Hugo Chávez: No hay finales de cenizas

Hugo Chávez: No hay finales de cenizas
Fecha de publicación: 
5 Marzo 2016
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No tuve conciencia de quien era hasta que vino a buscar a mi abuelo. Apenas pude ver, a trasluz, la trenza retorcida de la muerte y su risa medio macabra cuando procuró irrumpir en los recuerdos de su cabello blanco apagando del mundo de los vivos su mirada azul.

 

Aunque avisada, igualmente me sorprendió sobremanera el calendario esta mañana. Cinco de marzo, retumbaba en mis oídos y yo huyendo, tratando de esconderme de un recuerdo.

 

Hace unos cuantos cincos de marzo el timbre del teléfono en mi oficina fue más molesto que nunca. Lo que vino después dolió a los que ocupábamos aquella sala.

 

Recuerdo las palabras de Alfredo, cambiando el tono de su voz como un locutor experto: Chávez ha muerto, dijo. La prolongadísima pausa que vino después nos golpeó en el rostro a todos los presentes.

 

Preferí no haber escuchado, imposible, ya estaba oído, era tarde para previsiones de mi parte.

 

Lo más cerca que estuve de él fue cuando cursaba yo el 4to año de la carrera. Era el último día de la semana, ya iba para mi casa y cuando pedía “botella” se formó un corre corre porque, en pocos minutos, pasaría por allí nada menos que Hugo Chávez, el amigo de Cuba, el eterno Comandante Presidente.

 

Yo a Sagua, él rumbo a Cienfuegos. Según leí después a la termoeléctrica sureña. Bajó la ventanilla de los cristales calovares e iba saludando a todos los “botelleros”. En un momento impreciso nuestras miradas se cruzaron, acaso un segundo o dos, el iba sonriendo y yo… por toda respuesta también sonreí.

 

Si hasta este momento Ud siguió leyendo esperando otra historia, lo siento. Esta es la de mi fugaz encuentro con el niño-hombre, que vendía arañas (coquitos) en su natal Barinas.

 

Hoy, a tres años de su muerte muchas preguntas circundan mis espacios: ¿Cómo es posible sentir dolor por alguien que no conociste?

 

Difícilmente el cuerpo se adapta a una partida. La muerte del ser querido llega como resignación, nunca como ruptura. No se rompen lazos, quedas extrañando por siempre al que se fue y a veces te carcomen las ganas de volverle a ver.

 

¿Será que el corazón no entiende de razones? La tarea ardua es ponerme a explicarle que Chávez fue amigo en común de todos los cubanos y que la muerte, irrespetuosa, intentó eclipsar su luz.

 

Aún no desentraño sinónimos de despedidas pero no hay despedida posible, lo cantó Raúl Torres y para mí quiénes cantan inevitablemente entienden de la vida. El trovador cubano me enseñó que no hay adiós definitivo, ni finales de cenizas.

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