayábamos en el intento de resistir demasiado tiempo con el acudir de la sangre en sentido inverso, pero ¿quién tiene cordura con nueve años?

Para lograr estar un poco más de tiempo paradas de cabeza nos turnábamos mi cadena de la suerte. Era una cadenita de plata con un dije tipográfico, la inicial de mi nombre, que es también la inicial de la suya. Había quedado demostrado –casi científicamente- que cuando la teníamos podíamos aguantar más con el mundo al revés. (Imagino serían los inicios de los respectivos efectos placebos de nuestras vidas…)

Un día me pidió la cadenita. Quería pasarse el fin de semana compitiendo con su prima, que venía de provincia a visitarla, y que por cierto, tenía la mala costumbre, me contó Daniela, de comerse todas las papitas fritas que hacía su mamá antes de que ella pudiera decir ni pío.

-Te la devuelvo pronto –me aclaró y se llevó, radiante de alegría por el préstamo, mi cadenita.

Pero el “pronto” nunca llegó. Lo esperé, porque era mi cadenita de la suerte. Pero nada. Nunca me la devolvió. Y quizás en consecuencia, Daniela estuvo esquivándome toda la primaria. Y la secundaria… y el pre… y la universidad. Siempre que me veía me decía que la tenía perdida, que lo sentía, pero que en cuanto la encontrara me la iba a devolver sin falta.

Y te preguntarás por qué me acuerdo de esta historia justo ahora.

Es que estoy sentada en un complejo de restaurantes y cafeterías que abrieron nuevo en 25 entre M y N, en el Vedado y justamente ahora distingo, tintineante y frente a mí, la cadenita de la anécdota de mi primaria que acabo de contarte.

Levanto la vista y ahí está ella. Y Daniela, que la lleva puesta. Tiene unos ojos muy bien maquillados y cubiertos –resguardados- por unos lentes azules… que combinan con sus uñas acrílicas del mismo color. Me mira sin reconocerme y pide la orden de mi plato en el restaurante.

Yo no atino a responder. Estoy ocupada. Dentro de mi cabeza me pregunto si estará Daniela todavía llena de puertas. Me pregunto cuáles cerradas; cuáles abiertas; por cuáles se sale; por cuáles se entra.

Quiero conocer ¿Sabes? tan solo preguntarle… sin ánimo de hostigamiento ni intención de reclamo, si es cierto que no me reconoce… Pero no me decido: es difícil ser y no ser y lo que ves no siempre es lo que es…

Daniela me recomienda un sándwich con atún y un café Cupido, que según la carta, incluye además del café, leche condensada y triple C, lo que sea que signifique eso.

Asiento, sin darle mucha importancia al pedido y ella parte presta a buscarlo. El servicio es bien rápido en el complejo de restaurantes nuevo de 25 y M. Solo que cuando Daniela me trae el pan, uno alto, coronado con una aceituna sin hueso, prensada al pan por un palillo de dientes, se le precipita sin querer al suelo.

Disimulo que la observo detrás de la carta y veo como ella mira para ambos lados, consciente que de acto delictivo se trata, y recoge con sus manos el pan. Incluso coloca un poco de atún, que se había corrido fuera, dentro del sándwich; incluso despega del suelo un pepinillo, que por arte de magia vuelve a su sitio de origen...

Para cuando el pan llega a mi mesa se me había quedado el apetito. Tampoco tenía deseos de preguntarle dónde había encontrado, finalmente, la cadenita. Y para colmo el café Cupido no tenía ni leche condensada ni triple C, lo que sea que signifique eso.

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