DE CUBA, SU GENTE: Lo mezquino, lo triste, lo desgraciado de una garganta

DE CUBA, SU GENTE: Lo mezquino, lo triste, lo desgraciado de una garganta
Fecha de publicación: 
11 Mayo 2016
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La conocí en Santa María, a la orilla del mar. Se le había zafado su bikini —minúsculo— y me pidió, con el decoro simulado que suele ofrecérsele a desconocidos, que le ayudara a hacerse un nudo bien recio en su trusa para poder seguir disfrutando de la playa.

Me comentó —sin que viniera a tema—, señalando a un grupo de hombres que se acercaban a la orilla con cervezas, que «las personas de raza negra a menudo parecían animales migratorios porque se desplazaban muchas cuadras por cualquier tipo de bebida».

Del shock ante su comentario, quedó mi mano de alguna manera atrapada en el nudo de su bikini. Yoicy, para nada reprimida, se presentó a sí misma.

Me contó que su madre era blanca y que la había «atrasado» con el padre, que era mulato. Que ella nunca había tenido un novio de color, ni siquiera un novio cubano. Que su primero se llamó Iván Ivanovich y que era de Stávropol, Rusia. Con él viajó a Egipto y Ucrania, y en Egipto, por cierto, se había dado cuenta de que las famosas pirámides estaban sobrevaloradas.

—Un montón de piedras y mucho polvo —determinó—. Nada más. Maravilla del mundo ni maravilla del mundo…

Me confesó, sin la reticencia que pudiera esperarse ante una total extraña, que su segundo novio, que todavía mantiene, suele llevarla los domingos a Viñales, y que allí sobrevuelan los mogotes con una avioneta, de la cual se tiran con paracaídas.

—¿Has hecho paracaidismo? —me pregunta casi al azar.

—No —articulo; y ya casi logro sacar mis dedos del nudo de su bikini.

—¡Es algo incomparable! —mantiene Yoicy—; tienes que amarrarte bien el pelo y cerrar bien la mandíbula, claro…, pero una vez que lo haces, pierdes todo atisbo de hipocresía social y te vuelves muy sincera.

Termino de ayudarla a hacerse el nudo en su trusa. Presta y con la destemplanza que al parecer la caracteriza, Yoicy dice que va a buscarse una cerveza. Sin mirarme apenas, y sin despedidas que le contradigan su carácter, se lleva sus ojos verdes y su liviandad a otra parte.

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