ESTRENOS DE CINE: Una buena receta

ESTRENOS DE CINE: Una buena receta
Fecha de publicación: 
25 Abril 2016
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Para ellos, y para los fans de Bradley Cooper (que también está en el boom), Una buena receta quizá tenga algún atractivo. Desde la cinta El chef, con Jean Reno haciendo malabares con cuchillos, hasta la animación de Ratatouille, la situación es obvia: Las películas culinarias son prácticamente un subgénero, con millones de seguidores por todo el mundo.

Pero Una buena receta –Burnt su título en inglés- no llegó para marcar ningún hito. La cinta llueve sobre mojado desde principio a fin. Para colmo, John Wells (Agosto, The Company Men) filma la comida sin regodeo, frialdad y distancia, con lo que la película se convierte en un drama gastronómico que no estimula el apetito.

Wells construye su argumento con los mismos elementos que se aplican a biografías de estrellas de rock y deportistas retirados; con cierta elipsis –pura piedad con el espectador- y con ciertas ínfulas de sabiduría… barata.

El guión de Michael Kalesniko y Steven Knight propone en Una buena receta ciertos paralelismos entre la vida y la gastronomía, con el afán de que la dinámica culinaria se comporte como un espejo de las tensiones entre los personajes. En ese sentido, el extraño mérito del filme es hacer ver a todos los cocineros como hombres inmaduros y desquiciados. 

Adam, interpretado por Bradley Cooper, se drogó, se acostó con demasiadas chicas (el título original de la película es Burnt, o sea, Quemado) y se jugó todo en París -dónde sino es La Meca de los cocineros- y ahora, aburrido y con ansias de recuperar la gloria perdida, pelea por ganar su tercera estrella Michelin, esa que ambicionan todos los cocineros de alta gama de cierto –a la Cuba de hoy muy ajeno- mundo exterior.

En el principio de la cinta hay un regodeo de la fotografía sobre platos exquisitos, pero la maniobra se agota rápidamente y el argumento se bifurca entonces en varias subtramas que van desde los demonios que arrastra el protagonista desde la infancia –la siempre maravillosa Emma Thompson como psicoanalista–, hasta una historia de amor con una Sienna Miller y par de narcotraficantes que reclaman una deuda.

El resultado es una película incoherente… con un arco argumental que no solidifica. Para colmo, el casting: Bradley Cooper y el resto del elenco lucen tan ajenos a esas lustrosas cocinas, que el único momento verosímil de la cinta es cuando Cooper se queja de dolor por una patada que un mafioso le dibujó en la espalda.

Hay, sin embargo, algo rescatable en la cinta: de entrada, el protagonista está retratado sin concesiones. Respondiendo al mito de que los genios tienen un carácter complicado, el chef es tan egoísta que raya en la crueldad. Su cocina funciona como una pequeña dictadura, donde todo el mundo debe responderle obedecerle sin chistar. No obstante, como mantener un personaje antipático no cumple los cánones de aceptación necesarios para que la película guste a las masas, Cooper va endulzándose por el camino de una cinta que, en consecuencia, nace, crece –apenas- y muere sin inmutar.

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